La hormiguita viajera

 


Hace unos cinco o seis años compré en la Feria del Libro de Buenos Aires un ejemplar de La hormiguita viajera de Constancio C. Vigil. Es la edición de 2007 de la Editorial Atlántida, con ilustraciones de Alejandro Fried y Juli Quinley. Pero dudé bastante antes de pasar por la caja. ¿El motivo? Con solo ver la tapa y sin que fuera necesario abrir el libro para corroborarlo, por el estilo de las imágenes, tenía la certeza de que no era la misma edición que atesoraba en mi memoria. Luego, buscando en Internet, di con las imágenes del libro que leí y releí cuando era niña.

Posiblemente perdí ese libro tan querido en alguna mudanza de mi familia. Recuerdo que me lo había regalado para un cumpleaños alguna invitada o invitado, alguno de mis amigos o compañeros de colegio. Recibir y regalar libros para los cumpleaños era mucho más frecuente de lo que es ahora, tan usual como el propósito de armar una biblioteca en la casa con libros comprados a los vendedores a domicilio, que recorrían los barrios y localidades del país y daban la posibilidad de pagarlos en cuotas para completar, de a poco, una colección. Los libros eran para mí el mejor obsequio que podía recibir y mis padres nos compraban libros cada vez que se presentaba la ocasión. Así me hice acreedora, entre otros, de los volúmenes de la Enciclopedia Estudiantil, con cubierta roja, y mi hermano Jorge, de todos los tomos de la Tecnirama, forrados en cuerina verde oscuro.

Los libros recibidos como regalo de cumpleaños o en Navidad eran la frutilla del postre: los leía después de haber abierto y curioseado los otros regalos. Como la protagonista de «Felicidad clandestina», el soberbio relato de Clarice Lispector, los convertía en objeto de deseo y postergaba el momento de la lectura. Amé los libros desde pequeña, fueron siempre mis selectos compañeros de ruta.

Buscando información en Internet, vi que La hormiguita viajera tuvo varias ediciones ilustradas por diferentes dibujantes. El corazón me dio un salto cuando encontré las imágenes de las páginas de mi libro perdido en el Archivo de Ilustración Argentina, un proyecto de la cátedra de Daniel Roldán, de la Carrera de Diseño Gráfico de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires (fadu/uba), llevado a cabo por los docentes Florencia Capella, Matías Malizia y Martín Laksman. Así supe que ese libro leído en mi infancia era la décima edición del clásico cuento de Vigil, impreso en 1966. Las ilustraciones pertenecen al artista plástico Raúl Stévano (1914-1986). La primera edición de este cuento data de 1927.

 


 Edición de 1966


La sorpresa mayor ocurrió al comparar los textos: son dos versiones del mismo cuento. Si bien la historia y los personajes se mantienen, presentan algunas diferencias. El comienzo de la edición de 2007 es el siguiente:

Esta hormiguita era pequeña y negra. Vivía en el campo en un hormiguero que tenía entrada junto a una piedra muy grande.

Todos los días salía a recorrer los alrededores, porque era una hormiguita exploradora. Si encontraba algo que valiera la pena aprovechar, volvía enseguida al hormiguero para avisar a sus compañeras. Entonces, las hormigas obreras la seguían y se encargaban de dividir y transportar las cosas.

El cuento de 1966 comienza situando a la protagonista en presente, y luego la narración continúa en pasado:

Esta hormiguita vive en un hormiguero que hay en el campo y que tiene la entrada junto a una piedra muy grande.

Todos los días sale en busca de lo que pueda ser útil, pues es una hormiguita exploradora. Si encuentra algo que merezca aprovecharse, vuelve inmediatamente al hormiguero para dar la noticia. Entonces salen y son guiadas por ella las obreras que trabajan en dividir y transportar los materiales.

Luego descubrí que, a diferencia de la versión que compré en la Feria del Libro, el cuento que leí siendo niña está dividido en bloques subtitulados, en los que se distinguen los sucesivos momentos del viaje de la protagonista: «Los primeros encuentros», «El viaje de la tortuga», «Nuevas sorpresas y nuevos desencantos», «Lo que soñó la hormiguita», «Aparición del Manchado», «El doctor Lagartija», «La Luciérnaga y la avispa» y «Las alegrías del regreso». La verdad es que me gusta que el cuento esté subtitulado, a la vez que las ilustraciones siguen convocándome desde las emociones que provoca el recuerdo.

Pero de todos los cambios que observé, el que más me llamó la atención y me hizo pensar es el que aparece en el cierre del relato, con la sustitución de un término que a partir de 1976 adquirió, en Argentina, una connotación siniestra. Dice el final de la versión de 1966:

Cuando estuvieron en presencia de la Reina, dijo una:

—¡Madre! ¡Aquí te traemos a la desaparecida!

La Reina le indicó que se acercara y la invitó a referirle su accidentado viaje con todos los pormenores.

Mientras la hormiguita hablaba, la Reina movía de rato en rato la cabeza con los ojos cerrados.

Cuando terminó el relato con el feliz regreso al hormiguero, hubo un momento de silencio y después la Reina dijo:

—¡Tu voluntad, hija mía, tu heroica voluntad es lo que te ha salvado!... ¡Bendita sea la indomable energía de nuestra especie!... ¡Y quede tu experiencia como ejemplo para que ninguna hormiga de mi reino se aventure sin mi permiso en lo desconocido! ¡Para que ninguna ceda ante las dificultades ni se rinda jamás al infortunio!

El final de 2007 es bastante diferente:

Cuando estuvieron en presencia de la Reina, una hormiga exclamó:

—¡Madre, aquí traemos a la exploradora que se había perdido!

La Reina le pidió que se acercara y le contara su viaje, con todos los detalles. Mientras la hormiguita hablaba, la Reina movía la cabeza cada tanto. Cuando terminó el relato, la Reina dijo:

—¡Tu voluntad, hija mía, es lo que te ha salvado!... De ahora en más te llamaremos Hormiguita Viajera. ¡Y que tu experiencia sirva de ejemplo para que ninguna hormiga de mi reino afloje ante las dificultades, ni se rinda jamás!

Entre ambas ediciones, transcurrieron en nuestro país los ocho años de la última dictadura militar y el plan siniestro de desaparición de personas y apropiación ilegal de niños, a los que les impusieron una nueva identidad y otra familia. Es casi obvio que ese fue el motivo por el cual los editores decidieron sustituir el término «desaparecida» por la expresión «la exploradora que se ha perdido»

Quienes mantenemos la vivencia de esos años terribles en nuestra memoria solemos acotar los términos «desaparecida», «desaparecido» y sus plurales al terrorismo de Estado; son palabras que evitamos usar para hacer referencia a alguien o algo que se ha perdido. Tanto es así que, si el término asoma involuntariamente en una conversación, lo corregimos de inmediato, porque se ha cargado de un sentido histórico y político muy preciso, doloroso. Tampoco parece casual que en la versión de 2007, al final del cuento, se le dé un nombre a la protagonista: a partir de la experiencia que ha vivido, la Reina propone llamarla «Hormiguita Viajera».

María Adelia Díaz Ronner hace referencia al libro del que estoy hablando y a su autor en uno de sus ensayos: 

Constancio C. Vigil (1876-1956), periodista y escritor uruguayo, fundador de la Editorial Atlántida, autor de ¡Upa!, un libro para aprender a leer, promovió en todos sus escritos, de los cuales La hormiguita viajera y Los tres chanchitos son un ejemplo, valores cristianos, como la «naturalización» de la pobreza, la dicha que proporciona el trabajo, las recompensas y castigos a las buenas y las malas acciones, etcétera (María Adelia Díaz Ronner, «Literatura infantil de “menor" a “mayor", en Historia crítica de la literatura argentina, Vol. 11: La narración gana la partida (dir. Noé Jitrik), Buenos Aires, Emecé, 1999, p. 523).

Más adelante, Ronner habla de dos vertientes presentes en la literatura infantil de las décadas del cincuenta y sesenta: una de «raíz conservadora», en la que incluye a Vigil, y otra de «aspiración popular», en la que ubica la aparición de la colección Bolsillitos de la Editorial Abril, creada por Boris Spivakow, que «retoma la popular tradición de la Bibliothèque Bleue, en el marco de la llamada “literatura de cordel”, que ofrecían vendedores ambulantes conocidos como “buhoneros”» (p. 524). 

En el final de la versión de 2007 del cuento de Vigil, la Reina no toma como ejemplo la experiencia de la hormiguita exploradora para ejercer un control sobre la libertad de las demás hormigas. Tampoco usa el término «especie» que aparece en la edición ilustrada por Raúl Stévano, en la que las hormigas tienen rasgos que repiten el estereotipo de lo que se presentó durante mucho tiempo como característico de las personas de piel negra: labios muy carnosos, y ojos grandotes y saltones, con la esclerótica bien blanca. En cambio, Alejandro Fried y Juli Quinley representan con una línea azul la boca de las hormigas y la pupila negra se distingue sobre un fondo amarillo.

 


 Edición de 2007
 

Algunos acontecimientos históricos y transformaciones en el imaginario social provocan este tipo de cambios afortunados. En este sentido, no está de más observar que la empresa Molinos modificó el año pasado el logo con el que comercializó la harina leudante Blancaflor durante sesenta y cinco años, hecho que motivó muchas y variadas opiniones en las redes sociales y los medios de prensa. «Quitó a la cocinera negra, con camisa blanca y delantal rojo, que acompañaba a la marca desde su nacimiento, y la reemplazó por un nuevo diseño, en el logo quedó dentro de un palo de amasar, y por una foto de dos manos trabajando una masa dentro de un bowl», se describe en una nota del diario Página 12 del 27 de mayo de 2021.

Aunque las ilustraciones del libro de 1966 siguen detonando en mí emociones y recuerdos, y es posible que lo compre si acaso encuentro un ejemplar mientras hojeo o busco otros libros, entiendo el porqué de algunos cambios en la edición que compré después de tantos años y los celebro.

 

 

 

 


 

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