El amor: ¿arde o perdura?

 



L'amore dura solo il tempo di un bacio? La sua promessa è destinata fatalmente a dissolversi? La fiamma che brucia può durare eternamente? Oppure ogni amore finisce inevitabilmente? Il desiderio per esistere non ha forse sempre bisogno del Nuovo? Il matrimonio è allora condannato a essere solo il cimitero del desiderio? E il lessico famigliare a esaurire il lessico amoroso? Può esistere un amore che dura nel tempo mentre continua a bruciare? E poi ancora: l’erotismo può integrarsi all’amore o lo esclude necessariamente?
            
        Fragmento de la contratapa de Mantieni il bacio. Lezioni brevi sull'amore de Massimo Recalcati 
        (Milán, Giangiacomo Feltrinelli Editore, 2019).


Lectura

Como el propio autor adelanta, este es un libro que habla del amor. El texto proviene del guion del programa televisivo Léxico amoroso, emitido por la RAI durante los primeros tres meses de 2019. Massimo Recalcati también cuenta en la «Introducción» cómo surgió el título, una de las partes más interesantes –y acaso reveladoras– de estas páginas. Enfatiza lo efímero de todo beso y la pretensión de hacerlo durar para siempre, como representación física, corpórea del sentimiento amoroso, que se instala sobre varias paradojas. Sobre imposibles.

El psicoanalista italiano va explorando las instancias de unión y separación que tienen lugar en el amor y los dilemas que surgen a lo largo de una relación de pareja. El principal: el amor arde o perdura. Una de dos. No suelen darse las dos situaciones juntas. Y el otro gran dilema: cómo amar y fundirse con el otro sin dejar de ser dos, sin perder la individualidad de cada ser.

Si bien Recalcati aporta otras ideas que se suman a estas dos centrales –por ejemplo, que el sentimiento amoroso se sostiene en la desigualdad, no en la semejanza– y se detiene un poco más en algunas, una característica de este libro es la reiteración, el ida y vuelta, la insistencia con las ideas fuerza. Su brevedad hace más evidente esto.

A veces termina haciendo afirmaciones taxativas, que se sostienen en las aserciones de Freud y Lacan, y que también están presentes en el imaginario social, sobre todo en lo que respecta a supuestas conductas femeninas y masculinas. «El hombre busca el objeto, el trozo; la mujer, la palabra, el signo de amor», por poner un caso. O cuando explica, como si se tratara de una realidad unívoca, que de parte de la mujer siempre existe una demanda de amor infinita.

Entre el abanico de aspectos que analiza, Recalcati incluye qué pasa en el amor de pareja cuando se organiza una familia, con la llegada de los hijos y el redireccionamiento del deseo. Habla sobre el fin del amor y el divorcio; los celos, la traición y el perdón; el duelo por la pérdida; el odio que surge tras algunas crisis y separaciones, siempre asociado al apego; la violencia en la relación amorosa y el femicidio; el olvido del otro y la sustitución por un nuevo objeto amoroso. Y también de la ternura que perdura a través del tiempo, y de los amores –que no abundan– en los que se retiene el beso.

Por todo lo que el autor expone en su libro, resultan excepcionales los amores que se sostienen en el tiempo y, a su vez, mantienen viva la llama del deseo. Arriesga entonces que «los amores que perduran son aquellos en los que cada uno de los Dos tiene cierta familiaridad con su propia soledad», que es posible que amor y deseo se sostengan cuando se da el encuentro de dos soledades. Es el momento en el que Recalcati convoca a Lacan, que propuso la imagen del encuentro entre dos exiliados para hacer referencia al encuentro amoroso.

Si bien hay muchas referencias a la literatura y el cine a las que Massimo Recalcati recurre para desplegar sus argumentos, en unas pocas ocasiones hecha mano de su experiencia clínica, del material que le aportan sus pacientes. Y al hablar de la separación, se detiene en un aspecto de la realidad actual: el amor asociado al concepto de mercancía. La idea de que el deseo puede sostenerse gracias a la novedad del objeto, al cambio de objeto: «En nuestros días se alienta la solución desaforada del duelo: muerto un amor, debe ser sustituido de inmediato por otro. Nuestra época es una época hostil a la experiencia “improductiva” y “dolorosa” del duelo, al estar dominada por el mandamiento neolibertino del goce a toda costa».

El autor hace hincapié en que amar «es la posibilidad de elevar un objeto a la dignidad de un objeto que, lejos de ser en serie, se vuelve insustituible, incomparable, único». Repite mucho la idea de que todo amor puede acabar, de que el amor no es eterno. En más de una oportunidad, señala las diferencias que existen entre amor y deseo: la aspiración del amor es permanecer en el tiempo, mientras que el deseo se fundamenta en el cambio de pareja para lograr mantenerse vivo, ardiendo.

La historia y la realidad del presente ponen en duda algunas afirmaciones de Racalcati. Cuando afirma que el encuentro del amor es azaroso, imprevisto, involuntario, parece desconocer que unos siglos atrás –y en algunas partes de mundo, aún hoy– las parejas se formaban por imposición de otros, por intereses sociales y políticos; o las experiencias actuales, en las que muchas relaciones amorosas surgen gracias a aplicaciones de citas, como Tinder. No necesariamente la voluntad es ajena al amor. Tampoco es ley que el azar sea el detonante en todos los casos. Es el peligro de las generalizaciones.

Sin embargo, como ofrece la contratapa de la edición italiana, muchas preguntas ofician como disparadores; lo mismo sucede con fragmentos de novelas, ensayos y películas, que le permiten a Recalcati avanzar o insistir con aquellas cuestiones en las que se sostiene fundamentalmente su exposición. Entre otras, aparecen observaciones y citas que provienen de Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes y el Seminario 20. Aún de Jacques Lacan; de textos de Sigmund Freud, Novalis, Pablo Neruda, Alberto Moravia, Alain Badiou, James Salter, Jean Paul Sartre, Homero, Philip Roth, Schopenhauer, Paul Éluard, Marcel Proust, Jacques Derrida; de films como Último tango en París de Bernardo Bertolucci; de Woody Allen, Baz Luhrmann, entre otros. Y no se priva de la autorreferencia y de remitir a sus propios libros.


Asociaciones

I

No hay amor sin «te quiero» ni tampoco sin beso, dice Recalcati. «No hay beso de amor que no involucre la lengua», porque «solo la presencia de la lengua en el beso implica el erotismo del deseo». De inmediato, asocio ese pasaje con la novela Chesil Beach (2007). «La extinción del beso y, sobre todo, del deseo de besar al amado o a la amada es siempre el indicador de una crisis y presagia la muerte del amor», dice Recalcati. Exactamente es lo que ocurre en la novela de Ian McEwan, de la que transcribo dos fragmentos:


Y ella amaba a Edward, no con la pasión caliente y húmeda sobre la que había leído, sino cálida, profundamente, a veces como una hija y a veces casi maternalmente. Amaba acurrucarse y que él le rodeara los hombros con su brazo enorme, y que la besara, aunque le asqueaba que Edward le metiera la lengua en la boca, y sin decir palabra lo había dejado claro.

Cuando se besaron ella sintió su lengua inmediatamente, tensada y fuerte, pasando entre sus dientes, como un matón que se abre camino en un recinto. Penetrándola. La lengua se le encogió y retrocedió con una repulsión instantánea, dejando aún más espacio para Edward. Él sabía bien que a ella no le gustaba aquel tipo de beso, y hasta entonces nunca había sido tan brioso. Con los labios firmemente prensados contra los de ella, sondeó el suelo carnoso de su boca y luego se infiltró en los dientes del maxilar inferior, hasta el hueco donde tres años antes le habían extraído con anestesia general una muela del juicio que había crecido torcida. Era la cavidad donde la lengua de Florence solía adentrarse cuando estaba abstraída. Por asociación, era más parecida a una idea que a un lugar, era más un nicho privado e imaginario que un vacío en la encía, y se le hizo extraño que otra lengua también entrase allí. Era la punta afilada y dura de aquel músculo ajeno, temblorosamente vivo, lo que la repugnaba.

Esa es la primera señal de que no hay deseo de contacto físico en Florence, que percibe el beso húmedo como una penetración. En cambio, a Edward lo desborda el deseo, y lo lleva a no contenerse y derramarse sobre la flamante esposa en el primer intento de encuentro sexual, durante la noche de bodas, que se convertirá en el último. La ausencia de besos apasionados, con lengua, vuelve manifiesta la desigualdad afectiva entre Florence y Edward, y preanuncia la brevedad de este amor, el fracaso, la separación definitiva.


II

«El amor ama todo del Otro, pero no puede hacerlo todo con el Otro», dice Massimo Recalcati. Porque «el amor implica siempre un deseo de apropiación». Entonces me viene a la memoria el cuento «Amada en el amado» de Silvina Ocampo (Los días de la noche, 1970). La historia de dos enamorados que, como dice el narrador, no soportan que haya vacíos entre ambos, que necesitan estar en todo momento juntos, ser inseparables:

A veces dos enamorados parecen uno solo; los perfiles forman una múltiple cara de frente, los cuerpos juntos con brazos y piernas suplementarios, una divinidad semejante a Shiva: así eran ellos dos.

Se amaban con ternura, pasión, fidelidad. Trataban de estar siempre juntos y cuando tenían que separarse por cualquier motivo, durante ese tiempo tanto pensaban el uno en el otro que la separación era otra suerte de convivencia, más sutil, más sagaz, más ávida.

Esa unión se interrumpe mientras duermen, porque no tienen acceso a lo que el otro sueña; algo que les resulta insoportable. Entonces inventan juntos una estrategia y el relato se desliza hacia el terreno de lo fantástico. Solo un elemento irreal puede resolver el conflicto:

Durante un tiempo resolvieron dormir teniéndose de la mano, con la esperanza de que los sueños de él pasaran dentro de ella a través de las manos. Por incómodo que fuera, ya que para mantener una posición estratégica dar vuelta la almohada buscando la frescura se volvería imposible, resolvieron dormir con las cabezas juntas. Pensaban que ese contacto sería más eficaz que el de las manos, pero ella seguía sin sueños.

Hasta que lo logran. Entre otras, ahí están como prueba las violetas sobre la almohada, después de que aparecen en uno de los sueños.


Portadas

I


La tapa de Mantieni il bacio. Lezioni brevi sull’amore de Massimo Recalcati, publicado por la editorial italiana Feltrinelli, reproduce un fotograma de la película Spellbound (1945) de Alfred Hitchcock, cuya versión doblada en español circuló con los títulos Recuerda (España) y Cuéntame tu vida (América Latina). Es una escena en un tren, mientras los enamorados, en las interpretaciones bien de época de Ingrid Bergman (la doctora Constance Peterson) y Gregory Peck (John Ballantyne, que asume la identidad del doctor Anthony Edwardes), tienen un diálogo bastante asimétrico: la psicoanalista aprovecha cualquier oportunidad para poner en práctica sus conocimientos y ayudar a que su enamorado recupere la memoria. Él, en cambio, le responde: «Amor mío, tengo que confesarte una cosa. Como médico me pones nervioso. Yo solo quiero hablar de amor y de repente me sales con una pregunta sobre el psicoanálisis».

La película, justamente, basa su historia en la combinación de ambas líneas: la teoría del psicoanálisis –sobre todo, los traumas infantiles y su repercusión en la vida adulta, y el peso de la culpa– y la transformación de la que es capaz el amor. Amor y psicoanálisis rescatan a los protagonistas de la soledad en la que se encontraban; interrumpen la individualidad, para hacer de dos uno. Se justifica, se entiende la elección de ese fotograma para la portada de Mantieni il bacio, el libro de un psicoanalista sobre el amor.

II


En 2023, la editorial Anagrama publicó la versión en español del libro de Massimo Recalcati, traducido por Carlos Gumpert, con el título Retén el beso. Lecciones breves sobre el amor. En este caso, la imagen de cubierta es Il bacio. Episodio della giovinezza. Costumi del secolo XIV (El beso. Episodio de juventud. Trajes del siglo XIV), un óleo sobre lienzo de 1859 del pintor italiano Francesco Hayez, «líder del romanticismo histórico en la pintura». Se trata de una imagen pictórica ambientada en la Edad Media, pero que representa el espíritu romántico de la época, encargada al pintor por el conde Alfonso María Visconti. Hayez tenía setenta años cuando lo pintó.

El cuadro está expuesto en la sala XXXVIII de la Pinacoteca de Brera (Milán, Italia), que lo adquirió en 1887. Más allá de la sensualidad de la imagen, la pintura tiene connotaciones patrióticas, ya que las vestimentas fueron pintadas con los tonos tradicionales de Francia e Italia –azul, blanco, rojo y verde–, que se unieron en la guerra de independencia. En la página del museo, se señala que el cuadro fue «presentado en la exposición anual de la Academia de Bellas Artes de Braidense en 1859, apenas tres meses después de la entrada triunfal en Milán de Vittorio Emanuele II y su aliado, el emperador francés Napoleón III, que había apoyado al ejército lombardo piamontés para lograr la independencia de Lombardía de los austríacos».

La imagen de los enamorados que presenta la pintura de Hayez fue interpretada como un beso de despedida, e incluso como un beso robado, «como si la muchacha acabara de bajar de sus habitaciones para encontrarse con el intercambio más común entre amantes, pero también el más íntimo y universal».

En la página de la pinacoteca, se cuenta que esta pintura de Francesco Hayez «se utilizó en el pasado en las cajas de una conocida marca de bombones para celebrar el Día de San Valentín».


Autoobservación

Un comentario al margen, en relación con mis experiencias de lectura: con cada nuevo libro surgen, sin excepción, asociaciones intertextuales y también constantes desvíos, que me llevan a dedicar un tiempo a la investigación. Experiencia personal que hace que un libro, una película, un cuadro sean más que eso: puertas que se abren hacia otros objetos de arte. Como suele ocurrir cuando se trabaja con material de los archivos, las horas pasan, el trabajo de alarga y la escritura se demora. Con gusto y sin ninguna prisa. Gana la partida la curiosidad y el entusiasmo que suscita lo desconocido.  


Imagen de apertura de esta entrada: Pigmalión y Galatea (ca. 1890) de Jean-Léon Gérôme (Francia, 1824-1904). Óleo sobre lienzo, 88.9 x 68.6 cm. Museo Metropolitano de Arte, Nueva York.

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