Elena Poniatowska: Del testimonio a la escritura

 



Elena Poniatowska ha realizado innumerable cantidad de entrevistas a escritores, intelectuales y políticos. Muchos de sus libros tienen su origen en una conversación, y sin embargo no es tan sencillo entrevistarla. Parece mucho más dispuesta a escuchar y a escribir que a opinar y reflexionar sobre su propia obra. Pero toda charla con ella es agradable y, dada la dimensión literaria e ideológica de sus textos, cada respuesta se resignifica. La conocí en México durante el año 1991, cuando se cumplían los 20 años de la publicación de La noche de Tlatelolco. Pudimos conversar en varias oportunidades, de manera informal, sobre su literatura y la historia de su país, pero quedó pendiente una entrevista. Han pasado tres años y es en Buenos Aires donde nos reencontramos nuevamente. Si aquella vez me conmovió el respeto y la admiración que sienten por su persona y su trabajo los otros escritores y, en especial, los estudiantes, hoy me impresiona su asombro al descubrir cuántos la conocen y la han leído en Argentina. Con el correr de los años y los libros, resulta indiscutible que ha sabido construirse un lugar dentro del campo cultural no solo de su país, sino de América Latina. Ha publicado La noche de Tlatelolco; Fuerte es el silencio; Nada, nadie; Querido Diego, te abraza Quiela; Hasta no verte Jesús mío, Tinísima y De noche vienes. Domingo 7 y Palabras cruzadas reúnen solo una parte de sus entrevistas.



Voces y recuerdos

En la creación de muchos de tus libros, tanto en las crónicas como en el caso de las novelas, hay un primer paso, un trabajo previo a la escritura y edición dedicado a entrevistar gente. Me gustaría que me contaras el modo de encararlas, cómo manejás después ese material.

—Sí, yo entrevisto a varias personas. En general, cuando hago las entrevistas, las personas me hablan mucho. Por ejemplo, como en el caso de Tina Modotti, me hablaban mucho más de su propia vida que de la de Tina Modotti y sobre lo que me interesaba a mí específicamente saber. Pero bueno, todo me sirve. Todo lo que hago lo utilizo después.

¿Qué pasó en particular con estas últimas entrevistas?

—Entonces entrevisté a muchísima gente que me contó su vida. Por ejemplo, todos los que estuvieron en la guerra de España y me contaban su actuación en la guerra, lo que había significado la guerra, lo que era la guerra. Me presentaron a su familia y entonces obtuve mucho más material del que yo necesitaba. Y sucedió lo que sucede en los programas de televisión, que se cuelgan. En un programa dicen «Ya se colgó», y entonces yo me colgaba y me colgaba. Haz de cuenta que yo era un equilibrista y me colgaba hasta el fin de los tiempos. Creo que sobre todo esto ocurre con personajes como Tina Modotti.

¿Qué hacés con el resto del material?

—Ahí se queda. A lo mejor alguna vez le sirva a alguien, no sé. Pero el libro ya lo eliminé y luego trato de olvidar.

Tus libros muestran que valorás bastante la oralidad…

—Bueno, le doy primero mucho valor a las entrevistas, sobre todo en ese primer momento; mucho valor al diálogo, a la información que me llega directamente de la gente.

¿Hay un trabajo previo o posterior de investigación?

—Voy a las hemerotecas y busco muchísimo en las bibliotecas. Sí, hago después un trabajo así, de investigación.


Mundos paralelos

Teniendo en cuenta el desarrollo y la tradición de la literatura mexicana, ¿qué importancia le das a la novela y a la crónica?

—Bueno, le doy el valor que tienen en ese momento. Si hago crónica, amo la crónica; si hago novela, amo la novela. Hay libros que pueden ser más periodísticos que otros, como La noche de Tlatelolco o Fuerte es el silencio.

Te lo pregunto en relación con el peso que cada género tiene en México y por el gran resurgimiento del testimonio a partir de los sesenta.

—Yo creo que la novela exige más tiempo, exige mucha más reflexión, más investigación, más estar a solas con uno mismo, y la crónica, por el hecho de que es premura, de que tienes que entregarla con cierta rapidez, exige más participación. Te exige estar allí presente, tomar notas, entrevistar a la gente. No escribiría una novela con lo de Chiapas, escribiría una crónica.

¿Por qué no una novela?

—Porque no tiene caso. Yo creo que en sí mismo ya es una novela lo de Chiapas. Ese personaje idealista, un personaje maravilloso… Yo creo que es mucho más interesante ese personaje del comandante Marcos que cualquier personaje de ficción. No escribiría para nada una novela.

¿Qué ocurre en México con los cronistas actuales?

—Bueno, yo creo que hay grandes cronistas en México, sobre todo Carlos Monsiváis, que es uno de nuestros mejores cronistas. Pero yo creo que ellos incluso se acercan a la novela por todo lo que leen y escriben.

En el caso de Querido Diego, te abraza Quiela, recurrís a una forma canónica, muy tradicional en América Latina, que es la novela epistolar. ¿Cómo la imaginaste?

—Simplemente escribí las cartas que yo pensé que le podía escribir Angelina Beloff a Diego Rivera a raíz de leer, de enterarme de que Angelina Beloff existía por el libro La vida fabulosa de Diego Rivera. A partir de allí imaginé la vida de Angelina Beloff.


De libro en libro

Tus textos producen un efecto muy fuerte. Tus lectores aman a Jesusa Palancares, odian a Diego Rivera y se indignan, sufren cuando leen los testimonios de La noche de Tlatelolco. ¿Tenés en cuenta ese modo de participación tan directa, tan visceral que provocan tus libros?

—Yo no, porque yo soy una gente muy solitaria, que trabajo en mi casa. Y sí siento que hay una recepción, pero yo creía que era solo en México. Cuando me vienen a entrevistar, cuando me llaman, sé que han leído mis libros, pero desde luego no me doy del todo cuenta porque siempre estoy metida en el próximo libro.

¿No buscás un efecto como en el caso de lo que se conoce como «literatura de combate»?

—No, no.

—¿Tampoco con La noche de Tlatelolco?

—No, tampoco. Es un libro que yo ni siquiera pensé que se iba a publicar. Es un libro que yo empecé a hacer cuando todos mis artículos se rechazaban automáticamente en todos los periódicos. Entonces empecé a guardarlos; empecé luego a ir a las cárceles, a visitar a los presos políticos. Entonces a raíz de eso salió La noche de Tlatelolco. De hablar sobre todo con las madres, porque las madres eran las más valientes, eran las que decían: «Si yo he perdido a mi hijo, qué más me puede pasar, ¿no?, qué más me pueden hacer». Es por eso que salió este libro.

¿Cómo fuiste seleccionando las informaciones, los testimonios?

—Fui seleccionando porque la gente me contaba más o menos lo mismo, y entonces de cada gente escogí lo que a mí más me conmovía, o más me llegaba, o me parecía más lírico. En fin, por los temas mismos.


El peso de la realidad

¿Qué te lleva a buscar o a elegir lo que será el núcleo central del próximo libro?

—No es por voluntad, tampoco es así. Yo creo que se debe también a lo que existe, a todos los acontecimientos de mi país: Tlatelolco, el terremoto… La noche de Tlatelolco, Fuerte es el silencio son algunos libros que tienen que ver con la crónica, pero no otros libros, como el de Tina Modotti. Se iba a hacer en México una película y me pidieron a mí que escribiera el guion de cine. Finalmente no se hizo la película porque no hubo el dinero, y yo me quedé con el interés por Tina Modotti, de saber saber quién era. Había entrevistado a todos sus contemporáneos. Esa fue una mujer extraordinaria.

¿Te sentís ligada a una tradición de escritura de mujeres?

—No. Yo me siento ligada a muchos escritores. No me siento ligada especialmente a las mujeres o a alguna época. Durante el terremoto, trabajé por ejemplo con Carlos Monsiváis. Hacíamos casi los mismos reportajes, y él escribió un libro que se llama Entrada libre, y yo escribí Nada, nadie.

¿Cómo ves la participación ciudadana, la reacción de la gente en México a partir del 68?

—Yo veo un país que está avanzando, veo un país en el que hay una mayor participación de la sociedad.

¿Viajás mucho? ¿Conocés otros países de América Latina?

—Estuve mucho en Estados Unidos, en Europa. Estuve en Venezuela hace cuarenta años. Pero no conozco el Perú. Voy a estar solo tres días en Buenos Aires… Salgo en realidad poco.

Tus textos giran en torno a México. ¿Escribirías sobre otros países?

—No. Yo he escrito algunas cosas… Me interesa Manuela Sáenz, pero realmente sé poco de ella, y a mí no me gusta escribir sobre lo que no sé.

¿Cómo ves la relación entre literatura e historia?

—Yo veo que la historia y la literatura están muy ligadas, que en mi país están publicando novelas en estos últimos años muchos historiadores, como lo es Héctor Aguilar Camín, Enrique Krauze. Entonces yo creo que sí hay una gran relación. Te puedo hablar también de Fernando del Paso.

Tus textos estallan a partir de alguien que recuerda. Al entrevistar gente, los obligás a hacer memoria, y al lector también lo inducís a reflexionar sobre la historia de tu país.

—Bueno, sí. Yo trabajo mucho con la memoria, porque la gente que entrevisto recuerda y yo trato de reflejar ese recuerdo.


Entrevista realizada en Buenos Aires, en marzo de 1994. Forma parte del libro Las huellas de la memoria. Entrevistas a escritores latinoamericanos, Buenos Aires, Beas, 1994.

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