Hay Festival Cartagena: ¿conversaciones o entrevistas?

 




Del 26 al 29 de enero de 2023, tuvo lugar en Cartagena de Indias, Colombia, un nuevo Hay Festival. Quienes no podían asistir contaron con la posibilidad de acceder en línea a algunas de las actividades. Entre la variada oferta, me interesaron en especial dos, en las que participaron los escritores Leonardo Padura y Abdulrazak Gurnah, Premio Nobel de Literatura 2021. Dos autores en los que la historia de sus respectivos lugares de origen –La Habana y Zanzíbar– impregnó sus libros y detonó decisiones contrapuestas: seguir permaneciendo en Cuba, en el caso de Padura; alejarse de Tanzania y vivir en Inglaterra en el de Gurnah, quien es considerado un autor poscolonial por los temas que aborda, pero que escribe en inglés, la lengua de los colonizadores.

Si bien muchos de estos eventos suelen presentarse como conversaciones, se genera en general la expectativa de que se trata de entrevistas en las que hay una figura central, y otra que abre, conduce y cierra el encuentro. La cuestión es que en esta oportunidad, además del aporte interesante brindado en cada caso por los entrevistados, los entrevistadores –el periodista español Juan Diego Quesada y el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez– asumieron roles y estilos muy disímiles, que marcaron una llamativa diferencia.


1. Leonardo Padura en conversación con Juan Diego Quesada




En Cuba las torres de marfil no existen –casi nunca han existido– y desde hace más de cincuenta años la política se vive como cotidianidad, como excepcionalidad, como Historia en construcción de la cual no es posible evadirse. Y tras la política marcha la trama económica y social que, como en pocos países, depende de la política que destila de una misma fuente, aun cuando el líquido chorreante pueda salir por las bocas de diferentes leones que, al fin y al cabo, comparten un mismo estómago: el Estado, el gobierno, el partido, todos únicos y entrelazados. Por tal razón, la política, en Cuba, es como el oxígeno: se nos mete dentro sin que tengamos conciencia de que respiramos, y la mayoría de las acciones cotidianas, públicas, incluso las decisiones íntimas y personales, tienen por algún costado el cuño de la política.


Leonardo Padura, Agua por todas partes



El sábado 28 de enero Leonardo Padura fue entrevistado por Juan Diego Quesada, periodista del diario El País de España, que abrió el encuentro con una síntesis de Personas decentes, la última novela del escritor cubano, en la que reaparece el emblemático personaje de Conde. Tomando como disparador el posible sentido del título, la primera pregunta de Quesada fue directo al grano: «¿Qué es para ti la decencia?». En su respuesta, Padura retomó puntos de la síntesis de la presentación y se explayó sobre el comportamiento de las personas en ciertos momentos históricos de Cuba, haciendo foco en los proxenetas y la prostitución de mujeres. Aclaró entonces que su personaje es un detective decente, pues respeta determinados códigos sociales.

Entre otros temas, Padura habló sobre sus respectivos métodos de investigación como filólogo y periodista, presentes en la etapa previa a la escritura de una novela, en la que indaga sobre el acceso a material bibliográfico y conversa con determinadas personas. «No dejo de hacer periodismo», afirmó. Contó que le resulta imposible escribir una ficción ante determinados sucesos. Cuando eso ocurre, activa al periodista que hay en él y entonces escribe una crónica. «Yo lo siento como un espacio [el del periodismo] que me complementa como escritor».

Si bien estas «conversaciones» no suelen extenderse más de una hora, el tiempo alcanzó para que Padura hablara de Personas decentes, de su obra en general y de la realidad de Cuba; y hacia el final del encuentro, incluyó a su detective dentro de una familia literaria. Quesada lo escuchó con atención. Teniendo en cuenta sus respuestas, repreguntó varias veces, posiblemente apartándose por un momento de lo apuntado en sus papeles, a los que cada tanto regresaba. Aunque quedó claro que conoce la obra de Padura y ha reflexionado sobre algunos aspectos de esta, no se detuvo en analizar ni brindar interpretaciones sobre sus novelas. Lo suyo fue conducir el diálogo a través de preguntas cortas, bien precisas, lo que posibilitó la construcción de un espacio en el que Padura pudo compartir con la audiencia sus ideas y experiencias como escritor.

Al hacer referencia a Conde, también habló sobre episodios de su vida y señaló algunos elementos autobiográficos presentes en sus ficciones. Fueron respuestas marcadas con su sello particular: el humor y la simpatía que lo caracterizan, dos cualidades que Quesada festejó a pleno. Algunas preguntas tuvieron como antecedente la lectura de fragmentos de la novela, siempre formuladas con un acotado protagonismo, facilitando que Padura se explayara a gusto en sus explicaciones y el relato de anécdotas personales. Durante la mayor parte de la entrevista prevaleció la voz del entrevistado, la figura central del evento, que era sin duda a quien el público quería escuchar.

A partir de la frase que Conde tiene en su escritorio –«Escribir nunca fue fácil»–, Quesada le preguntó: «¿Por qué es tan jodido escribir?». Luego de aclarar que lo que quiso decir Conde es que «escribir bien» nunca fue fácil, Padura contó que escribe, revisa y corrige mucho sus textos: «Tienes que escribir y volver a escribir, y pensar y meditar cada palabra». «El gran desafío del escritor es poder expresar a través de las palabras lo que ha pensado y ha querido decir». Coronó lo anterior con este comentario: «Cada libro que yo he escrito es el mejor libro que he sido capaz de escribir en el momento en el que lo escribí. Y si no es mejor, no ha sido por falta de esfuerzo, sino por falta de talento». Comentó que cuando está cansado, después de unas cinco horas de trabajo, ante la posibilidad de caer en la solución más fácil, interrumpe: «Sé que la solución más fácil no es la mejor». 

Juan Diego Quesada indagó qué huellas dejó en él su novela El hombre que amaba a los perros, el libro que lo hizo trascender como escritor, sobre todo en el mercado en lengua española y portuguesa. Padura contó que le tocó releerla debido a que sería traducida al húngaro, que se impresionó al hacerlo y hasta se preguntó cómo había podido escribirla. Recordó entonces que, tras los cinco años que le llevó producirla, al terminarla se sintió «físicamente enfermo» debido al argumento.

Hacia el final, otra pregunta concisa, directa –«¿Cuáles son tus maestros?»– dio pie al «Muchos, muchos» de Padura. Señaló que Conde es nieto del Philip Marlowe de Raymond Chandler e hijo del Pepe Carvalho de Manuel Vázquez Montalván. Y precisó que sus dos grandes referentes literarios se encuentran en la producción narrativa del siglo XX: las novelas norteamericanas, porque «cuentan como nadie las historias»; y la novela en lengua española, sobre todo las del boom, con el que se siente en deuda. Nombró también a Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Guillermo Cabrera Infante, Julio Cortázar y Fernando del Paso. Y además dijo que, antes de comenzar la escritura de una nueva novela, sigue el ritual de leer unas páginas de Conversación en La Catedral de Mario Vargas Llosa. «He aprendido de todos y he aprendido mucho, porque en definitiva uno no inventa nada. Uno dice de la forma en que puede, que ha aprendido, que es capaz, y de la mejor manera que puede lo que tiene por dentro y trata de expresar para entregárselo a los lectores. Ese es el secreto de todo».

Hubo aplausos, y enseguida las frases de cierre de Juan Diego Quesada: «Se nos acabó el tiempo. Muchas gracias, Leonardo. Ha sido fantástico». Digamos que Quesada puso lo suyo para que así fuera.


2. Abdulrazak Gurnah en conversación con Juan Gabriel Vásquez


He vivido toda mi vida adulta fuera de mi país natal, me he establecido entre extraños, y ahora no puedo imaginar cómo podría haber vivido de otra manera. A veces intento hacerlo y soy derrotado por la imposibilidad de resolver las hipotéticas elecciones que me formulo. Así que escribir en el seno de mi cultura y mi historia no era una posibilidad, y quizás no sea una posibilidad para ningún escritor en un sentido profundo. Sé que llegué a escribir en Inglaterra, en aislamiento, y ahora me doy cuenta de que esta condición de ser de un lugar y vivir en otro ha sido mi tema a lo largo de los años, no como una experiencia única que he tenido, sino como una de las historias de nuestros tiempos.


Abdulrazak Gurnah, «Escritura y lugar»


Ese mismo sábado, Abdulrazak Gurnah y Juan Gabriel Vásquez conversaron en el Auditorio Getsemaní del Centro de Convenciones de Cartagena. Pero la lógica del diálogo fue diferente de la que primó entre Padura y Quesada. 

En el inicio del encuentro en el que ambos hablaron en inglés y fue traducido en simultáneo al español, Vásquez hizo referencia a las novelas de Gurnah y describió durante varios minutos la sensación que tuvo cuando viajó unos ocho años atrás a Tanzania. Tras eso, formuló la siguiente pregunta: «¿Tú compartes esa sensación de que solo por medio de la ficción podemos realmente comprender cómo es una sociedad profundamente? Por medio de tus novelas haces eso en parte, nos pones una luz en cosas que quizás no podríamos conocer por fuera de la ficción». Como era previsible, la respuesta fue ratificatoria: «Sí, así es». Gurnah contó que, al leer material sobre las sociedades africanas, sintió que no reflejaban realmente la realidad que estas vivían y que, en cambio, la ficción ofrecía una perspectiva más íntima. 

Muchas de las intervenciones de Vásquez siguieron el patrón anterior: en general, las preguntas surgieron a partir de una idea personal, de una reflexión sobre la relación entre ficción y realidad; de ahí que las preguntas se redujeran en su mayoría a «¿Estás de acuerdo?», «Compartes esto?», y que la respuesta gentil de Gurnah fuese brevísima: «Sí».

De todos modos, más allá del desborde de Vásquez, el autor africano pudo hablar del peso determinante que tuvo la situación histórica y política del lugar en el que nació en su decisión de irse y vivir en un país donde pudiera estudiar y desarrollarse. Lo importante para él era «no olvidar las circunstancias, la injusticia, pero al mismo tiempo procurar comprender cómo esos eventos llegaron a ser». Fue de esa experiencia que nació la necesidad de desmentir la narrativa colonialista que justifica hechos del pasado. Por ello, decidió contar la historia como él la veía, incluso corriendo el riesgo de ofender a algunas personas. Necesitaba recordar su hogar en Zanzíbar, una pequeña isla, y ponerlo en perspectiva. Su percepción es que hay historias que tienen sentido incluso cuando son conocidas en otras partes. 

Fiel al estilo con el que encaró buena parte de la conversación, Vásquez comentó que lo imaginaba de joven, buscando un refugio, un espacio en la escritura; y entonces preguntó: «¿Así se dio en tu caso?». «Sí, así fue», respondió Gurnah. Contó que no le importaba tanto escribir ficción, sino el acto mismo de escribir. «Fue una herramienta útil para mí», precisó, y agregó que encontró claridad al escribir sobre determinados hechos. Aunque el objetivo final no era escribir para los otros, sino para él mismo, dijo que un texto se vuelve realmente una escritura cuando se piensa en cómo lo recibirá el lector, cuando se le da una forma. En su caso, esa parte vino mucho después.

Vásquez quiso saber qué pasó con los libros que dejaron en su país los administradores ingleses, dando por hecho que Gurnah armó su biblioteca en parte con ese material. Luego llegó la pregunta: «¿Esto me lo estoy inventando completamente o tiene algo de cierto?». Y nuevamente la respuesta afirmativa: «Sí, esa fue parte de mi experiencia». Además de leer los libros de la biblioteca del colegio de Zanzíbar, se produjo lo que dio en llamar «proceso accidental de adquisición de libros». 

Vásquez enfocó un pasaje de la novela A orillas del mar, habló sobre el legado narrativo del colonialismo, sobre la imposición de una historia sobre los colonialistas, e insistió con la idea del principio: «¿Tú crees que esta sea una de las cosas que hacen las novelas, procurar recuperar la capacidad de contar nuestra propia historia? ¿Tú crees que la literatura es una forma de resistir todas esas historias que nos han sido impuestas por los que tienen el poder de hacerlo?». Respuesta: «Sí, en particular cuando hay una narrativa poderosa. No tiene que ser colonialismo necesariamente, aunque ese es un ejemplo contemporáneo que aplica para mi experiencia en particular y la de este continente». Gurnah dijo: «Es muy importante que podamos resistirnos a estas narrativas que, en general, distorsionan para unos fines específicos, y esos fines casi siempre tienen que ver con el poder y el dominio, ya sea una dictadura o el colonialismo, o lo que fuera el caso», porque para un escritor es importante escribir sobre lo que ve.

En tono de pura conversación, no de entrevista, Juan Gabriel Vásquez compartió con el invitado: «Me gusta la idea de la rebelión, de que la literatura se rebele a estas historias que son impuestas por los que tienen poder». Para él la literatura se niega a esas imposiciones. «Yo siento que es eso lo que hacen tus novelas», remató. Después, dejó de lado el «tú» y, a través de la siguiente pregunta, volvió a formular por tercera vez la misma cuestión: «¿Cree usted que hay verdades, incluso si estas verdades son pequeñas, sobre nuestro pasado histórico que pueden tal vez ser más fácilmente descubiertas o reveladas a través de las novelas? ¿Cree usted que las novelas pueden contar cosas del pasado que los otros libros no están contando?». Gurnah respondió: «Definitivamente. Sí, y tal vez de una manera más sistemática»; y explicó que, al escribir ficción, hay otra manera de manejar la información, surgen otras exigencias.

Hacia el final de la charla, el escritor colombiano hizo referencia a un ensayo de Toni Morrison sobre la experiencia de escribir la historia de una esclava que mata a su propia hija para que no sea esclava. La novela es Beloved, publicada en 1987, por la que Morrison obtuvo el Premio Pulitzer. Vásquez se extendió unos minutos en la explicación, y le preguntó a Gurnah si sintió que no podía escribir sobre determinados temas como ya lo habían hecho otros escritores. La respuesta: «Toni Morrison escribía como una afroamericana contrastando estas culturas narrativas, pero en un mismo registro narrativo. Yo provengo de otro momento. Yo nací en una cultura musulmana y hablaba suajili, y las narrativas cimentadas en mi niñez, en mi crianza fueron muy distintas y tuvieron mucho que ver con las tradiciones de nuestra cultura, pero también, en general, del Islam. Así que para mí no fue algo en lo cual tenía que destacarme. Para mí fue un legado dinámico, como un obsequio, un regalo, algo con lo que podía impregnar mi escritura». Y aclaró que no se le ocurrió escribir como tal o cual escritor, y que tampoco compartía la tensión planteada por Toni Morrison.

Continuando con la marca personal que le impuso al encuentro, Juan Gabriel Vásquez cerró la conversación con un toque nacionalista, convocando Cien años de soledad. Teniendo en cuenta el impacto que produjo su lectura en varios autores extranjeros que él admira, le preguntó a Abdulzarak Gurnah si le había interesado la novela de García Márquez. Como ocurrió al referirse a Toni Morrison, posiblemente la respuesta no cubrió sus expectativas. Gurnah dijo que recordaba cuando Cien años de soledad se volvió un libro conocido. Contó que leyó varios libros del autor caribeño que le abrieron una nueva forma de ver las novelas y entender la realidad, pero que no le llamó la atención como para seguir ese estilo.

En el Hay Festival de Cartagena del año anterior, uno de los eventos fue «Juan Gabriel Vásquez en conversación con Irene Vallejo». En el inicio, el autor de El ruido de las cosas al caer declaró públicamente su admiración por la filóloga española y que le habría gustado ser él quien hiciera las preguntas y ella la entrevistada. A lo largo de la historia del Hay Festival, en varias oportunidades, Vásquez ocupó un lugar protagónico, pero con Gurnah le tocaba jugar otro rol. Sabe y ha experimentado que esos eventos, aunque se presenten como conversaciones, son entrevistas en las que hay una figura central y otra que cumple la honorable función de propiciar el diálogo. Por eso, en estos casos, tal como hizo la autora de El infinito en un junco cuando conversó con él, toca dejar de lado al escritor consagrado, administrar la palabra y ser, simplemente, un buen y acotado lector. Con eso alcanza.


Imagen de apertura de esta entrada: interior del Teatro Adolfo Mejía de Cartagena de Indias, Colombia.

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