Andrés Rivera: La revolución es un sueño eterno
En La revolución es un sueño eterno Andrés Rivera interroga el pasado argentino y muestra algunos de los rasgos con los que nace nuestro país a principios del siglo XIX.
Los turbulentos días de mayo de 1810 han quedado lejos. Tras ser uno de los representantes de la Primera Junta y el gran orador de la revolución, Juan José Castelli está confinado en su casa, derrotado como hombre político y consumido por una enfermedad que lo llevará a la muerte. Con las pocas fuerzas que le quedan escribe ahora, en su cuaderno de tapas rojas, sus pensamientos y recuerdos. Ya no hay lugar para las acaloradas polémicas entre adversarios. Es que «el invierno llega a las puertas de una ciudad que extermina la utopía pero no su memoria». Y ese deseo malogrado de forjar entre todos un país libre y justo se convertirá en la obsesión de sus últimos días: ¿acaso hay alguna revolución que pueda compensar la pena de los hombres o se trata, simplemente, de un sueño imposible?
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PARA ENTRAR EN TEMA
El autor
Andrés Rivera —su nombre verdadero es Marcos Ribak— nació en Buenos Aires en 1928. Tomó el «Andrés» de la calle donde vivía —Andrés Lamas— y el apellido, por la admiración que le produjo el escritor colombiano Eustaquio Rivera. Como él mismo señala, es porteño por nacimiento y cordobés por adopción, ya que desde hace más de treinta años vive en esa provincia.
Proveniente de un hogar humilde y de trabajadores, fue obrero textil como su padre, un dirigente sindical del gremio del vestido. Al recordar su infancia, se ve rodeado de libros. De esa época dice: «Vivíamos muy estrechamente, como correspondía a la vida de un obrero en la década del 30 en este país. De manera que voy a decir una cosa un poco jactanciosa, diría que casi exclusivamente mis únicos juguetes eran los libros, la lectura de los libros. Allí debe haber nacido eso que se llama vocación».
Y en una entrevista realizada en junio de 2011 por Silvina Friera cuenta:
Sí, mi padre fue dirigente sindical de los obreros del vestido de Capital Federal. En los últimos meses de la dictadura del 4 de junio de 1943, fue detenido. Todos esos años vivimos de hecho en la clandestinidad. Yo era un jovencito insolente, estábamos en una casa de inquilinato y compartíamos la cocina con los otros inquilinos. En la pieza, mi padre, que era un obrero de calidad, instaló una máquina Singer con motor. Mi madre retiraba trabajo en la calle Canning —que ya no se llama más así— y mi padre cosía. Y lo que cosía mi padre, mi madre lo llevaba a esa casa de vestidos de la calle Canning y con lo que ella cobraba vivíamos…
Comenzó a escribir a finales del cincuenta, momento en que produce su obra inicial: El precio (1957), Los que no mueren (1959), Sol de sábado (1962), Cita (1965) y Ajuste de cuentas (1972).
Debido a la situación del país, luego de más de diez años de silencio, en 1982 abre su segundo período creativo con la publicación del libro de cuentos Una lectura de la historia y la novela Nada que perder. Tres años después, en 1985, recibe el Segundo Premio Municipal de novela por En esta dulce tierra y en 1992, el Premio Nacional de Literatura por La revolución es un sueño eterno, que le permite dedicarse de lleno a la escritura y abandonar su trabajo como corrector de estilo. Es autor, además, de El amigo de Baudelaire, La sierva, Mitteleuropa, El farmer, Nada que perder, La lenta velocidad del coraje, El profundo Sur, Tierra de exilio, Cría de asesinos, Hay que matar, Ese manco Paz, Esto por ahora, Traslasierra, Estaqueados, Por la espalda, Guardia blanca y Kadish, su último libro publicado.
Junto a su esposa Susana Fiorito, a quien el autor le dedica La revolución es un sueño eterno, llega a Córdoba en 1989 y con el dinero ahorrado durante ocho años compran un depósito de forraje en el barrio de Bella Vista, donde inauguran la Biblioteca Popular. Comienzan con cuatrocientos libros, ordenados sobre tablones y ladrillos, y treinta años después ese caudal llega a 21 000 volúmenes, que consultan alrededor de 1400 suscriptores. En la biblioteca funciona un centro cultural que ofrece diversos cursos a la comunidad.
La narrativa de Andrés Rivera
El escritor Eduardo Belgrano Rawson ha señalado la «fuerza impresionante» de la literatura de Andrés Rivera y cómo los jóvenes disfrutan de la lectura de su obra: «Es raro, porque se trata de un escritor al que lo separan muchos años de sus lectores, que tiene su propio código, representante de su propia generación, con sus propias luchas y, sin embargo, hay mucha gente joven que se siente identificada por esa literatura». Y agrega: «Rivera dice con el veinte por ciento de las palabras lo que los demás decimos en doscientas».
Algunas novelas de Rivera se relacionan entre sí porque completan un ciclo importante de la historia argentina. La revolución es un sueño eterno toma los episodios de la Revolución de Mayo; En esta dulce tierra, el período rosista; El amigo de Budelaire y La sierva, la unificación de nuestro país. En El farmer, Rivera imagina la etapa final de la vida de Juan Manuel de Rosas, solo, ya viejo y sin poder.
Al hacer referencia a su actividad creativa, Rivera se autodefine como un «escritor honesto», porque sabe cuándo tiene que escribir y cuándo debe dedicarse a leer a los otros autores. Su relación con la escritura es siempre apasionada, y esa fuerza se percibe al leer sus ficciones, sobre todo en el perfil y en el discurso de sus protagonistas.
La revolución es un sueño eterno
En sus libros, notas y entrevistas, Rivera muestra una mirada desencantada sobre el devenir de la historia, porque observa que hay sucesos que se repiten sin remedio, como el abuso de poder, la corrupción, la desigualdad y la injusticia social. Eso lo ha llevado a sentirse contemporáneo de Juan José Castelli, el orador de 1810, al que convierte en el protagonista desesperanzado, con una enfermedad terminal, de su novela La revolución es un sueño eterno.
Dice Rivera en una entrevista: «La carrera política de Castelli fue brevísima, duró apenas seis años, desde las Invasiones Inglesas en 1806 hasta 1812, en que es confinado en su casa luego de haber sido representante de la Primera Junta en los ejércitos que marcharon al Alto Perú». El autor explica por qué se siente tan cerca de Castelli: «Porque imaginé que él debió padecer, sufrir y gozar aun, como aquellos que se propusieron cambiar la cara y cuerpo a nuestro país, sin éxito o sin alcanzar la victoria».
Si bien Andrés Rivera toma sus personajes y núcleos narrativos del pasado, sus historias arrojan luz sobre nuestro presente:
Pasaron ciento y pico de años y, ¿qué cambió? Hubiera escrito otra cosa pero no hubo cambios. Salvo en el aspecto físico de esta ciudad y de este país. En lugar de carretas hay camiones, en lugar de diligencias tenemos autos, las calles están asfaltadas. Eso es todo. El sistema que rige a los hombres no cambió. Los usureros están, los burgueses están, los que no tienen nada también están.
Andrés Rivera: La revolución es un sueño eterno. Edición especial para el trabajo en el aula con guía de actividades de prelectura, análisis y lectura comprensiva, taller de escritura e introducción a cargo de Graciela Gliemmo. Buenos Aires, Emecé, 2012.