«¿Por qué ley fatal e incomprensible la realidad nunca se
ajusta a la dimensión de nuestros sueños? ¿Por qué el tiempo de la espera, de
las ilusiones, supera con amplitud los momentos en que las fantasías se
deforman hasta ser reales?»
Estos interrogantes, formulados en la voz de uno de los
personajes de Graciela Gliemmo, bien podrían funcionar como claves de lectura
para este exquisito conjunto de cuentos. Pues en El tiempo que quieras se
vislumbra la «revelación de un mundo» inquietante: el mundo que
late entre lo onírico y la vigilia, entre el deseo y la realidad; el mundo que
palpita entre la memoria y el olvido, y que se manifiesta en el presente en los
pliegues de lo cotidiano, en la identidad más íntima.
Una palmera que ensombrece a los amantes; una despedida
teñida de abandono; la sugestiva elección de una orquídea o de una habitación
adolescente; el cambio en el rumbo de una vida matizada por la ambigüedad de lo
fantástico; la voz de Penélope tejiendo su verdadera personalidad; la ilusión
de un amor para siempre… Con delicioso erotismo femenino y una importante cuota
de ironía, Graciela Gliemmo nos regala generosamente «un libro para quedarse a vivir
con él, para comer, para dormir con él».
No tengo experiencia en escribir prólogos. Este es el primero. Y me toca hacerlo con el primer libro de cuentos de Graciela Gliemmo, autora —hasta el momento— de textos no ficcionales.
En principio me cautivó el título. Remite a un personaje de Clarice Lispector —una niña devoradora de historias—, que desea mucho, mucho, un libro ajeno. Frente a El tiempo que quieras, algo semejante me pasó a mí.
Cuando leí el primer cuento, sentí una familiaridad con las voces, con los personajes, con el clima. Cuando leí el segundo, me ganó, además del interés, el desconcierto. Fui avanzando con cautela. Porque tuve como lectora la sensación de haber birlado la vigilancia de un portero distraído para subir al primer piso de un edificio desconocido. Vi un pasillo largo y una alfombra que cubría, de punta a punta, el centro del pasillo. Entonces, bajo el filo que separaba cada puerta del piso de madera, pude intuir cuánta luz o cuánta penumbra había adentro. Pude escuchar los rumores de voces cálidas, hostiles, respiraciones livianas, suspiros agobiados de personajes que ansiaba conocer mirándolos de frente. Avancé, después, por los cuentos con la avidez de una censista que logra trasponer el umbral y se demora en cada habitación para hacer, primero, las preguntas de rigor y luego, otras preguntas. Esas que nunca figuran en los formularios.
Ese pasillo que, en apariencia, prometía siempre lo mismo (todas las puertas parecen iguales, idénticas las mirillas, los mismos picaportes) rompe en su recorrido con la ilusión de lo unívoco. La lectura de cada cuento es inquietante porque te lleva hasta la próxima puerta con otra ilusión: saber que llegarás al final con el oído colmado de múltiples voces, de rumores diversos. Con el deseo, también, de desandar el pasillo para trasponer los umbrales otra vez. para quedarte en alguno de esos cuartos ajenos, el tiempo que quieras.
Ana María Bovo
Graciela Gliemmo: El tiempo que quieras (pról. Ana María Bovo), Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2011.
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NOTAS Y RESEÑAS