Ernesto Sabato: El túnel

 

 

Esta es la historia del amor obsesivo que el pintor Pablo Castel siente por María Iribarne, la única persona que se identifica con un detalle —para él fundamental— de uno de sus cuadros. Su locura por esta mujer lo llevará a cometer el acto más atroz: asesinarla, a pesar de haber estado tan cerca de ella, de haber sido comprendido por ella como nunca antes lo fue por nadie. Encerrado en sus pensamientos, ajeno a toda posibilidad de escucharla, dará por cierta cada una de sus conjeturas y se dejará llevar por sus feroces razonamientos. Ajeno al mundo, a los otros, para Castel la realidad hostil se vacía de sentido, y la existencia humana se vuelve pesada, incomprensible, una trampa.

Publicada en 1948 y elogiada, entre otros, por Albert Camus y Thomas Mann, El túnel, la primera novela de Ernesto Sabato —«el mejor de los discípulos latinoamericanos del existencialismo», como lo definió un crítico—, es un clásico inquietante y conmovedor de la literatura argentina.

 

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PARA ENTRAR EN TEMA

 

El autor

Ernesto Sabato nació en Rojas, provincia de Buenos Aires, el 24 de junio de 1911. Al recordar su infancia en Antes del fin, se ve a sí mismo como un niño solitario. También reitera en varias oportunidades lo severo que era su padre, el miedo que le despertaba:

Mi padre era la autoridad suprema de esa familia en la que el poder descendía jerárquicamente hacia los hermanos mayores. Aún me recuerdo mirando con miedo su rostro surcado a la vez de candor y dureza. Sus decisiones inapelables eran la base de un férreo sistema de ordenanzas y castigos, también para mamá. Ella, que siempre fue muy reservada y estoica, es probable que a solas haya sufrido ese carácter tan enérgico y severo. Nunca la oí quejarse y, en medio de esas dificultades, debió asumir la ardua tarea de criar once hijos varones.

La educación que recibió fue, de acuerdo con sus palabras, «durísima». Según su criterio, la tristeza y la melancolía que lo caracterizaban se debían al carácter implacable de su padre. Pero también reconoció en su progenitor «su lado más vulnerable, [y que poseía] un corazón cándido y generoso».

Al terminar la escuela primaria, abandona en 1923 su pueblo para cursar la secundaria en el Colegio Nacional de La Plata, un espacio que recordaría siempre:

En este colegio y en esta ciudad, se echaron las raíces de todo lo que luego tuvo que ser. Porque el tiempo transcurrido, las ciudades que más tarde recorrí por el mundo, no pudieron borrar sus calles arboladas, estos tilos, estos plátanos. Pasaron los años, pero una y otra vez vuelve a mi memoria esta ciudad, donde acontecieron momentos importantes de mi vida. Donde nos conocimos con Matilde [su esposa], donde terminamos el bachillerato y luego la Universidad. Aquí nació nuestro hijo Jorge Federico y aquí murieron también nuestros padres. En estos patios, en este bosque a veces auspicioso, a veces melancólico, se forjaron las ideas esenciales que me acompañaron en la vida.

Cuando era un adolescente, Sabato construyó su refugio en la escritura y la lectura. Cuenta sobre aquellos años:

Para apaciguar el caos de mi alma volqué mis emociones y ansiedades en una serie de cuadernos, diarios, que quemé cuando fui más grande. Por la angustia en que vivía, busqué refugio en las matemáticas, en el arte y en la literatura, en grandes ficciones que me pusieron al resguardo en mundos remotos y pasados. De la biblioteca del colegio, tan vasta, y para mí inexplorada, aunque estaba sabiamente organizada, leí siempre a tumbos, empujado por mis simpatías, ansiedades e intuiciones. Recuerdo las bibliotecas de barrio fundadas por hombres pobres e idealistas que, con grandes esfuerzos, luego de todo un día de trabajo, aún tenían ánimo para atender cariñosamente a los chicos, ansiosos de fantasías y aventuras. Desde mi modesto cuartito de la calle 61, me embargaba hacia los mundos de Salgari y de Julio Verne; así como más tarde me recreé en las grandes creaciones del romanticismo alemán: Los bandidos de Schiller, Chateaubriand, el Goetz Von Berlichingen, Goethe y su inevitable Werther, y Rousseau. Con el tiempo descubrí a los nórdicos: Ibsen, Strinberg, y a los trágicos rusos que tanto me influyeron: Dostoievski, Tolstoi, Chejov, Gogol; hasta la aventura épica del Mío Cid y el entrañable andariego de La Mancha. Obras a las que una y otra vez he vuelto, como quien regresa a una tierra añorada en el exilio donde acontecieron hechos fundamentales de la existencia.

Crimen y castigo, que a los quince años me había parecido una novela policial, luego la creí una extraordinaria novela psicológica, hasta finalmente desentrañar el fondo de la mayor novela que se haya escrito sobre el eterno problema de la culpa y la redención. Aún me veo debajo de las cobijas, devorando con avidez aquella obra en edición rústica, de doble o triple traducción. Aún me oigo reír por el desenfado y la encarnecida ironía con que Wilde desnudaba la hipocresía victoriana. O el temblor que sentía entre las páginas de Poe y sus maravillosos cuentos; o las paradojas de Chesterton y el misterioso Padre Brown.

Con los años leí apasionadamente a los grandes escritores de todos los tiempos. He dedicado muchas horas a la lectura y siempre ha sido para mí una búsqueda febril.

Nunca he sido un lector de obras completas y no me he guiado por ninguna clase de sistematización. Por el contrario, en medio de cada una de mis crisis he cambiado de rumbo, pero siempre me comporté frente a las obras supremas como si me adentrara en un texto sagrado; como si en cada oportunidad se me revelaran los hitos de un viaje iniciático. Las cicatrices que han dejado en mi alma atestiguan que de algo de eso se ha tratado. Las lecturas me han acompañado hasta el día de hoy, transformando mi vida gracias a esas verdades que sólo el gran arte puede atesorar.

Cuando tenía dieciséis años, movilizado ante la injusticia social, Sabato comenzó a vincularse con anarquistas y socialistas. Luego se afilia al Partido Comunista. En 1930 tiene lugar el primer golpe de Estado en la Argentina, del cual recuerda:

Aquel primer golpe fue decisivo en mi vida pues tuve que ingresar en la clandestinidad, primero por mi condición de militante —siempre desprecié a los revolucionarios de salón— y luego, porque llegué a ser secretario de la Juventud Comunista, y era muy buscado por los represores. A causa de las persecuciones debí escaparme de La Plata, interrumpí los estudios y abandoné a mi familia para instalarme en Avellaneda, el centro obrero más importante.

Con motivo de lo que el Partido Comunista consideró como «desviaciones» ideológicas, Sabato debe viajar y pasa dos años en las Escuelas Leninistas de Moscú, de donde regresa «espiritualmente destrozado». Se refugia entonces en el Instituto de Físico-Matemática, allí realiza su doctorado.

Luego gana una beca para trabajar en radiaciones atómicas en el Laboratorio Curie, por lo cual viaja a París en 1938, junto con Matilde y su hijo Jorge. Ese viaje lo pondría en contacto con Wifredo Lam y con el grupo surrealista de André Bretón: Marcelle Ferri y Tristan Tzara, entre otros. En 1945 abandona definitivamente la ciencia para dedicarse exclusivamente a la literatura.

En su formación literaria, Sabato reconoce el peso de la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo. Durante esas reuniones nace su vínculo con varios autores argentinos; entre ellos, Jorge Luis Borges, de quien se alejará en 1956 por cuestiones ideológicas y políticas.

En ese ámbito eran infaltables Bianco y la clásica sopa para Borges. También iban Patricio y Estela Canto, Rodolfo Wilcock y a veces, Mastronardi. En medio de las discusiones sobre Stevenson, Henry James, Coleridge, Quevedo, Cervantes, eran frecuentes las conversaciones acerca del tiempo, Nietzsche y el eterno retorno, los números transfinitos y la expansión del Universo. Al provenir yo del mundo oscuro de los surrealistas, en medio de aquel límpido ambiente me sentía una especie de bárbaro; hasta que lograba infiltrar a los escritores rusos y, bajo la irónica mirada de Borges, las discusiones se extendían hasta la madrugada.

Pero no sería la literatura su único refugio, sino también la pintura, que lo sostiene en épocas difíciles, en especial cuando está deprimido. Comparando ambas actividades, ha escrito Sabato:

Y la pintura me ha ayudado a liberarme de las últimas tensiones. Probablemente porque es una actividad más sana, porque permite volcar de modo inmediato nuestras pavorosas visiones, sin la mediación de la palabra. Sin embargo, en las telas aún perdura cierta angustia, un universo tenebroso que sólo una luz tenue ilumina.

Muchos han elogiado su humildad. Muchos otros le han criticado su constante queja. Como ha señalado Ana María Shua, fue a la vez sobrevalorado y subvalorado, sobre todo como escritor. Lo cierto es que, así como recibió la admiración y el afecto de varias generaciones de lectores, también recogió críticas de diferentes sectores políticos e ideológicos, por algunas actitudes ambiguas y, en especial, por haber compartido un almuerzo con el dictador Jorge Rafael Videla, en el cual, sin embargo, como aseguraba Sabato —y también lo ha comentado el historiador Felipe Pigna— pidió por la vida del escritor Haroldo Conti.

A pesar de su participación en las investigaciones de la CONADEP durante los primeros años del gobierno del doctor Raúl Alfonsín, un hito en la defensa de los derechos humanos en la Argentina y en el resto de América Latina, ser el responsable del prólogo del informe titulado Nunca más (1984) lo hizo blanco de más críticas con motivo de su «teoría de los dos demonios».

Elvira González Fraga, su última compañera, dijo con motivo de la muerte de Ernesto Sabato, producida el 30 de abril de 2011, a los noventa y nueve años: «Aun a través de sus errores, siempre se jugó por lo que pensaba, por más que estuviera equivocado. Después, incluso, pedía perdón».

 

La obra

Ernesto Sabato escribió tres novelas: El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el exterminador (1974), que fue premiada en París como la mejor novela extranjera publicada en Francia en 1976. Ha escrito también varios libros de ensayo sobre el hombre en la crisis de nuestro tiempo y sobre el sentido de la actividad literaria —El escritor y sus fantasmas (1963), Apologías y rechazos (1979), Uno y el Universo (1981) y La resistencia (2000)— y su autobiografía Antes del fin (1999). Su obra fue reconocida con el Premio Cervantes (1984), el Premio Menéndez y Pelayo (1997) y el Premio Jerusalén, entre otros.

Con el escepticismo que lo caracterizaba, sobre todo en los últimos años de su vida, dijo Sabato en el discurso que pronunció al recibir en España el Premio Cervantes:

Los hombres construyen penosamente sus inexplicables fantasías porque están encarnados, porque ansían la eternidad y deben morir, porque desean la perfección y son imperfectos, porque anhelan la pureza y son corruptibles. Por eso escriben ficciones. Un dios no necesita escribirlas. La existencia es trágica por esa esencial dualidad. El hombre podría haber sido feliz como un animal sin conciencia de la muerte o como espíritu puro, no como hombre: desde el momento en que se levantó sobre sus dos pies, inauguró su infelicidad metafísica.

En esa oportunidad, el rey Juan Carlos I expresó sobre Sabato: «Un escritor que no ha declinado nunca, ni humillado ni escondido sus convicciones profundas y que ha sufrido y se ha desvelado por ellas». Y también:

En su obra aparecen de continuo los temas capitales que preocupan al hombre: la vida y la muerte, el amor, la relación con lo trascendente, la crisis colectiva de la humanidad, la violencia, el sufrimiento, la tiniebla, la oscuridad, el dolor, la esperanza. Él mismo ha dicho: «mala o buena, mi narrativa se propone el examen de los dilemas últimos de la condición humana: la soledad y la muerte, la esperanza o la desesperación, el ansia de poder, la búsqueda de lo absoluto, el sentido de la existencia, la presencia o ausencia de Dios. No sé si he logrado expresar cabalmente esos dramas metafísicos, pero en todo caso es lo que me propuse». Todos estos temas configurarían esos «fantasmas» que acompañan al escritor y que están, en realidad, dentro de cada hombre, definen y mueven la vida y el pensamiento de la humanidad.

De Sabato podemos decir, como de muy pocos escritores, que es nuestro contemporáneo. Su obra refleja los anhelos y las frustraciones, las carencias y los deseos del hombre de hoy. El existencialismo de Sabato es la puesta en literatura de un mundo en profunda crisis que se enfrenta, casi in extremis, al dilema de su destrucción o su salvación. La producción de Sabato parece, por ello, participar tanto de la filosofía como de la literatura. Pensamiento y palabra, idea y escritura se funden en ella como un todo.

En las tres novelas de Ernesto Sabato —El túnel, Sobre héroes y tumbas y Abaddon el exterminador— son centrales sus personajes, que se vuelven inolvidables para el lector por sus respectivos perfiles psicológicos, sus reflexiones constantes, sus crisis existenciales y su accionar: Pablo Castel, María Iribarne, Alejandra Vidal, Fernando Vidal Olmos, Bruno Bassán, Martín del Castillo, el loco Barragán, Agustina y Nacho Izaguirre, son algunos de ellos. Este aspecto fue un punto de reflexión en sus ensayos, entrevistas y autobiografía:

Los personajes protagónicos de una gran ficción son emanaciones, hipóstasis del yo más recóndito del escritor y por eso son inesperados y toman por caminos que el creador no había previsto, o cambian sus atributos según se desarrollan, atributos que van descubriéndose por los actos que ejecutan, a medida que la acción avanza. Nada más sensato que Don Quijote cuando da consejos a Sancho para gobernar la ínsula, y nada más quijotesco que Sancho cuando cree en esa ínsula. El escritor experimentado sabe que este fenómeno es inevitable y que debe ser modestamente acatado, porque es lo que asegura la auténtica vida de sus criaturas. No debe suponerse que por tener existencia en el papel y por ser inventados por el autor carecen de libre albedrío, son títeres con los que el escritor puede hacer lo que quiera. Por el contrario, el artista se siente frente a su propio personaje tan intrigado como ante un ser de carne y hueso, un ser que tiene su propia voluntad y realiza sus propios proyectos. Lo curioso, lo antológicamente motivo de asombro, es que ese personaje es una prolongación del creador, sucediendo como si una parte de su ser fuera testigo de la otra parte, y testigo impotente. Por esto, que a primera vista nos asombra, se comprende cuando tenemos en cuenta que esa emanación no es el resultado de la razón del autor y de su voluntad, sino de motivaciones de su yo más enigmático. Así, también pasa con nuestros sueños, esas ficciones de las que cada uno de nosotros somos autores, como personajes que no han salido, que no podrían haber salido, más que de nosotros mismos y que, no obstante, son de pronto tan desconocidos que hasta nos aterran.

 

El túnel

En la nota introductoria a Sobre héroes y tumbas, su segunda novela, Sabato agradece a sus amigos lectores y a su esposa, y hace referencia a su ingreso en el mundo de la ficción y al nivel de exigencia que tuvo frente a su producción narrativa:

Existe cierto tipo de ficciones mediante las cuales el autor intenta liberarse de una obsesión que no resulta clara ni para él mismo. Para bien y para mal, son las únicas que puedo escribir. Más, todavía, son las incomprensibles historias que me vi forzado a escribir desde que era un adolescente. Por ventura fui parco en su publicación, y recién en 1948 me decidí a publicar una de ellas: El túnel. En los tres años que transcurrieron luego, seguí explorando ese oscuro laberinto que conduce al secreto central de nuestra vida. Una y otra vez traté de expresar el resultado de mis búsquedas, hasta que desalentado por los pobres resultados terminaba por destruir los manuscritos.

En Antes del fin, narra las dificultades por las que tuvo que pasar para que El túnel se publicara:

El túnel fue la única novela que quise publicar, y para lograrlo debí sufrir amargas humillaciones. Dada mi formación científica, a nadie le parecía posible que yo pudiera dedicarme seriamente a la literatura.

Un renombrado escritor llegó a comentar: «¡Qué va a hacer una novela un físico!». ¿Y cómo defenderme cuando mis mejores antecedentes estaban en el futuro?

El túnel fue rechazado por todas las editoriales del país; hasta por Victoria Ocampo, que se excusó diciéndome: «Estamos medio fundidos, no tenemos un cobre partido por la mitad». Qué auténtica me pareció entonces esa frase de Oscar Wilde: «Hay gente que se preocupa más por el dinero que los pobres: son los ricos». Aún recuerdo la tarde en que se abrió la puerta del Querandí —el mismo café que luego frecuentaría en mis encuentros con Gombrowicz—, y vi aparecer a Matilde llorando, encorvada, trayendo entre las manos los originales de mi novela, que yo no me había atrevido a retirar, tanta era mi vergüenza.

Finalmente, el préstamo de un generoso amigo, Alfredo Weiss, hizo posible la publicación en Sur, y fue inmediatamente agotada. Al año siguiente, recibí la noticia de su edición francesa, gracias a la generosa iniciativa de Camus.

Cuando finalmente El túnel se publica, ya otras tres novelas con algunas características en común han visto la luz: La náusea (1938) de Jean-Paul Sartre, El pozo (1939) de Juan Carlos Onetti y El extranjero (1942) de Albert Camus. Las cuatro novelas están narradas en primera persona, en un tono testimonial, como si se tratara de una confesión. Sus protagonistas, en crisis y solitarios, se enfrentan a la falta de sentido de la realidad, así como a su falta de fe en un ser superior; sienten que están de más, que no encajan en el mundo, y coquetean con la idea de la muerte. Estas coincidencias —y algunas otras más— no son azarosas: la filosofía existencialista es el telón de fondo en el que se dibujan estas cuatro historias: la existencia es una carga pesada para Antoine Roquentin, Eladio Linacero, Meursault y Pablo Castel.  

Como ha señalado Maurice Nadeau en su libro La novela francesa después de la guerra, el hombre existencialista se ha dado cuenta de la «artificialidad» del mundo, de que está condenado a la irrealidad de la existencia. Tras las novelas de Sartre y Camus, se pone de moda la «novela pesimista». Dice Nadeau: «La "novela existencialista" desnuda las almas y los cuerpos con lúcida obstinación. No los vuelve ni más bellos ni más amables. Son sin duda más reales. Parece que mediante ella tomamos una medida más justa del hombre».

En este sentido, el escritor mexicano Christopher Domínguez Michael ha opinado sobre Ernesto Sabato como escritor y, en especial, sobre El túnel:

Fue el mejor de los discípulos latinoamericanos del existencialismo, no sólo por el aire de familia tan señalado entre El túnel (1948) y El extranjero (1942), de Albert Camus, sino por la devoción con que Sabato decidió ser un escritor de su época, asociado a sus filosofías, y correr con el riesgo de envejecer junto con las modas intelectuales.

 

Ernesto Sabato: El túnel. Edición especial para el trabajo en el aula con guía de actividades de prelectura, análisis y lectura comprensiva, taller de escritura e introducción a cargo de Graciela Gliemmo. Buenos Aires, Planeta, 2012.

 

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