Federico Andahazi: El conquistador
Desde pequeño, Quetza se siente atraído por los mares y el cielo, las canoas y la navegación. A los quince años ingresa al Calmécac, la institución de la cual egresan los futuros gobernantes, generales y sacerdotes. Su padre es humilde, pero quiere salvarlo del destino que han tenido sus anteriores hijos en el ejército. Quetza, que se distingue por su inteligencia y su templado temperamento, perfecciona el calendario solar y astronómico, y presagia ante el emperador la futura guerra de los mundos, que tendrá lugar a través del enfrentamiento de sus respectivos dioses.
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El autor
Federico Andahazi nació en el barrio de Congreso —Corrientes y Callao— de la Ciudad de Buenos Aires, en 1963. Es hijo de Bela Andahazi, poeta y psicoanalista húngaro radicado en la Argentina, y de Juana Merlín. Su abuelo paterno, exembajador húngaro en Turquía, que llegó a la Argentina después de la guerra, era pintor. Su abuelo materno, Samuel Merlín, fue fundador de varias editoriales independientes y está asociado a la vocación literaria de Andahazi, tal como contó en su texto «Por qué soy escritor», que reproducimos en forma completa:
Puedo fechar con precisión el momento en que decidí ser escritor. Fue el 24 de marzo del 76, durante la madrugada posterior al golpe militar. Yo tenía trece años. Recuerdo aquella noche como un largo y aciago funeral. La familia se había reunido en casa de mis abuelos. Cenamos en silencio. Pasada la medianoche, mi abuelo se levantó de la mesa y, sin decir palabra, fue hasta la biblioteca. Todos vimos cómo empezaba a bajar los libros de los anaqueles agrupándolos en atados hechos con hilo sisal. Nadie se atrevía a preguntarle nada. Fue una tarea ardua; trabajaba con un gesto concentrado y no permitía que nadie le ayudara. Aquella biblioteca era su vida.
Mi abuelo, Samuel Merlín, el padre de mi madre, había llegado a la Argentina en 1912 desde la devastada Rusia. Tenía cinco años. Trabajó desde el mismo día en que llegó al país vendiendo diarios en la calle. Así, voceando los titulares, aprendió a hablar el castellano. Años más tarde, de vender diarios pasó a vender libros y ya, en la adultez, a editarlos. Su desdén por el mercado hizo que fundiera tantas editoriales como las que fundara. Su última editorial llevaba su nombre: Merlín. Sin posibilidades de recuperarse de la ruina económica, trabajó para diversos sellos; el último fue EUDEBA.
El hecho es que, en su vejez, tenía una sola posesión: la colosal biblioteca que, como he dicho, era la historia de su vida. Mi abuelo no ignoraba que la enorme cantidad de bibliografía política la convertía en un peligro para su familia. De modo que aquella madrugada, cuando hizo el último atado, antes de que despuntara el alba, llevó todos los libros a un terreno baldío frente a su casa, al otro lado de la calle Ayacucho, y fue quemándolos uno a uno. Pude presenciar aquella escena desde el balcón. Era un hombre duro, un inmigrante curtido en el rigor de la guerra y el exilio. Iluminado por el fuego, fue la única vez que lo vi quebrado. Era como verlo inmolarse. De hecho, sobrevivió pocos años a la quema de su propia biblioteca.
Desde entonces, cada vez que pongo punto final a un libro de mi modesta autoría, no puedo evitar la ilusoria convicción de estar restituyendo un volumen a la biblioteca perdida de mi abuelo.
Andahazi cursó estudios de Psicología en la Universidad de Buenos Aires, donde obtuvo su título de licenciado. Trabajó como psicoanalista algunos años mientras, a la vez, comenzaba a escribir narrativa. En 1989 terminó su primera novela, obra que permanece inédita por su voluntad. Su relato «Almas misericordiosas» ganó el Primer Premio de Cuentos de la Segunda Bienal de Arte Joven de Buenos Aires en 1996. El jurado estaba compuesto por Liliana Heer, Susana Szwarc y Carlos Chernov. Ese mismo año recibió el Primer Premio del Concurso Anual Literario Desde la Gente por su cuento «El sueño de los justos»; Héctor Tizón, Liliana Heker, Luisa Valenzuela, Vlady Kociancich y Juan José Manauta eran los integrantes del jurado. Hacia fines de 1996, su cuento «Por encargo» recibió el Premio CAMED; Victoria Pueyrredón, María Granata y Marco Denevi constituían el jurado. Estos tres cuentos fueron incluidos en El árbol de las tentaciones (Temas, 1998) y luego integraron, junto con otros siete relatos, El oficio de los santos, libro publicado por Emecé en el año 2009.
Sus cuentos forman parte, entre otras, de las siguientes antologías: Líneas aéreas (1999), La selección argentina (2000), El libro de los nuevos pecados capitales (2001), Las palabras pueden: Los escritores y la infancia (2007) y Terror (2012). Además de su reiterada participación en la Feria del Libro de Buenos Aires, fue escritor invitado en varias ferias internacionales, entre las que se cuentan las de Guadalajara, Lima, Copenhague, Pula (Croacia), Madrid, Helsinki, Estambul y San Pablo.
A Federico Andahazi le gusta jugar al fútbol y le apasionan las motos antiguas y la música. Con un grupo de amigos formó el grupo musical Hernia, en el que a cada integrante se le asignaba un instrumento que no sabía tocar. También le atrae descubrir descubridores, como los protagonistas de El anatomista y El conquistador, y aceptar desafíos. En el verano de 2005 estuvo al frente de una experiencia completamente novedosa: la escritura colectiva de Mapas del fin del mundo, un folletín publicado por el diario Clarín. Andahazi escribió el comienzo de un texto que dio lugar a que los lectores se convirtieran en coautores y continuaran la historia por e-mail, creando personajes, proponiendo variantes narrativas y resolviendo enigmas. Andahazi, que leyó y respondió miles de correos por semana, construyó un relato con los diversos aportes y opiniones que, cada sábado, agregaban un nuevo capítulo.
La obra
Si bien el éxito lo acompañó desde sus experiencias iniciales como escritor, la trascendencia de Federico Andahazi se produjo con su primer libro, El anatomista, con el cual se presentó en 1996 a dos concursos literarios, en los que no podría haberle ido mejor: esta novela recibió el Premio Amalia Lacroze de Fortabat (con María Angélica Bosco, Raúl Castagnino, José María Castiñeira de Dios, María Granata y Eduardo Gudiño Kieffer como integrantes del jurado), y fue elegida como finalista del Premio Planeta (Tomás Eloy Martínez, Ángeles Mastretta y Mario Benedetti conformaron el jurado). El anatomista, que fue publicada en 1997 por Planeta, obtuvo de inmediato una masiva recepción entre los lectores, constituyó un rotundo éxito de ventas y se tradujo a más de treinta idiomas. Este acontecimiento hizo que Federico Andahazi tomara la decisión de dedicarse de lleno a la literatura y abandonara el psicoanálisis.
En una entrevista realizada en 2005 por Leila Guerriero para la revista dominical de La Nación cuenta el autor:
En Occidente, tenemos una idea bíblica del trabajo. De sufrimiento. Y la verdad es que escribir para mí es un placer. Cuando tomé la decisión de dedicarme a escribir, fue una apuesta: escribir para publicar. Yo tengo dos novelas escritas antes de El anatomista, que, aunque me gustaban, sabía que no me las iban a publicar. Sabía que tenía que escribir una novela que impactara a un editor. Y eso fue El anatomista. Tardé tres años en escribirla, pero sabía que se iba a publicar. Yo terminé El anatomista y dije: «Bueno, ahora a llevarla a las editoriales; empecemos por orden alfabético». Y fui a una editorial que empieza con «A». Justo salía el editor y le dije: «Mirá, acabo de escribir esto». Y el tipo me dijo una frase muy misteriosa: «No publicamos autores inéditos». Después la llevé a otra editorial y a otra, y al fin me volqué a los concursos. Presenté cuentos a distintos concursos, y para mi enorme sorpresa... los gané todos.
Más de diez años después, Luciano Cazaux realizó la adaptación para teatro del El anatomista; la pieza fue estrenada en 2010, bajo la dirección de José María Muscari.
Igual suerte tuvieron sus siguientes libros: Las piadosas (1998), El árbol de las tentaciones (1998), El príncipe (2000), El secreto de los flamencos (2002), Errante en la sombra (2004) y La ciudad de los herejes (2005). Pecar como Dios manda (2008) abre la trilogía de la serie de ensayos sobre la historia de la sexualidad de los argentinos, al que siguieron Argentina con pecado concebida (2009) y Pecadores y pecadoras (2010). Actualmente trabaja en la redacción de otra novela.
El 6 de octubre de 2011 Federico Andahazi fue distinguido por la Legislatura de la Ciudad como Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.
El conquistador
Siendo ya un escritor consagrado y bajo el pseudónimo de Remington Olivetto, Federico Andahazi se presentó en 2006 al Premio Planeta con su novela El conquistador, que fue seleccionada por unanimidad por Marcos Aguinis, Osvaldo Bayer, Marcela Serrano y Carlos Revés, los cuatro integrantes del jurado, entre las 252 obras presentadas. La novela, que se publicó en noviembre de ese año, lleva dos dedicatorias: a su hijo Blas, de quien el autor aprendió que «la épica no es sólo un género poético», y al doctor Carlos Fustiñana, neonatólogo del Hospital Italiano. En varias entrevistas Andahazi cuenta la experiencia límite que lo llevó a escribir ambas dedicatorias. Dice en una charla con Magdalena Ruiz Guiñazú publicada en el diario Perfil, en febrero de 2007:
Yo iba avanzando en la novela cuando, de manera completamente impensada, nació prematuramente mi hijo Blas, con apenas veinticinco semanas de gestación y 800 gramos de peso, y... con la misma enfermedad que yo describo en la novela... Lo operaron tres veces de los intestinos. Misteriosamente, repito, se trataba de la misma enfermedad que yo describo en mi libro. Un libro que he escrito en los jardines del Hospital Italiano, en distintos bares. Un libro completamente supeditado a mi hijo, casi con la idea supersticiosa de que estaba escribiendo su propio destino... Quiero decir que Blas, mi bebé, es un héroe hecho de la misma madera de Quetza, y que ha luchado con la misma belleza y la misma dignidad.
La novela El conquistador retoma el relato mítico sobre el viaje final de Quetzalcóatl, el principal dios de la mitología tolteca, creador de los hombres e instructor de las artes básicas, rumbo hacia el Este, antes de que Colón viajara hacia el Oeste. Según comenta el escritor mexicano Carlos Fuentes en su ensayo Tiempo mexicano (México, Joaquín Mortiz, 1972), Quetzalcóatl «huyó, hacia el oriente, hacia el mar. Dijo que el sol lo llamaba». De este personaje mítico, justamente, proviene el nombre del protagonista de El conquistador: Quetza.
En la cultura popular mexicana se ha interpretado este viaje como el regreso al origen, a la búsqueda del propio rostro e identidad. Este relato mítico —uno de los más difundidos de la cultura tolteca— está presente como base narrativa, como disparador, en muchas manifestaciones artísticas de la cultura mexicana; entre otras, en un fragmento del mural del Palacio Nacional en el que Diego Rivera dio cuenta de toda la historia de México, al que tituló La leyenda de Quetzalcóatl (1929). En una entrevista realizada por Susana Reinoso, Federico Andahazi hace referencia a estas manifestaciones artísticas que le sirvieron como disparadores narrativos:
Tomé esta historia de una cierta tradición oral. Hay un mural de Diego Rivera, en un edificio público del DF mexicano, que tiene unas imágenes preciosas. Hay un barco mexica, con un azteca que navega en el aire hacia el Este, y en el fondo un sol invertido. Esa imagen resume esta creencia de que pudo existir un mexica que, antes de que llegaran los españoles, descubrió el Viejo Continente. El libro toma las creencias, de las que no se sabe cuánto tienen de cierto. Hice un esfuerzo para que esto fuese verosímil. ¿Por qué no iban a poder llegar los aztecas al Viejo Mundo si tenían los medios para hacerlo? Eran excelentes navegantes; la navegación era su medio natural de transporte, porque Tenochtitlán fue una ciudad fundada en medio de un lago. Los aztecas tenían una concepción del universo superior a la de los europeos. A ese pueblo no le faltaron recursos para llevar a cabo esa epopeya. Me gusta rescatar a aquellos personajes que han pasado inadvertidos para la historia. En El anatomista exhumé a Mateo Colón, el tipo al que se le atribuye el descubrimiento del órgano de placer de la mujer. En este libro rescato a Quetza, un azteca que es la contrafigura de Colón, de Hernán Cortés... Según esas creencias, Quetza fue el primer hombre que diseñó un mapa celeste, antes que Copérnico, y el primero en descubrir un continente nuevo.
Es evidente el peso que tiene en El conquistador la cosmogonía azteca: los dioses son figuras centrales en el funcionamiento de la sociedad y la cultura. La historia de los mexicas aparece ya en el comienzo presentada desde la confrontación entre Huitzilópochtli, el dios de la guerra, y Quetzalcóatl, el dios de la vida. Luego, a lo largo del viaje de Quetza por el mundo, aparecerán otros dioses: Cristo Rey, Mahoma, Buda. Y el final es justamente el cierre de este recorrido, que anuncia una guerra, no una revolución: «Aquel centinela agazapado sobre lo alto era el único que lo sabía: la guerra de los dioses estaba por comenzar».
El conquistador se asienta en el cruce de tres repertorios de larga y reconocida tradición literaria: la novela histórica, las crónicas de la Conquista y la novela de aventuras. La línea argumental y el entramado narrativo siguen de cerca algunos de los acontecimientos vividos por el pueblo mexica, en especial en lo relativo a los episodios de la Conquista, tal como muestra la apertura de la novela, a través del epígrafe que abre la parte «Uno», en el que el autor cita un fragmento de la crónica de Fray Bernardino de Sahagún. En este sentido, esta historia retoma un elemento presente reiteradamente en muchas de las crónicas de Indias: el naufragio. Núcleo narrativo que cierra El conquistador.
Federico Andahazi reconstruye una época y se cuida de no caer en anacronismos. Tiene muy presente la mentalidad histórica del siglo XV e incluso recurre a descripciones de elementos históricos y culturales de ese momento, específicos de la cultura mexicana. También hay referencias lingüísticas: alusión a proverbios toltecas y expresiones cargadas de historia, y uso de términos náhuatl, a los que el autor acompaña con su correspondiente referencia.
Por otro lado, el entramado narrativo queda determinado por el constante desplazamiento de Quetza, semejante al que se presenta en la tradición narrativa de la novela de aventuras y viajes: la Odisea de Homero, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra, La isla del tesoro de Robert L. Stevenson, las historias de Julio Verne y Emilio Salgari, los Viajes de Gulliver de Jonathan Swif, entre muchos otros libros. En El conquistador se suceden los diferentes espacios por los que transita el protagonista: el mercado, el Templo Mayor, los puertos, las casas, las pirámides, el Calmécac. Luego, cuando Quetza recorre España, el narrador se detiene en Huelva, Sevilla, Aragón, Castilla, entre otras ciudades. Quetza recorre además Italia, donde conoce Venecia, la ciudad que le parece más parecida a Tenochtitlán; Francia, Grecia, y llega a conocer algunas ciudades de Oriente, donde navega por el Golfo de Persia y el Mar de la India.
Como ocurre con las «novelas de personaje», El conquistador gira en torno al protagonista, Quetza, quien vislumbra, a partir de la lectura y del estudio del calendario, de los antiguos libros y de la cosmogonía mexica, que se aproxima lo que ellos consideraban el Quinto Sol y con él la destrucción del pueblo. Quetza se ha formado en los conocimientos de la ciencia y de la astronomía, en los que los mexicas eran famosos, por eso mismo prevé una guerra de dioses: entre el Cristo Rey de los católicos y los dioses mexicanos, entre el monoteísmo y el politeísmo. Este aspecto, como suele ocurrir con el género de la novela histórica, puede ser leído en clave, desde la coyuntura histórica de los primeros años del siglo XXI.
Aunque no fue especialmente pensada como una «novela juvenil», destinada al público adolescente, El conquistador tiene todos los ingredientes para serlo. Federico Andahazi percibió esto, tal como lo manifestó en la entrevista realizada por Magdalena Ruiz Guiñazú, ya citada en esta introducción:
Lo que yo pretendo con esta novela es que el lector pueda desembarazarse de la visión eurocéntrica que, obviamente, nos llega por herencia. Trato de ver así al mundo con ojos nuevos. Literalmente, con la mirada de quien viene de otro espacio. Podría decir que yo escribo El conquistador como una novela de aventuras y me encantaría que se instalara en ese mismo malentendido en el que crecimos todos nosotros, puesto que leíamos literatura «juvenil», entre comillas, mientras que en esas colecciones había autores como Jack London, que no debería ser ubicado en ediciones juveniles. También Edgar Allan Poe. Un disparate. De «juvenil» tenía bien poco... El conquistador está escrita en el mismo registro, y allí pretendo que sea parte de este malentendido. Me encantaría que los jóvenes llegaran a El conquistador a expensas de este error.
Federico Andahazi: El conquistador. Edición especial para el trabajo en el aula con guía de actividades de prelectura, análisis y lectura comprensiva, taller de escritura e introducción a cargo de Graciela Gliemmo. Buenos Aires, Planeta, 2013.