Fragmentos de una amistad. Alfonso Reyes a través del recuerdo de Adolfo Bioy Casares (entrevista)

 


 

Después de explicarle personalmente que esta entrevista encabezará un libro de homenaje a Alfonso Reyes, no necesito formular ninguna pregunta inicial para que Adolfo Bioy Casares convoque, a través de la fortaleza de su recuerdo, la relación amistosa que sostuvo, siendo muy joven, con el maduro don Alfonso. Es evidente que Bioy ha estado pensando en esa época, en aquellos encuentros de finales de 1920. Luchando, incluso, con las trampas que a menudo nos tiende el olvido. Conversamos, casi a media voz, en una habitación de Posadas y Ayacucho, en Buenos Aires, rodeados por sus libros, por los objetos que lo acompañan día a día. Burlamos, de alguna manera, tanto tiempo transcurrido. Y la memoria se impone, a pesar de los setenta años que nos separan de aquellos mágicos momentos. Y la memoria persiste, más allá de las cartas que se han traspapelado y de los libros que ya no están donde alguien los puso originariamente. 

­—Le voy a decir unas cuantas cosas... Y después usted, si quiere, me pregunta... Alfonso Reyes, cuando yo era chico, frecuentaba la casa de mis padres, en avenida Quintana 174. Y mis padres, para los almuerzos, me hacían estar en la mesa con las personas grandes, porque querían que yo aprendiera, que yo oyera hablar a personas inteligentes como Alfonso Reyes. Así se inició una amistad, en la que él me vería como a un chico y yo como a un amigo. Cuando se fue Alfonso Reyes a Brasil, lo extrañé pero muchísimo... Era para mí algo muy agradable y era casi normal... Yo no sé si era los sábados, me parece que era los sábados, que venía a casa. Y esa costumbre de charlar con él se había roto, y me dolía muchísimo... Mantuve hasta correspondencia con él, siendo ya más grande, de dieciocho o diecinueve años. Y me acuerdo de que tuve una brevísima polémica con él, porque en una carta, no sé si de él o mía, salió la palabra «oscuro» y yo, creyendo que le iba a agradar, le dije que me parecía una barbarie escribir «oscuro» y no «obscuro», porque así se borraban los rastros etimológicos de la palabra. Reyes me contestó que era mucho más simpático escribir «oscuro» que «obscuro», que había una pedantería desagradable en «obscuro». Y desde entonces escribí siempre «oscuro». Esto era lo que le quería decir...

­—¿Nada más se reunía con sus padres o iban otras personas?

­—No. Se reunían él y mis padres.

­—¿Iba con su esposa?

­—No. Él iba solo, todas las semanas, a almorzar.

­—¿Usted escuchaba con gusto esas charlas?

­—Me quedaba contentísimo, porque además era un señor grande al que yo sentía como amigo. Yo no sentía como amigo a los amigos de mi padre ni a las amigas de mi madre. Pero sí a Reyes. Mis padres tenían la obsesión de mi educación, y lo que hacían con Reyes, también lo habían hecho con profesores franceses que venían acá. Pero tengo la impresión de que era más acentuado con Reyes que con nadie. Con los demás me daban la opción de si quería bajar al comedor, donde estaban esas personas, o comer en mi cuarto, arriba. Decían: «Viene una persona inteligente y culta a casa, aprendé».

­—En la primera embajada de Reyes, usted tendría apenas trece o catorce años, ¿no es cierto?

­—Yo creo que sí.

­—Tiendo a asociar la figura de Reyes con el Bioy escritor, no con el joven Bioy, a pesar de las fechas, por supuesto.

­—Ese era un Bioy deportista, más bien. Fui centroforward de fútbol. Fui tres cuartos de rugby. Jugué al tenis y fui campeón de la ciudad de Buenos Aires, de menores de dieciocho años. Corría muy bien los cien metros llanos. Corría con obstáculos. Era bueno en salto en alto, no en salto en largo. Y todos los días de mi vida pasaba las tardes haciendo deporte. Dejé el tenis en el 74, pero me arrepiento. ¡Me sentía tan bien cuando jugaba al tenis todos los días!

 

Cartas, libros y temores

­Su contacto con Reyes aparece en todos estos recuerdos asociados a su familia, al entorno familiar, a su casa, a su juventud...

­—Sí, y después fue a través de cartas no más. Cartas... Yo digo «una correspondencia», pero habrá habido tres o cuatro cartas. El pobre Alfonso Reyes no iba a perder el tiempo escribiéndole a un chico, como yo era entonces, ¿no?

­—¿Usted sí le escribía?

­—Yo le escribía, claro.

­—Su correspondencia con Reyes aparece muchas veces mencionada, dada por conocida e importante. Siempre fue un enigma, por lo menos para mí...

­—Bueno, bueno, yo no sé cuál es el origen de eso. Yo pasé una temporada en México, hace cuatro o cinco años, y creo que habré hablado de esto y lo habrán agrandado...

­—Reyes publica en Río de Janeiro la revista Monterrey, su correo literario, en la que le responde a quienes le escriben o le mandan libros y noticias. Se comunica ahí, entre otros, con Borges. ¿Acaso le escribió usted a Brasil?

­—No, no recuerdo. Además no me atrevía a proponerle que publicara en su revista algo mío. Tenía mucha autocrítica por lo menos.

­—¿Tiene a mano esas cartas? Me da mucha curiosidad...

­—Ay... Le juro que no sé dónde están.

­—¿Alfonso Reyes le hizo, después, con el correr del tiempo, comentarios sobre sus libros? ¿Dialogaron sobre eso? Porque cuando Reyes regresa a Buenos Aires en 1936, usted ya había escrito algunos relatos...

­—Bueno, ¿vio? Era otra cosa. Yo escribía libros que me parecían excelentes hasta el día en que me enfrentaba al texto. Cuando los leía, moría. Y creo que si hubiera sido una persona un poco más sensible hubiera dejado de escribir, porque eran libros espantosos. Entonces, el pobre Reyes no iba a hablar de esos libros conmigo, porque no tendría nada más que advertencias y represiones. Era malísimo... No. ¡Cómo los iba a comentar!

­—¿Y a partir de 1940, con la publicación de La invención de Morel?

­—Bueno, pero ya en el cuarenta hice un esfuerzo sobrehumano para ser otro escritor, diferente del que había sido antes, y en cierta medida lo conseguí. Sin embargo, por ejemplo, la primera edición de La invención de Morel me parece de desagradable lectura, y si se lee la primera, la segunda y la tercera, se verá que corregía mucho para que fluyera más la frase, para no sorprender con la frase. Porque la idea que tenía yo, y un poco la tenían los escritores de entonces, y Borges también, era que había que escribir frases que tuvieran un efecto al final, una sorpresa al final de la frase. Imagínese muchas frases así... Se hace insoportable para cualquiera la lectura.

­—Y qué difícil también la escritura...

­—Sí, pero uno tomaba eso y uno creía, justamente, que estaba haciendo un estilo culto, con esa torpeza, ¿no?

­—Disculpe mi necedad, pero me cuesta entender que no haya establecido con Alfonso Reyes una relación más intelectual, más de pares.

­—No, no, desgraciadamente no.

­—¿Y cómo fue su vínculo con la obra de Reyes?

­—Bueno, la obra de Reyes me ha gustado siempre mucho. Me parece que escribe en el mejor estilo en que se puede escribir. Le publiqué un libro, Mallarmé entre nosotros, en una pequeña editorial privada que teníamos con Borges. Es un libro precioso, precioso, extraordinario y siempre lo he atesorado. Yo creo que él, de puro bueno, nos dio ese libro en una época en que naturalmente no se hablaba de derechos de autor ni nada... Porque nunca le di un peso por eso ni nunca gané un peso por eso... Yo recuerdo que los libreros, que eran tan amigos míos, cuando iban a comprar libros y preguntaba si había algo para cobrar por la venta de algún libro mío o por ese libro de Alfonso Reyes se volvían antipáticos, y siempre estaban haciendo balance. Y así nunca cobré nada. 

 

Los amigos de entonces

—­¿Su generación tuvo en cuenta la producción de Reyes a pesar de que no compartían las mismas poéticas de escritura?

­—Yo creo que sí. Yo sabía que era un gran escritor, que era una personalidad.

­—¿Y la relación de Borges con Reyes?

­—Mis recuerdos sobre Reyes son anteriores a mi amistad con Borges. Borges tenía el mejor recuerdo de Reyes, como yo, pero lo habíamos visto en circunstancias distintas. Es posible que alguna vez hayamos coincidido en lo de Victoria Ocampo, que nos haya invitado. A mí como chico me invitaba, así que yo estaba un poco en la periferia de esas reuniones. No puedo recordar mucho.

­—¿Qué ensayo de Reyes le impactó más?

­—Parecería que quisiera hacerle propaganda al libro ese que le publicamos nosotros, al libro sobre Mallarmé. Hacía allí unos análisis de distintas traducciones: traducción literal, traducción no literal, traducción en verso, de los versos de Mallarmé que, me parece, debía ser un ejercicio casi obligatorio para escritores, porque está muy, muy bien. Creo que es un ejemplo de la agudeza, de la inteligencia de Reyes. Creo que eso es totalmente indudable. En esa editorial había libros de Ulises Petit de Murat, libros de otras personas de entonces. Iba a ser una colección grande, pero publicamos tres o cuatro libros, y uno era Mallarmé entre nosotros. Publicamos también una revista de la que salieron tres ejemplares que, desgraciadamente, no creo que tenga ya... Creo que tengo uno, o algo así. Era linda la revista. Los mejores escritores de entonces colaboraron allí.

­—¿Tiene a mano el ensayo de Reyes sobre Mallarmé?

­—Eso sí. Es un librito colorado, que tendría que estar en el corredor donde hay dos bibliotecas. En una de las bibliotecas debería estar...

­—¿Entre todos los recuerdos sobre Alfonso Reyes, cuál prefiere retener?

­—Lo que me causó más gracia fue lo de «oscuro». Por lo menos, son recuerdos llenos de afecto, ¿no? Me parecía una persona encantadora y un poco fuera de alcance para mí, porque él era un señor y yo era un muchacho.

­—¿Le dio durante esos almuerzos o acaso en esas cartas algún consejo, de esos que suelen dar las personas grandes a los jóvenes?

­—Creo que el consejo estaba implícito en que había que quitar la pedantería en la literatura. Un lector que advirtiera una pedantería en el libro no establecería una amistad con él. Yo creo que podría haber sido mucho más útil para mi vida conocerlo cinco años después, o seis años después, porque hubiera podido pedirle consejo sobre lo que escribía, pero en ese momento yo estaba avergonzado de lo que escribía.

­—Pero podría haberle enviado las obras que usted sí valoró, por ejemplo La invención de Morel...

­—Sí, claro, claro. Pero, bueno...

­—Tal vez no lo haya hecho por pura timidez...

­Yo pienso lo mismo, sí. De muchacho, su relación me enaltecía. Me contestó cartas. Es como si me hubiera puesto atención. Tal vez pondría atención a todo... Habrá sido, en parte, por su amistad con mi padre y mi madre.

 

 


 

 

Entrevista realizada especialmente para el libro Alfonso Reyes en Argentina (coord. Eduardo Robledo Rincón; ed. Rafael Centeno; comp. Rafael Centeno, Graciela Gliemmo y Zoé Robledo; pról. Félix Luna), Buenos Aires, Embajada de México/Eudeba, 1998.

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