Juan José Saer: La pesquisa

 



Pichón Garay, el conocido personaje de otros libros de Saer, narra durante una cena con amigos en su región natal el misterioso caso de un hombre que en París se dedica a asesinar ancianas y que es perseguido implacablemente por la policía. La historia se entrelaza con el descubrimiento de un enigmático manuscrito, cuya búsqueda desemboca en un largo viaje en lancha por un río sin orillas. Saer les hace un guiño a sus lectores cuando pone en boca del narrador aquello que es la premisa básica de su escritura: «por el solo hecho de existir, todo relato es verídico, y si se quiere extraer de él algún sentido, basta tener en cuenta que, para obtener la forma que le es propia, a veces le hace falta operar, gracias a sus propiedades elásticas, cierta comprensión, algunos desplazamientos, y no pocos retoques en la iconografía». Narrada con la musicalidad y belleza que distingue la prosa de Juan José Saer, La pesquisa es una novela perfecta, que interroga acerca de la verdad, sorprende y captura la atención del lector. Un relato impecable, hipnótico.
  

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PARA ENTRAR EN TEMA

 

El autor

Juan José Saer nació el 28 de junio de 1937 en Serodino, un pueblo típico de la llanura santafecina, con cultivos de maíz y una marcada presencia de inmigrantes. La primera escuela a la que fue estaba al lado de su casa. Luego pasó su adolescencia y primera juventud en la ciudad de Santa Fe, donde continuó sus estudios. Vivió también un poco en Colastiné Norte y en Rosario. Fue profesor de la Universidad Nacional del Litoral. En 1968 ganó una beca para estudiar seis meses en París, donde finalmente se radicó y vivió treinta y siete años. Ejerció la docencia en la Facultad de Filosofía y Letras de Rennes, y se jubiló como profesor. En marzo de 2003 comentó acerca del hecho de residir lejos de su tierra:

Vivir en el exilio hace que lo imaginario predomine por sobre los datos reales, y finalmente descubrimos que eso que llamamos país no es más que la suma de un puñado de recuerdos personales, imágenes de la propia vida. Por eso yo les digo a los jóvenes que no idealicen el extranjero, que no se vayan de la Argentina: por más que uno se aleje, siempre lleva consigo el lugar del que proviene.

En varias oportunidades Saer retomó el tema de la pertenencia. Entrevistado en 1997 por Susana Reinoso para La Nación, dijo: 

 

Por un lado, uno lleva los signos de su origen adonde va y está modelado por los primeros años de su existencia, por la lengua materna, por las primeras impresiones. Pero hay otra explicación contraria. Yo creo en la unidad total de la especie humana. Nuestros límites perceptivos, intelectivos, todo lo que podemos juzgar y ver es siempre a partir de nuestra percepción, de la que no podemos escapar. El universo es como la casa natal. El lugar de todo hombre es el universo. El hombre vive, al mismo tiempo, en su barrio y en el universo. Por otra parte, la patria es la infancia. La pertenencia a valores abstractos puede cambiar. La infancia, la lengua y las primeras impresiones totalmente intransferibles sirven de medida del mundo. Me siento más que nada argentino y no tengo otra pertenencia.

Su segunda esposa, Laurence Gueguen, contó que cada vez que viajaba a la Argentina Saer llevaba una libreta pequeña en la cual tomaba nota de las expresiones coloquiales que escuchaba, para tenerlas presentes a la hora de escribir. Fue un cultor de la lengua, lo que puede advertirse en cada uno de sus libros, se trate de poemas, novelas, cuentos o ensayos. Sobre el lenguaje, sobre el tono que recorre sus libros, opinó su amigo Hugo Gola:

Saer definía desde el principio un lenguaje, una entonación, utilizando los registros de la oralidad y la sintaxis de la lengua hablada que serán también la característica de toda su obra posterior. Se introducía, igualmente, en ese primer libro, un escenario geográfico y humano en donde actuarán, posteriormente, todos sus personajes. Su «zona» era un lugar preciso, pero allí sucedían conflictos universales. Algo semejante a lo que fue el Piamonte para Pavese o Dublin para Joyce.

Su zona fue el litoral argentino, con la ciudad de Santa Fe y el río Paraná como centros, en el sentido no solo autobiográfico sino, como él mismo señaló, cultural, metafórico y simbólico. En una entrevista realizada por Silvina Friera, cuando ella le preguntó la razón por la cual el río es una constante en sus textos, el escritor santafecino respondió:

En primer lugar forma parte de mi universo empírico. Naturalmente, en apenas unas solas cuadras en Santa Fe uno se tropieza con el río. De modo que el río es omnipresente en esa región. Es como una frontera y al mismo tiempo un lugar que tiene vida propia e irradia a la región sus características. También es un símbolo muy antiguo, casi arcaico, asociado con el tiempo que pasa y que se transforma en metáfora de la realidad y del tiempo. Además es un factor de civilización, de cultura y todo esto le da una jerarquía imaginaria que es interesante aprovecharla en un relato de ficción. 

Para fines de 2004 Saer ya estaba muy enfermo, lo que le impidió viajar a la Argentina para cerrar el III Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) realizado en Rosario. En su lugar, habló Roberto Fontanarrosa, que comentó al respecto: «Estas palabras estaban destinadas a ser dichas por Juan José Saer, pero no pudo hacerlo por razones de salud. Creo que él era el tipo indicadísimo, por su obra y por su entrañable afinidad con la provincia de Santa Fe».

Como ocurrió también con Julio Cortázar, Jorge Luis Borges y Héctor Bianciotti, Juan José Saer murió lejos de su tierra natal. Como temía, la enfermedad lo sorprendió mientras faltaba muy poco para que terminara su novela La grande, un proyecto que maduró durante muchos años y que se publicó de manera póstuma. Murió en un hospital de París, el 11 de junio de 2005.

Al día siguiente de su muerte, aparecieron en los diarios nacionales y extranjeros los testimonios y opiniones de algunos escritores. En Página/12 se publicó un breve texto de Alan Pauls, en el que entre otras cosas decía: «La literatura de Saer siempre me hizo sentir joven: era sangre, sangre pura, alimento, aire, una especie de encarnizamiento artístico en estado puro. Es decir: todo lo que necesitamos para escribir, para pensar, para vivir, y todo lo que cada día hace más falta en el mundo».

Años después, el martes 24 de febrero de 2009, en el texto de contratapa de ese mismo diario, Jorge Isaías le rinde homenaje. Allí recuerda la resistencia que ejerció Saer contra las leyes del mercado editorial:

Saer peleó contra eso hasta el último minuto de su vida. Peleó a favor de la ética donde los hombres y las mujeres verdaderamente preocupados por la cultura deberían defender el valor de los significados, oponerse a toda esa diseminación de los sentidos a que nos somete la esclavitud del mercado.

Alguna vez me dijo con una tristeza que no eludía la ironía: «Antes, los escritores nos reuníamos para hablar de literatura, ahora se reúnen para tirarse uno a otro en cara la venta de sus libros y las veces que los invitan a los programas televisivos».

Juan José Saer dijo en una oportunidad, definiendo su relación con la literatura, con la escritura: «Escribo porque escribir es una forma de vida mucho más intensa que la vida misma».

 

La obra

En varias ocasiones, Saer señaló que el núcleo de su producción literaria estaba formado por Cicatrices, El limonero real, Nadie nada nunca, La mayor y Glosa. El resto, según decía, eran «afluentes, consecuencias, prolongaciones» de esos cinco libros.

Traducida al francés, inglés, alemán, italiano y portugués, su obra se despliega dentro de cuatro géneros literarios: el cuento, la novela, la poesía y el ensayo. Sus cinco libros de cuentos En la zona (1960), Palo y hueso (1965), Unidad de lugar (1967), La mayor (1976) y Lugar (2000)— fueron reunidos en el volumen Cuentos completos (1957-2000), publicado en el año 2001. Escribió doce novelas: Responso (1964), La vuelta completa  (1966), Cicatrices (1969), El limonero real (1974), Nadie nada nunca (1980), El entenado (1983), Glosa (1985), La ocasión (1986, Premio Nadal), Lo imborrable (1992), La pesquisa (1994), Las nubes (1997) y La grande (2005).

En El arte de narrar (1977) reunió su producción poética. En 1986 apareció Juan José Saer por Juan José Saer, selección de textos seguida de un estudio de María Teresa Gramuglio, y en 1988, Para una literatura sin atributos, que reúne  artículos y conferencias publicadas en Francia. Publicó además los libros de ensayos El río sin orillas (1991), El concepto de ficción (1997) y La literatura-objeto (1999).

Haciendo referencia a la introducción de Julio Premat a Papeles de trabajo (2012) sus «Borradores inéditos», Beatriz Sarlo señala en su artículo «El sueño de la utopía estética»:

Premat afirma que la escritura saeriana se constituye en El limonero real. Pero hay algo que está allí casi desde el principio: la agudeza de la percepción que se detiene en los colores y las luces, los olores, los movimientos, los reflejos, los tiempos en que se descompone una acción. Eso es la materia misma de la escritura de Saer hasta el final. No es un procedimiento, sino el trabajo con una sustancia.

Sobre el material que ofrece Papeles de trabajo que, como su novela La grande y el ensayo Trabajos (2006) se ha editado de manera póstuma, comenta Beatriz Sarlo:

Los Cuadernos muestran un escritor extraordinariamente seguro desde el principio. Hay proyectos dejados de lado, sin duda. Pero se trata, en todo caso, de libros que habrían sido familiares a los que efectivamente escribió (como una Vida de Tomatis, por ejemplo). Es inconmovible la seguridad con la que avanza Saer desde los veinte años. Emociona su indiferencia a las ondas críticas, como si supiera cuál iba a ser, para siempre, el recorrido de sus lecturas.

 

Saer nunca quiso ser un escritor del momento. Es imposible decir si estaba seguro en términos subjetivos, psicológicos. Pero, frente a los Cuadernos, es imposible negar que estaba seguro en términos estéticos. Esa seguridad asombra. Los Cuadernos no son borradores imperfectos de obras futuras, escritos imprecisos de un hombre demasiado joven para sus ambiciones, pastiches de escritores admirados donde las influencias estallan como fuegos artificiales. Por el contrario, lo que no retomó, los fragmentos que quedan habrían podido pasar a sus libros y no serían en ellos piezas preliminares. Se descartaron, porque hubo otras alternativas, pero no caminos demasiados diferentes.

Saer admiraba a Onetti, autor sobre el cual escribió y, como Onetti, de alguna manera, también construyó una saga, no totalizadora sino también fragmentaria, por la que transitan porciones, a veces mínimas, de las vidas de un conjunto de personajes: Carlos Tomatis, los mellizos Garay, Marcelo Soldi, Ángel Leto, Washington Noriega, Marcos Rosemberg, entre otros.

En octubre de 2002 Saer dio unas charlas en la Universidad de Princeton y en un impase se puso a conversar con Ricardo Piglia, que comenzó a preguntarle sobre la vida de sus personajes como si se trataran de personas reales. Este es un fragmento de esa deliciosa conversación que fue recogida online en el segundo número de la revista Alambre, dirigida por Aníbal Ford:

    Piglia: Y Pichón, ¿qué está haciendo?

Saer: Pichón es profesor de literatura en La Sorbona; en Lo imborrable dice «ocupo un puesto subalterno en un lugar subalterno: soy profesor de La Sorbona», está casado y tiene dos hijos, y uno de ellos viene con él en La pesquisa.

Piglia: Y él se va, en «A medio borrar», en un momento cronológicamente indeciso.

Saer: Sí, digamos que se va un poco antes de los setenta, en el 67 o 66, y no vuelve hasta el momento de La pesquisa; pero, nuevamente: la cronología es deliberadamente vaga, no por nada en particular sino para no quedar prisionero de la cronología; y probablemente haya algunos anacronismos que yo no alcance a ver...

Como dejó claro en su ensayo El concepto de ficción, para Juan José Saer narrar no era copiar ni reflejar lo real, sino inventar una nueva realidad, de la que dan fe todos sus personajes e historias. A Saer le interesaba sobre todo «ese material privado de signo que, gracias a su transformación por medio de la construcción narrativa, podrá al fin, incorporado en una coherencia nueva, coloridamente, significar». Por eso mismo establecía una clara diferencia entre personaje y autor, como dejó claro en una entrevista realizada por María Esther Gilio:

 

Creo que el personaje tiene que diferenciarse del autor, y si no es una proyección del autor tiene que diferenciarse del modelo que el escritor tomó para hacerlo. Debe tener rasgos propios respecto del modelo. Estos son los que constituyen su personalidad literaria, porque una personalidad literaria no es igual que una persona. Un personaje es un personaje porque está construido a base de elementos literarios que en la persona no existen. Y, si los elementos literarios no modifican ese personaje, significa que el autor ha quedado demasiado apegado a su modelo, ya sea él mismo o un tercero.

 

 

Sobre La pesquisa

En muchos relatos de Juan José Saer los personajes conversan, disponen del tiempo suficiente para el encuentro y la charla. La conversación, que tiene un peso importante en el desarrollo narrativo, puede durar páginas y páginas. Dice el autor sobre este aspecto:

En mis libros la charla es una etapa de transición en el relato. Los personajes se encuentran, por ejemplo, en una calle, intercambian, como se dice, bueyes perdidos, y después poco a poco eso va dando paso al relato. Así sucede en La pesquisa, en Glosa y también en las otras novelas donde no hay un relato de representación directa. En toda novela hay una alternancia de diálogo y narración. Pero en mi caso el diálogo es en general más charla que diálogo. El diálogo estructural existe poco en mis novelas.

Juan José Saer comenta en su ensayo La narración-objeto otros aspectos de La pesquisa. Sobre el origen de esta novela y la relación que guarda con el resto de su obra, con su proyecto de escritura, dice:

Una de las primeras dificultades que se me presentan cuando estoy preparándome a escribir algo, es saber si ese nuevo texto podrá o no adaptarse a mi «manera». La idea sola, por buena que me parezca, no basta para justificar un relato. Es necesario que esa idea tenga alguna afinidad con los textos que la han precedido. La mayor parte del tiempo, por lo menos en mi caso, son esos mismos textos los que generan los prolongamientos futuros. A veces, sin embargo, algunas ideas que se presentan a primera vista como atípicas, y son difíciles de «adaptar», me solicitan con tanta fuerza y asiduidad, que terminan por imponerse. Es el caso de La pesquisa. Después de varios comienzos fallidos como me ha ocurrido con todos mis libros, semejantes a las falsas partidas en las cuadreras, la forma actual del relato empezó a perfilarse, de modo que inicié la redacción definitiva.

Mientras escribía, seguía rumiando el remordimiento por mi heterodoxia, hasta que un día se impuso la evidencia liberadora: no solamente no transgredía nada, sino que más bien estaba operando por enésima vez el eterno retorno de lo idéntico. Sin darme cuenta, había cambiado caballos por viejecitas, y estaba escribiendo otra vez la misma novela de siempre. Gracias a esa revelación paradójicamente liberadora, me sentí autorizado a continuar la redacción del libro.

En «La incertidumbre elocuente», entrevista de Gustavo Valle publicada en la revista mexicana Letras Libres, Saer se explaya sobre esta característica de su universo narrativo:

Yo tengo una visión de mis libros todavía más fragmentaria de la que tienen los lectores. Basho, el poeta japonés, describe su poética como compuesta de un elemento estable y un elemento fluido. Esto, creo, es válido para el arte en general. En la música, Bach es un ejemplo. En él encontramos un sistema muy codificado, y en el interior de ese sistema hay una serie de innovaciones, de cambios. En cada repetición hay algo nuevo. Así en mis libros. Y no lo digo en cuanto a la realización efectiva de mi proyecto, sino en cuanto a mi intención. Por eso en mis libros aparecen elementos que ya han aparecido en otros, acompañados siempre de algún elemento nuevo. El elemento nuevo es casi siempre el protagónico. En Lugar, por ejemplo, hay un relato que empieza cuando termina La pesquisa. Los personajes que salen del bar de La pesquisa se encuentran con un nuevo personaje, y a partir de allí se inicia el relato. Es un sistema en el cual hay muchas galerías, muchas formas de abordar, entrar, salir, y siempre cada uno de los tramos de ese sistema está inacabado, no tiene un sentido definido, todo se va construyendo, digamos, hacia una inconclusión final. El sistema quedará inacabado por naturaleza. Creo que esto se aproxima más a nuestra relación con el mundo real que esas novelas que empiezan con el nacimiento del héroe y terminan con su muerte.

Como también explica en La narración-objeto, sus relatos suelen estar intertextualmente ligados, esa es la razón por la cual varios personajes reaparecen una y otra vez, en diferentes momentos de sus vidas:

Prácticamente todos mis textos están relacionados entre sí, construyendo una sola novela. En este momento podría escribir un relato que contara la infancia de alguno de mis personajes que ya murió. Construí un sistema que me permite mucha movilidad en el interior de la ficción. Pero no fue deliberado, lo fui armando poco a poco. También podría escribir otra novela que transcurriera en la mañana en que transcurre Glosa. Un cuento de Lugar comienza en el momento que termina La pesquisa, precisamente en la vereda de enfrente.

Tanto en La narración-objeto como en la entrevista realizada por Gustavo Valle, Saer hace referencia a «Recepción en Baker Street». En este relato el autor revierte el juego narrativo de La pesquisa, en el que Pichón Garay cuenta la historia de un asesino de ancianas. Mientras Pichón narra, Tomatis y Soldi escuchan. La escucha de Tomatis no es igual que la de Soldi: interrumpe, pone algo nervioso a Pichón, que en un momento lo hace callar y le dice: «Pero por ahora silencio: aquí el que cuenta soy yo». Tomatis llega al extremo de contradecir el final de esa historia, haciendo alarde de otra posibilidad narrativa: que Morvan sea también una víctima de Lautret, quien hábilmente ha tendido una trampa en la que su amigo y colega ha caído. Lautret, según Tomatis, logra que Morvan cargue con los veintinueve crímenes. En «Recepción en Baker Street», como si se tratara de un contrapunto (Sarlo habló de payada), Tomatis toma la palabra y narra otra historia policial, una que tiene como detective al propio Sherlock Holmes. Se trata de un cuento que Tomatis espera escribir algún día. Aquí Nula y Pichón Garay se conocen; es Tomatis quien los presenta, con esa chispa propia de este personaje: «¿Se conocen? El turco Nula, Pichón Garay: uno me vende vino, y el otro se lo toma». En este otro escenario, «en la vereda de enfrente», Soldi le comenta al turco Nula que Pichón acaba de narrar «un caso auténtico de asesino en serie, que ocurrió hace unos años en París».

Por otra parte, el tema del dactilograma va a reaparecer mucho después en el texto «En línea» (Lugar): ya hace más de treinta años que Tomatis y Pichón Garay se conocen, y un domingo de noviembre, a eso de las tres de la tarde, Tomatis llama a su amigo, que sigue viviendo en París. Vuelven a hablar entonces del soldado viejo y del soldado joven, de Helena, en fin, de la historia de Troya.

Durante su infancia y hasta los quince años, Saer leyó mucha novela policial, aunque luego dejó de interesarle el género. En 1964 leyó El largo adiós de Raymond Chandler, a quien veía como el mejor escritor de novelas policiales del siglo XX. Tanto en La pesquisa como en «Recepción en Baker Street», Saer construye dos historias con toques policiales a «su modo» adaptando las reglas del género a su universo narrativo. En el caso de La pesquisa, a pesar de que Pichón se esfuerza por dejar en claro que se trata de un relato verídico, Saer pone en jaque la posibilidad de que exista una única verdad: ¿quién es finalmente el verdadero asesino? ¿Y quién es el autor de En las griegas? La ausencia de certezas es una marca de agua en esta novela.

En la entrevista de María Esther Gilio ya mencionada, Saer se pregunta: «¿Quién mató a las 29 ancianas?». Y responde: «Hay dos respuestas, o sea dos probables asesinos, lo cual no solo es posible sino también compatible». Haciendo referencia al desenlace de esta novela, Saer le contó a Alberto Hernando:

Cuando terminé La pesquisa y todavía no había sido editada en Francia, le dejé una copia a mi editora francesa porque la quería leer. Entonces me fui a Santa Fe y una semana más tarde hablé por teléfono con mi mujer y me dice: «Che, sabés que fulana me ha dicho que tengás cuidado que se nota enseguida que el asesino es Morvan». Yo dije, me parece bárbaro, mordió el anzuelo.


Juan José Saer: La pesquisa. Edición especial para el trabajo en el aula con guía de actividades de prelectura, análisis y lectura comprensiva, taller de escritura e introducción a cargo de Graciela Gliemmo. Buenos Aires, Planeta, 2012.

 

 

 

 

 

 

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