Mario Benedetti: La tregua
Martín Santomé está a punto de jubilarse. Aunque le ofrecen ser subgerente de la compañía si a cambio posterga dos años su retiro, no acepta: lo único que le produce cierta ilusión es pensar en no ir más a la oficina, en imaginar qué hará cuando disponga de todo el tiempo para el ocio. Su vida corre por los rieles de la rutina más absoluta, sin sorpresas, tanto en su trabajo como con sus hijos y los pocos amigos que tiene. Pero de pronto, comienza a mirar con otros ojos a una nueva compañera que trabaja bajo sus órdenes. ¿Cómo no compararla con su primera esposa, la madre de sus tres hijos? ¿Acaso se dará permiso para tener un vínculo afectivo con una muchacha a quien le dobla la edad?
La tregua, publicada en 1960, fue la gran puerta por la que entró el éxito en la carrera literaria de Mario Benedetti. Aún hoy, varias décadas después, sigue resultando una novela conmovedora, que mueve a la reflexión. Esta historia de amor, un mínimo paréntesis en la vida del protagonista, muestra que, por mucho que se planifique la vida, no es posible asegurar el futuro.
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PARA ENTRAR EN TEMA
El autor
Mario Benedetti nació en 1920 en Paso de los Toros, República Oriental del Uruguay. Cuando tenía cuatro años, toda la familia se trasladó a Tacuarembó ya que su padre, que era químico, enólogo y farmacéutico, se hizo cargo de una farmacia, pero no logró sacar adelante el negocio, por lo que se radicaron en Montevideo. Siendo pequeño, Mario aprende a leer solo, y estudia luego en un colegio alemán. Llega a dominar tan bien el idioma que escribe sus primeros versos en alemán y años más tarde traduce a Kafka. En una entrevista realizada por el periodista y escritor español Juan Cruz, publicada en el diario español El País, Benedetti recuerda esos años:
El idioma que uno aprende en la infancia es el que uno aprende mejor. Nos separaban a los que hablábamos alemán o español con nuestras familias… Eso originó una guerra entre los que hablábamos español y los que hablaban alemán en casa, ¡se producían unas piñatas espantosas en los recreos! Ahí aprendí a jugar al rango.
Y agrega:
Nos hacían jugar juntos, a ver si mejorábamos la relación. El alemán que me tocaba a mí se agachó, yo iba a saltar, y de pronto el tipo se tira al suelo y yo salí volando, hasta que di con la boca en una vereda… Yo le hice luego lo mismo. La peor penitencia era que el director te llevaba al despacho, te daba una paliza.
A pesar de la violencia y del autoritarismo de esa etapa escolar, Benedetti rescata que esa educación lo volvió «muy disciplinado, muy estricto, muy puntual». Pero, como él mismo dice: «No era fácil la vida en el colegio alemán».
Tenía catorce años cuando empezó a trabajar. Fue taquígrafo, vendedor en una inmobiliaria, funcionario público, periodista, locutor de radio (lo que le permitió conocer a Cortázar en París) y traductor.
Entre 1933 y 1941 residió en Buenos Aires. En 1945 integró la redacción del emblemático semanario uruguayo Marcha, dirigido por Carlos Quijano. Benedetti, que solía participar en la sección humorística llamada «Mejor es meneallo», parafraseando a Cervantes, firmaba las notas con el pseudónimo Damocles. En torno de Marcha se congregó lo que se conoce como la Generación del 45, «un conjunto de artistas con influencias diversas y con un profundo rigor crítico», como lo definió Benedetti, y que introdujo la narrativa urbana en el Uruguay. También pertenecieron a este grupo Idea Vilariño, Ángel Rama, Carlos Real de Azúa y Armonía Sommers; todos tuvieron un maestro común: Juan Carlos Onetti.
En 1948 funda la revista Marginalia, de la que fue además su director. Un año después forma parte del consejo de redacción de la revista Número, que tuvo un gran peso en la cultura de su país y dio a conocer a autores franceses, ingleses, alemanes y norteamericanos. Integró más tarde el staff del semanario Brecha. En 1957 viaja a Europa como corresponsal de Marcha y El Diario, donde realiza entrevistas y escribe notas políticas, culturales y de espectáculos. Entre otros, colaboró también en los diarios El Mañana y La Tribuna Popular de Uruguay, en el diario español El País y en la revista Crisis, publicada en Buenos Aires.
En 1973 Benedetti debió abandonar Uruguay por razones políticas y residió en la Argentina, Perú, Cuba y España. En la época en que le tocó vivir en la Argentina, tenía un llavero, al que llamó «el llavero de la solidaridad», con cinco o seis llaves de las casas de amigos argentinos en las que podía refugiarse ante cualquier amenaza. Dice Juan Cruz sobre el exilio de Benedetti:
Detrás hay una larga vida de poeta, de novelista, de articulista, de activista político; la policía militar de su país lo persiguió por el mundo —Buenos Aires, Lima, La Habana— para que cumpliera la condena implícita que pesaba sobre él, y se salvó de la muerte. España —Palma, Madrid— fue su penúltimo refugio. En Mallorca vivió años muy felices, lo dice él, y en Madrid se hizo con casa, amigos y esperanzas; hasta que pudo volver, y fue entonces cuando inventó la palabra desexilio: acostumbrarse a vivir en el país que fue el suyo.
A lo largo de su vida, fue distinguido con importantes premios: en 1987 Amnistía Internacional le otorgó el Premio Llama de Oro por su novela Primavera con una esquina rota, en 1999 recibió el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y en 2005 el Premio Internacional Menéndez y Pelayo. En Chile recibió en 1995 la medalla Gabriela Mistral y en 2005 la medalla Pablo Neruda.
A la hora de definirse como periodista, novelista, cuentista o poeta, sin dudarlo, el autor de La tregua se consideraba sobre todo un poeta. En materia de estilo, se declaró fanático de la sencillez y de la claridad.
Como señala en el prólogo a sus Cuentos completos el escritor mexicano José Emilio Pacheco, Benedetti «ha actualizado la totalidad del ejercicio literario que practicaron los grandes escritores de otros siglos y ha sabido crear un público que lo sigue en muchas partes, de libro en libro y también en los periódicos, en la escena, en los discos». Joan Manuel Serrat, Daniel Viglietti y Alberto Favero difundieron muchos de sus versos, que fueron cantados por sucesivas generaciones. Sus poemas «Por qué cantamos» y «Te quiero», musicalizados por Alberto Favero, han sido interpretados en todas partes del mundo por Silvio Rodríguez, Nacha Guevara, Pablo Milanés, Jairo, Gianfranco Pagliaro, Marilina Ross, Celeste Carballo, Sandra Mihanovich y el grupo Opus 4, entre otros. En el volumen Canciones del más allá (1988) se han reunido las letras de los temas que escribió.
Durante los últimos dos años, antes de su muerte, ocurrida en Montevideo el 17 de mayo de 2009, Benedetti corrigió y ordenó los sesenta y dos poemas que componen Biografía para encontrarme, publicado póstumamente, en 2010. El libro tiene el tono de una despedida y en varios poemas aparece la idea de que la vida es un paréntesis, siempre amenazada por la muerte.
Sus restos descansan en el Cementerio Buceo, frente a la rambla de Montevideo. María Simon, la ministra de Cultura, leyó un texto de Juan Gelman escrito especialmente para despedirlo:
Querido Mario, te digo adiós, pero no te lo digo. Te despido, pero no te despido. Siempre estarás en mí y en el alma y en el corazón de miles de personas que entraron en la poesía a través de la puerta grande de tus poemas. Hasta luego, entonces.
Al referirse a la muerte de Benedetti, expresó el escritor y crítico literario Hugo Achugar:
Mario Benedetti escribió más de ochenta libros, denunció la injusticia, se jugó por sus convicciones y nos hizo hijos a todos. Aquí o del otro lado del charco y en la más alta patria grande de la lengua y también más allá de fronteras y culturas enterramos al padre, a ese hombre enterramos y por lo mismo nos quedamos más solos, huérfanos nos quedamos.
La obra
Su primer libro de poemas, La víspera indeleble, publicado en 1945, no forma parte, por decisión del autor, del volumen Inventario, una recopilación de su obra poética. En el prólogo a Cuentos completos (1994), dice José Emilio Pacheco sobre la producción literaria de Benedetti:
No queda en nuestro vocabulario un término capaz de abarcar una actividad como la de Benedetti. Poeta, novelista, cuentista, crítico, ensayista, desafía todo intento de clasificarlo y ha enriquecido cada género con la experiencia ganada en los demás. Hasta la oposición prosa/poesía es destruida por Benedetti en El cumpleaños de Juan Ángel, que restaura como vanguardia la novela en verso y se anticipa en dos décadas al inesperado retorno del poema narrativo.
En 1949 Benedetti publicó Esta mañana, su primer libro de cuentos, y un año más tarde, los poemas de Sólo mientras tanto. En 1953 apareció su primera novela, Quién de nosotros, pero fue con el volumen de cuentos Montevideanos, publicado en 1959, que realmente tomó forma la concepción urbana de su narrativa. En los cuentos de Montevideanos aparece el mundo de las oficinas y el movimiento urbano. Como indica el título, la vida en Montevideo, sus habitantes, su ritmo es el tema central de estos relatos. Sobre este libro, que marcó un antes y un después en su obra, ha dicho el autor:
En cuanto a mi obra, Montevideo la ocupa casi totalmente. No sólo porque uno de mis libros se titula Montevideanos, sino porque a lo largo de mis novelas, mis cuentos, mis poemas, no siempre en las líneas pero sí en las entrelíneas, la ciudad y sus habitantes son presencias casi estables. No sé si será una obsesión, pero al menos es un rasgo tenaz, pero también una carencia... Como mis personajes, soy un montevideano seguro cuando trabajo e imagino con ellos, a partir de ellos, o a partir de mí mismo, como montevideano.
Con La tregua, publicada en 1960, Benedetti adquirió trascendencia internacional. La novela tuvo más de cien ediciones y fue traducida a diecinueve idiomas. Luego siguieron, entre otros, sus libros La borra de café (1992), Perplejidades de fin de siglo (1993), El olvido está lleno de memoria (1994), El amor, las mujeres y la vida (1995), Andamios (1999), La vida ese paréntesis (1998), El mundo que respiro (2001), El porvenir de mi pasado (2003), Adioses y bienvenidas (2005), Vivir adrede (2007) y Testigo de uno mismo (2008). Su obra poética ha sido reunida en Inventario Uno (1950-1985), Inventario Dos (1986-1991) e Inventario Tres (1991-2001). Entre sus ensayos, figuran: Literatura uruguaya del siglo XX, Letras del continente mestizo, La realidad y la palabra.
En 1993 Ediciones Trilce publicó en Montevideo la novela policial La muerte hace buena letra, escrita en colaboración por once escritores uruguayos: Mario Benedetti, Hugo Burel, Miguel Ángel Campodónico, Enrique Estrázulas, Milton Fornaro, Suleika Ibáñez, Sylvia Lago, Juan Carlos Mondragón, Teresa Porzecanski, Omar Prego y Gadea, y Elvio Rodríguez Barilari. La novela está estructurada en veintitrés capítulos: cada autor escribió dos, en dos vueltas. Los capítulos 1 y 12 estuvieron a cargo de Mario Benedetti. Entre los once narradores, durante un almuerzo, planificaron el capítulo 23. Dice Omar Prego y Gadea en la «Introducción»: «No hubo reglas escritas. Sabíamos, sí, que nadie debía aniquilar a los personajes en accidentes de aviación o en multitudinarios naufragios, por ejemplo».
Sobre La tregua
En su ensayo «Temas y problemas», del libro colectivo América latina en su literatura (coordinación e introducción de César Fernández Moreno, publicado en 1972), al enfocar la relación entre literatura y sociedad, Mario Benedetti observa que, a partir de que ingresa la ciudad en las historias de los escritores latinoamericanos, «el paisaje urbano se carga de sentido social». Haciendo referencia a novelas como La vida breve de Juan Carlos Onetti, Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal y El acoso de Alejo Carpentier, señala lo siguiente: «Y pasa con el paisaje de cemento aproximadamente lo mismo que con la selva en la novela rural; desaparece virtualmente, en beneficio del personaje». Esta misma característica también está presente en La tregua, novela a la que podríamos incluir dentro de la siguiente descripción hecha por Benedetti:
En las mejores novelas y en los mejores cuentos que hoy se escriben en Latinoamérica el personaje no es ni el héroe individualista —esa víctima arbitraria del destino, ese ser aislado, de la ficción romántica— ni tampoco el mero engranaje de una presión social, el resorte más o menos gastado de una asunción colectiva de la lucha de clases. Hoy en día el personaje literario es individuo y a la vez sociedad: es fragmento del plural sin dejar por ello de ser ineluctablemente singular.
Y agrega unos párrafos después, a manera de conclusión: «El personaje ha cambiado, y el cambio más notable es quizá que la sociedad no sólo está fuera sino dentro de él».
Mario Benedetti escribió La tregua en un café ruidoso de Montevideo, en medio del movimiento de la ciudad, aprovechando las dos horas diarias de las que disponía para el almuerzo, mientras trabajaba en una inmobiliaria. Por entonces, nadie lo molestaba; no era el reconocido escritor en el que se convertiría con la publicación, justamente, de esta novela que le valió el aplauso internacional.
La tregua fue llevada primero a la televisión y luego al cine, en ambos casos bajo la dirección de Sergio Renán. Con esta película Renán debutó en 1975 como director, y lo hizo con éxito, ya que fue el primer film argentino nominado a un Oscar. En el elenco estaban Héctor Alterio, Ana María Picchio, Marilina Ross, Luis Brandoni, Aldo Barbero, Juan José Camero, Antonio Gasalla, Oscar Martínez, Cipe Lincovsky, China Zorrilla, Norma Aleandro, Walter Vidarte, Hugo Arana, Carlos Carella, Lautaro Murúa, Luis Politti y Víctor Manso. Cuando se cumplieron los veinticinco años del estreno, dijo Renán en un reportaje realizado por Claudio D. Minghetti para el diario La Nación:
Tuve amor y piedad por el protagonista. Por un lado, la problemática de este solitario que se acercaba a los cincuenta, las de sus hijos ya crecidos y sus compañeros de oficina atrapados en la rutina permitió que distintas generaciones y tipos sociales se sintieran identificados con la historia de eje y las subhistorias. A mí me permitieron descubrir algunos costados con los que hasta ese momento convivía con cierta dificultad, que tienen que ver con la expresión de los sentimientos, frente a la que tenía una actitud vergonzante. Todo lo que oliera a buenos sentimientos expresados con claridad me parecía repulsivo, me provocaba rechazo y desprecio, algo habitual entre intelectuales.
Esa «piedad por el protagonista» de la que habla Renán, se emparenta con el amor al prójimo —el projimío, como lo llamó Benedetti— presente no solo en La tregua, sino en muchos de sus relatos y poemas. Este es un rasgo que han captado los lectores que siguieron con fervor la obra del autor uruguayo y también algunos escritores y críticos, como es el caso de José Emilio Pacheco:
El acierto de Benedetti fue partir de sus prójimos más próximos para ahondar narrativamente en el enigma de las relaciones humanas, en la pregunta sin respuesta en torno a nuestra convivencia. El deseo, el poder, el amor, el miedo, el odio, la envidia, la enfermedad, la frustración, la alegría, la plenitud, la amistad, la juventud, el dinero, o la falta de vida encarnan en historias cotidianas de personas concretas gracias a una maestría que renuncia a todo exhibicionismo y una actitud crítica que jamás se niega a la compasión.
En el discurso que pronunció al recibir el Premio Sofía de Poesía Iberoamericana en 1999, Benedetti habló en especial sobre la poesía y los poetas, pero también opinó sobre los narradores:
En general, los narradores parecen haber adquirido un abono o pase
libre para transitar libremente por la realidad. No sólo la nombran sino que la
describen y registran; cuando conviven con ella, se sienten como en su casa, y
ya que son fabricantes de ficciones, la pueden modificar sin pedir permiso. El
novelista es sobre todo un inventor de realidades, y sólo en segunda instancia
un inventor de palabras.
Mario Benedetti: La tregua. Edición especial para el trabajo en el aula con guía de actividades de prelectura, análisis y lectura comprensiva, taller de escritura e introducción a cargo de Graciela Gliemmo. Buenos Aires, Planeta, 2013.