Luisa Valenzuela: Realidad nacional desde la cama
A la hora de elegir desde qué perspectiva narrar, es indudable que Luisa Valenzuela prefiere el paradigma, la superposición de planos, la simultaneidad, y que desecha el sintagma, la linealidad, la causalidad que pone en serie incuestionable los acontecimientos históricos. Esta elección está presente tanto en sus cuentos como en sus novelas, que expanden y traman una relación conflictiva entre episodios que se sitúan desde diferentes ángulos o entre realidades dispares que se alternan y hasta llegan a confundirse. Podría mencionar dos entre muchos otros ejemplos: el relato «Simetrías», tal como su título mismo ya deja entrever, y su última novela, La travesía (1999).
Residir en un lugar y evocar otro, desplazarse y estar enlazada a mundos y culturas diversas, vivir atravesada por la transitoriedad, convocar mediante la memoria situaciones del pasado que se deslizan en el presente resignificándolo parecen ser algunos de los tantos núcleos narrativos que connotan una visión personal de la vida y de la historia, una tendencia constante que se enriquece en cada nuevo texto.
En Realidad nacional desde la cama, la transposición y la coincidencia de espacios y tiempos compromete varias instancias del relato. El inicio de la novela revela esta suerte de «modo» de percibir la realidad y de representar «nuestra» particular historia nacional: «Sin sospechar la superposición de planos, sin saber nada del campamento militar o de la villa miseria, una mujer ha ido a buscar refugio en un cierto alejado club de campo».[1] Porque no hay sospecha de esa superposición, la protagonista descubrirá en unos pocos días la abundancia de escenarios y escenas que conforman la realidad nacional. Un club de campo que coexiste con un campamento militar y, además, con una villa misera. Un lugar de descanso habitado por quienes pretenden una vida incontaminada, cercada para separarla de lo que pasa afuera, que se ve invadida sin posibilidad de freno por la historia de los otros, por lo que acontece más allá de la intimidad. El club como una metáfora del país:
—Me voy del club.
—Viene a ser la misma cosa. (p. 33)
La cama es el punto de encuentro de las diversas historias, una suerte de aleph, pero no borgiano, sino a lo Valenzuela. Un espacio que convoca paralelismos, hecho a su vez de capas —sábanas, frazada, manta— y de planos dobles —encima y debajo—, donde la protagonista intenta refugiarse y cubrirse, protegerse de las noticias y del presente con el propósito de superar, mediante la reactivación de la memoria, un pasado traumático. Tras el regreso, después de diez años de exilio, también el pasado regresa junto con ella y el presente se escurre por encima y por debajo de la cama: los militares invaden el cuarto; el hambre se infiltra desde la contundencia de un hambriento; la inflación se evidencia como incontrolable; la desocupación se mete entre las sábanas, encarnada en la figura del médico-taxista-psicoanalista, profesional heterogéneo que responde a una identidad versátil.
No hay posibilidad de estar a resguardo, de aislarse. No hay lugar para lo único, lo excluyente, lo exclusivo. El refugio se torna un territorio imposible, cercano a la utopía. Lo otro existe y se impone. Contra la voluntad del individuo. Lo otro: con la posibilidad de leer lo otro como lo diferente, lo correlativo, el inconsciente, lo inmanejable, lo que irrumpe incluso desde la violencia. Lo otro pensado desde el interior del personaje, a partir del deseo imperioso de recordar y, desde el exterior, dando lugar al ininterrumpible devenir histórico. Dos fuerzas que, aunque opuestas, se complementan.
La superposición continua convoca tanto las simultáneas posibilidades de significación que brinda el diccionario con cada uno de sus términos, y con las que la autora siempre juega, hasta la puesta en escena de un tipo especial de sociedad. Estas percepciones forman parte del aprendizaje de la protagonista que, identificada desde su nacimiento con lo múltiple, confiesa en la primera página de la novela:
Nací bajo el signo de la Pregunta como otros bajo Capricornio o Leo. No por eso estoy más predispuesta que otros a la duda o al autocuestionamiento, pero conozco a fondo la verdadera ambivalencia. Tengo mi ascendente en Ojos, un signo dual, como Tetas o Testis o Twin Towers. (p. 7)
En esta misma dirección, la posibilidad de trabajar con una voz narradora omnisciente se diluye. Quien narra este texto —rasgo también presente en otros de Valenzuela— oficia como contravoz del monólogo interior de la protagonista, interviniendo muchas veces no como una entidad que aclara el desarrollo de la historia narrada sino que, por el contrario, lo complejiza. Este juego de decir y desdecir, de contradecir a la protagonista también contribuye a generar en el lector la percepción de que está ante una situación confusa, no reductible a la síntesis, difícil de explicar.
¿Por dónde pasa entonces el saber de quien narra? El narrador no clausura sino que abre nuevas posibilidades, asume la lúdica actitud de escuchar los interrogantes de los personajes y suma a estos sus propias dudas. Las voces se superponen, las diversas perspectivas coexisten. Se sostiene el enigma, que importa más que dar una respuesta.
El siguiente fragmento expone esta actidud de crear contravoces, de hacer entrar en conflicto informaciones y referencias: «El otro día su amiga Carla, no tan amiga, no tan vieja amiga, su nueva amiga Carla la encontró tirada como trapo». (p. 9) Con el mismo sentido, Valenzuela utiliza las referencias temporales «todavía» y «por ahora», que limitan la información que el narrador va brindando, con un gesto que se asemeja al del pescador, cuando suelta y tira casi a la vez de la línea: «Ahora, ya en el club de campo, tampoco quiere saber nada de nada —todavía»— (p. 10); «Los ruidos parecían estar como en sordina, por ahora». (p. 11)
En ambos casos, se anuncia que habrá un cambio y que la realidad no mantendrá su uniformidad. Algo semejante ocurre con el uso de la conjunción «o», que abre la indefinición de algunas escenas: «Parece dormida, o sumida en sus pensamientos, o quizá abocada a la antigua disciplina de la meditación trascendental, tan en boga en los últimos años» (p. 22). Este impulso se repite en la aparente disociación entre lo que la protagonista experimenta interiormente y aquello que da a conocer, cuando afirma lo que quisiera negar u ocultar. En un pasaje se lee:
Y detrás de la mentira se aloja la verdad que la mueve: dejar de soñar en inglés y poder soñar en castellano, atrapar lo aparentemente perdido, permitir que asomen a la superficie las palabras que han quedado oprimidas bajo el peso de otro lenguaje.
Hay una mujer no solo cautiva de la realidad, sino cautiva de las palabras, porque se ha distanciado de su lengua de origen. La pertenencia a lugares dobles —Nueva York y Buenos Aires— es correlativa con esta doble condición de potenciado exilio: lejos de una ciudad, de un país, y hablando en un lenguaje ajeno. Una mujer implantada tras la ausencia y el regreso en una realidad que se presenta como fantástica. ¿Y qué es lo fantástico sino una instancia doble donde lo irreal asoma y lo que se asume desde el imaginario como «real» no tiene el peso suficiente para resolver la ambigüedad?
De este modo, un componente absolutamente histórico como la hiperinflación queda absorbido dentro de una cosmovisión del mundo y alcanza a rozar no solo la parodia sino la farsa.[2] Esa farsa que exhibe las numerosas caras de una ciudad que se muestra de fiesta en la televisión y que deja estallar la furia de la carencia tras la alambrada del club de campo. La misma realidad que algunos pretenden circunscribir a un manual militar de prácticas basadas en la obediencia y el orden, pero que otros simultáneamente transgreden bajo la forma de una asonada militar.
El mandato de bloquear la memoria y el pensamiento se repite a lo largo de esta narración:
Pensar hace mal, no piense, insiste, y cuando la señora ha cerrado bien los oios María imita el paso militar de los desfiles frente al ventanal y se encamina marcialmente hacia la puerta de entrada. (p. 27)
La señora ve todo y comparte la arcada del conscripto. Ajj, dice también ella y por suerte nadie le presta atención, ajj, sin querer, y de inmediato desaparece bajo las sábanas: yo no estuve aquí, no dije nada, no vi nada, no sé nada. (p. 41)
Soy una mujer prudente y sé que recordar puede no ser sano. (p. 49)
Acordarse no es aconsejable, sentencia el uniformado. (p. 65)
Te vamo a bajar. Salite de esa cama que te vamo a bajar. Lo sabemos todo. Conocemos tu misión. Vos querés la memoria, te vamo a bajar. (p. 82)
Ante la imposibilidad de recordar, de dar rienda suelta a una memoria individual y colectiva, la historia parece repetirse bajo la apariencia engañosa del progreso.
Desde lo profundo de esa realidad emerge el síntoma como contracara del lenguaje, de ese lenguaje que la protagonista intenta reconquistar para sí. ¿Dónde se encuentra entonces la salida ante este impedimento, al enfrentarse a esta especie de caos histórico que produce pasividad e impotencia? ¿Se resuelve al recordar y establecer relaciones entre pasado, presente y futuro para aprender de los errores ya vividos o al bloquear la realidad y la memoria, aunque la consecuencia sea corromper la historia misma? Realidad nacional desde la cama sostiene hasta el final el enigma, no lo resuelve. La novela se cierra con un interrogante:
La difusa tendencia de la protagonista, que ha elegido volver pero que retrasa sumergirse de lleno en la realidad, se juega en un tiempo presente que, sin embargo, se impone como otro tiempo. La «señora» intenta armar los pedazos de una realidad desgarrada, pretende atar los cabos, articular las astillas del recuerdo mientras la presencia constante de militares amenaza con retornar.
Debajo del tono farsesco se esconde la representación de una historia que, bajo falsos signos de cambio, no silencia sus constantes: el autoritarismo, el mandato de no ver y no pensar, la desigualdad social, las salidas políticas compulsivas, los actos carnavalescos asociados al poder, la historia pública que se confunde con la vida privada. Una realidad nacional que dentro y fuera de la cama se muestra inquietante.
Doce años después de su primera edición, Realidad nacional desde la cama amplía, más allá de la poética y de la cosmovisión de Luisa Valenzuela, su médula de significación. Términos que parecían superados, echados al olvido como «hiperinflación», «saqueos» , «desempleo», «insurrección social», y situaciones ya vividas, alcanzan una coexistecia tal que el pasado y el presente se trastocan hasta diluirse sus fronteras, de la misma manera que se han esfumado en esta novela los límites espaciales.
Como ocurre muchas veces con la literatura y, en general, con el arte, el presente contribuye a resignificar hoy esta ficción; reactualiza muchas de sus escenas de modo tal que la historia se perfila más como retorno, ciclo, repetición, que como avance irreprochable hacia delante. Esta novela, que en su origen revisaba el pasado de la Argentina e interrogaba la «realidad nacional» desde el momento en el que fue escrita, hoy nos conmueve porque no ha perdido actualidad, porque parece recién publicada.
Sin desdeñar su probable capacidad de pitonisa y sin dejar de observar la imagen que ilustra la tapa de sus Cuentos completos y uno más (1999), me inclino a pensar que no se trata en este caso de una profesía sino, más bien, de la habilidad de Luisa Valenzuela para poner en funcionamiento las destrezas que, como lúcida lectora de nuestra historia, le han permitido trazar ficciones en las cuales el «gran acontecer nacional» se organiza sobre la base del síntoma evidente de la repetición. Como respuesta, o más bien para seguir interrogándolo, ella retoma la tesis freudiana sobre el recuerdo, para oponerle al síntoma el arma combativa y curativa de la memoria, de la palabra que permite la liberación de aquello que se ha encapsulado y enferma al sujeto. Y, en este caso, también a la sociedad.
La novela apuesta, entonces, a revisar y a verbalizar el pasado para encontrarle, a través del lenguaie, un sentido a ciertas experiencias que parecen más bien vacías de toda lógica y significación, aun después de unos largos —¿o efímeros?— par de años.
[1] Luisa Valenzuela: Realidad nacional desde la cama, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1992, p. 7. Todas las citan corresponden a esta edición.