Mariano Azuela y las vanguardias


 

I

Durante la década del 20, surgen en México dos grupos vanguardistas que contribuirán con sus respectivas producciones literarias, sus revistas, sus manifiestos, sus textos programáticos y críticos al surgimiento de un discurso que reformule el vínculo entre historia y literatura, realidad y creación. El éxito y la repercusión en el extranjero de Los de abajo, la novela que Mariano Azuela diera a conocer entre octubre y diciembre de 1915 como folletín en El Paso del Norte, posibilita mostrar la tensión por la que atraviesan los escritores mexicanos en los años posteriores a la revolución de 1910, años en los que, por otra parte, tiene lugar el proyecto cultural que José Vasconcelos lleva a cabo desde la Secretaría de Educación Pública.

La particular relación que las vanguardias mexicanas establecen con la obra de Mariano Azuela durante la etapa posrevolucionaria deja aflorar buena parte de las preocupaciones de los «estridentistas» y, en especial, del grupo «contemporáneos»: la controversia entre nacionalismo y universalismo; la avidez de los escritores mexicanos frente a la literatura europea y norteamericana; la posibilidad de circulación, aceptación y éxito que abren las traducciones extranjeras; la marca de individualidad en la obra de cada creador y el rechazo de la repetición; los cánones a los que las obras deben responder; la conexión entre la creación literaria y el referente; la pluralidad y aceptación de propuestas que conducen hacia la autonomización de la producción artística.

Manuel Maples Arce, cabeza del estridentismo, que se ha preocupado en poner a la vista la conexión de sus poemas y manifiestos con la Revolución mexicana y que juzgará en varias oportunidades a sus opositores por la posición crítica y cuestionadora que esgrimen, se entusiasma al conocer la existencia y el contenido de Los de abajo. En su libro autobiográfico Soberana juventud, escribe sobre los «contemporáneos»:

Para escapar a toda responsabilidad adoptaron una posición neutra que les permitió sobrevivir por encima de todos los conflictos ideológicos que han conmovido al pueblo mexicano. Nunca fueron de derecha ni de izquierda. Jamás se levantó su voz para afirmar un principio. Tampoco aportaron innovación alguna, puesto que repetían la lección de sus maestros o imitaban los sentimientos y retórica de éstos.[1]

En 1927, siendo secretario del Gobierno de Veracruz, Maples Arce le pide autorización a Azuela para reeditar la novela, que fue publicada y distribuida por el propio gobierno veracruzano entre la clase proletaria. Los revolucionarios se convertían en el público ideal que podía juzgar todas las verdades que se desprendían de esta ficción. Esta edición cumplía con uno de los ideales de Vasconcelos: llevar la buena literatura al pueblo.

Casi simultáneamente, muchas reseñas, ensayos, prólogos, avances de libros, polémicas y artículos de diversa índole que se recogen en las revistas vanguardistas Antena (1924), Ulises (1927-1928), Contemporáneos (1928-1931) y Examen (1932) componen las piezas de un tablero que deja traslucir qué puntos están en juego a la hora de escribir, publicar y hacer ingresar esas publicaciones en el sistema literario inaugurado por la modernidad.

La problemática que presentan estas cuatro revistas en torno a los conceptos de revolución y literatura revolucionaria, y sus expectativas con respecto a lo que se espera de una literatura moderna y de ruptura choca con la lectura que de los mismos elementos hace, por ejemplo, la revista Amauta en el Perú. Una primera mirada sobre estas publicaciones conduce a concluir que las vanguardias mexicanas, desde la actitud del grupo «contemporáneos» y a través del éxito editorial de Los de abajo de Mariano Azuela, exhiben su afán de internacionalismo, su deseo de colocar su producción en el ámbito de la circulación mundial. Por el contrario, Amauta, que reivindica el estridentismo y a Maples Arce por la relación que este establece con la problemática revolucionaria, hace girar su interés alrededor de los conceptos de nacionalismo e iberoamericanismo.

Al reseñar esta novela, José Carlos Mariátegui no se interesa por su repercusión en Francia y Estados Unidos, sino por la posibilidad de que con ella se abra una línea de producción a través de la cual México pueda exponer la transformación política y social llevada adelante por la revolución. Para Mariátegui, la literatura debe tomar estos aspectos como motivo de reflexión, como elementos a representar:

La Revolución mexicana ha tenido, en literatura, su período de poesía. Período de cantos a la revolución. (El «estridentismo» es su batalla literaria característica y Maples Arce su poeta representativo.) Los de abajo, la novela de Mariano Azuela, parece ser el signo de que la revolución entra, también en literatura, en su período de prosa. La novela, el relato, fijarán más duradera y profundamente que el verso el carácter y la emoción de la epopeya revolucionaria.

Los de abajo no es todavía la novela de la revolución. A esta novela no será posible llegar sino a través de tentativas preparatorias. Azuela nos revela en su libro tan sólo un lado, un contorno de la revolución. No desfila, delante de nosotros, el ejército de la revolución, sino una de sus columnas volantes. La versión de Azuela, robusta, honrada, violenta, se detiene en la guerrilla, en la escaramuza, en el episodio. (Amauta, Año II, núm. 14, Lima, febrero de 1928, p. 42)

La reseña sobre Los de abajo se publica en la sección «Crónica de libros». En el número anterior, correspondiente al mes de enero, bajo el título «Los libros de la revolución mexicana», Magda Portal reseña la edición Lecturas populares de Esperanza Velásquez Bringas, jefa en ese momento del Departamento de Bibliotecas de la Secretaría de Educación. Velásquez Bringas compiló obras de Tolstoi, Barbusse, Tagore, Rolland, Ingenieros, Rodó, Vasconcelos, y otros para acercarles a los niños buena literatura con una impronta ideológica que acompañara el proyecto de educación popular y revolucionaria. La reseña de Portal es elogiosa tanto del libro como de la «obra formidable de la Educación Popular, emprendida con enorme optimismo por los nuevos hombres que surgieron con la Revolución y la cual abarca en una amplísima visión realista, los más urgentes problemas de México». (Amauta, Año II, núm. 13, Lima, enero de 1928, p.1) 

Mariátegui observa que la representación que Los de abajo hace de la Revolución mexicana no alcanza para consagrarla como la novela revolucionaria. Sin embargo, ve en este libro la posibilidad de inauguración de una serie conformada por otros que den, en conjunto, testimonio de los acontecimientos. La mirada crítica, pesimista, desesperanzada de Azuela arroja dudas sobre los resultados concretos de la revolución. Es muy provable que a Mariátegui le haya resultado inquietante una novela con elementos autobiográficos que cuestiona la posibilidad de un cambio verdadero en la sociedad mexicana. Desde cualquier punto de vista que se lea esta novela, la crítica a la confusión moral e ideológica entre los diferentes bandos es innegable. 

Hay que recordar que Amauta dedica mucho espacio a artículos que reflexionan sobre la reforma agraria en México, sobre los alcances de la Revolución mexicana a nivel nacional y continental, así como sobre el muralismo y las escuelas de pintura al aire libre, donde intervienen como productores artísticos hombres comunes del pueblo.[2] Sin embargo, lo que el director de Amauta rescata hacia el final de su reseña, saltando ya sobre el hecho de que la novela de Azuela muestre una mirada desencantada de la revolución y solo un sector revolucionario en juego, es su impronta literaria, que se vasta a sí misma sin tener en cuenta modelos de ningún tipo ni origen:

Nada de esto disminuye, por cierto, el mérito de la obra de Mariano Azuela, gran precursor de la novela americana.

Los de abajo no le debe artísticamente nada a ninguna literatura. Azuela la ha creado íntegramente con materiales mexicanos. Para algo la revolución de su patria es tan rica en materia y espíritu.

La relación de los «contemporáneos» con Los de abajo es bastante más compleja y deja vislumbrar que las preocupaciones de Antena, Ulises, Contemporáneos y Examen son verdaderamente otras. Mariano Azuela, a pesar de que interviene en las cuatro revistas mencionadas, juzga al grupo en una entrevista que Tristán Marof abre interrogándolo sobre la posibilidad de que los intelectuales mexicanos sean o no reaccionarios:

Sabe usted, los intelectuales mexicanos, salvo rarísimas excepciones, han seguido a todos los gobiernos. El mal es muy hondo y viene de muy lejos, desde los tiempos del porfirismo. Díaz Mirón, el gran poeta, fue servidor de Huerta, el chacal que asesinó a Madero. El poeta González Martínez, García Naranjo, Querido Moheno, Urrutia, Tablada, y fulano y zutano y todos los que ve usted pertenecen a las falanges del porfirismo. ¡Y estos muchachitos «gidistas» que trabajan en las oficinas son tan revolucionarios como podían ser reaccionarios! Por ejemplo, los «europeizantes» son calificados de reaccionarios y los «yanquizantes», en cambio, de revolucionarios. Pero, ¿cree usted que todos estos empleadillos que imitan servilmente, unas veces a Gide y otras al pobre acróbata de Jean Cocteau, valgan algo? A mí me dan náuseas. ¡Su vida, su literatura de alfeñique, su cobardía! Y el gobierno cree obtener de ellos un gesto, una actitud, un arranque de sinceridad para el pueblo. Intrascendentes, sin originalidad, pueblerinos. (Amauta, Año III, núm. 27, Lima, 1929, p. 91)

Aunque Azuela no da nombres ni precisa de quiénes habla, es obvio que Gide es la figura central que guía a los «contemporáneos». Con estas palabras, el autor de Los de abajo muestra que está en desacuerdo con la doble actitud del grupo, ya que sostenienen una literatura vanguardista, en consonancia con los modelos extranjeros que han elegido como guías y, por otro lado, participan como funcionarios públicos en las propuestas culturales y políticas del reciente Estado mexicano.

 

II

Varios textos de Mariano Azuela se dan a conocer en las revistas vanguardistas mexicanas: «... Y últimadamente...», en Antena; «Un grifo», en Ulises; La Luciérnaga y La Malhora, en Contemporáneos.[3] No es el tema mexicano lo que para el grupo está en la mira sino las innovaciones técnicas, la creatividad de Azuela como escritor en el aspecto formal, en la construcción de sus personajes y en esa voz narrativa que deja de juzgar para presentar una historia que observa como testigo, sin confundirse. Azuela logra una particular síntesis entre la tradición y la novedad, un gesto que el grupo, a pesar de los diferentes signos que presenta, parece perseguir. Dice Jaime Torres Bodet en «Perspectiva de la literatura mexicana. 1915-1928»:

Una personalidad se destaca, sin conexiones de partido ni deferencias de cenáculo: la de Mariano Azuela que, con la publicación de dos novelas breves, La Malhora y Los de abajo, ha obtenido en pocos años —tras largas épocas de olvido— una de rápida notoriedad. Sin preocupaciones de estilo, más interesado en descubrir a sus personajes que en describirlos con la delicada lentitud del prosador artista, las cualidades de Mariano Azuela son las que más frecuentemente hallamos en el buen novelista tradicional: el sentido pintoresco de los tipos, la inteligencia teatral de las situaciones y, sobre todo, el don de una psicología esquemática; por eso mismo, a primera vista, más impresionante. (Contemporáneos, núm. 4, México, setiembre de 1928, p. 24-25)

También Azuela se complace en que su novela Los de abajo triunfe en México y en Europa siendo él un escritor independiente. Según su testimonio, este hecho le produjo una de las mayores satisfacciones de su vida, ya que fue Henri Barbuse, el novelista francés de ideología comunista, quien la hizo traducir para publicarla en su revista Monde. Por su parte, Acción francesa, órgano de los monarquistas y de la extrema derecha francesa, también recibió la novela en forma elogiosa.[4]

Los «contemporáneos» no caen, sin embargo, en la demagogia de repetir los logros que el oficialismo señala y si lo reivindican, aunque no compartan sus elecciones, es porque consideran que su obra produce cierta apertura novedosa con respecto a la tradición novelesca mexicana y latinoamericana en general, incluso teniendo en cuenta la novela «criolla» que se produce en otros países. En este sentido, Jaime Torres Bodet incorpora además a Martín Luis Guzmán a partir de la publicación de El águila y la serpiente:

Los relatos de la revolución que publicó, domingo a domingo, en el suplemento de uno de nuestros diarios y que acaba de reunir en un grueso volumen, El águila y la serpiente, constituyen, hasta ahora, el anecdotario más rico, aunque no siempre el más imparcial, de esta época de nuestra guerra civil. Los efectos que logra están obtenidos no como en Los de abajo, de Mariano Azuela, por una mera simplificación del procedimiento y del estilo naturalistas, sino merced a un esfuerzo de recreación artística que da a sus aciertos un mérito más: el de una técnica más estricta. (ibid., p. 16).

El artículo más definitorio sobre las ideas del grupo corre bajo la responsabilidad de Bernardo Ortiz de Montellano, que en el momento de su publicación era el director de la  revista. «Literatura de la revolución y literatura revolucionaria» es la respuesta al prólogo que Valéry Larbaud escribe para la edición francesa de 1930 de Los de abajo. Larbaud interpreta algunos signos de la reciente producción mexicana como una suerte de «renacimiento»: las ediciones realizadas por el gobierno, los libros y las revistas vanguardistas tales como Antena, Ulises y Contemporáneos, la nueva pintura mexicana, la renovación teatral y poética. Estas producciones, según su criterio, muestran «el triunfante autonomismo de la vida intelectual del México de hoy». (Contemporáneos, núm. 21, México, febrero de 1930, p. 131)

El tema elegido por Azuela, sus personajes, los ámbitos no son los motivos de su logro, sino su calidad de artista. Azuela ha conseguido, según la opinión del escritor francés, esa cuota de universalismo que la modernidad exige:

Con el mismo desinterés e igual audacia hubiese podido pintar cualquiera otra realidad presente para él en otra parte, en distinto país. Esto es lo que han hecho todos nuestros grandes novelistas y cuentistas, Stendhal, Mérimée, Balzac y si Flaubert escribió dos grandes obras nutridas de sueños, situados en un pasado lejano, es que esos sueños llegaron a imponérsele como visiones de una claridad tan grande para él como la de la realidad contemporánea. (ibid., pp. 140-141)

Las reflexiones de Ortiz de Montellano se abren apropiándose como mexicano de Los de abajo, al considerarla como «nuestra novela de guerra» y reconociendo el éxito universal del que se ha hecho acreedora debido a las traducciones francesa e inglesa. La cuestión del «éxito» se reitera en muchas de las reseñas y comentarios. En este artículo, en particular, la idea es recurrente en varios pasajes. Parece ser que la novela de Azuela se recorta de manera ejemplar, no por su poética sino por los alcances que ha logrado en el mundo:

Ceux d' en bas traducida al francés con respetuosa exactitud por M. J. y J. Maurín alcanza ya la décima edición —alrededor de diez mil ejemplares vendidos— éxito que corresponde por partes iguales al autor de Los de abajo y al lector francés tan ávido como bien preparado.

En Francia los literatos, siempre atentos al movimiento universal de la cultura y al desarrollo de la sensibilidad artística del mundo, han logrado, perfeccionando el arte impersonal y difícil de la traducción, llevar a sus lectores los mejores frutos —a menudo los más tiernos— de la inquietud y el pensamiento de Asia y Europa. Ahora vuelven los ojos al nuevo Continente. (Contemporáneos, núm. 23, México, abril de 1930, p. 78)

Uno de los impulsos de Ulises y Contemporáneos consistió en traducir obras europeas y norteamericanas. Por esta razón, las reflexiones de Ortiz de Montellano sobre la actitud del pueblo francés frente a la traducción y difusión de material extranjero le permiten responder de manera indirecta a las acusaciones que el grupo recibió al considerárselo «antinacionalista» y «extranjerizante». Como muy bien refiere Guillermo Sheridan en su valioso ensayo Los Contemporáneos ayer, Ortiz de Montellano intentó demostrar que México fue el centro de la revista. De los 118 colaboradores, 64 eran mexicanos, 32 europeos o norteamericanos y 22 españoles o hispanoamericanos. De las 227 reseñas y ensayos publicados, 112 tuvieron como motivo a México, España e Hispanoamérica frente a 29 sobre Europa y Estados Unidos.[5] Esta tendencia, por otra parte, no estaba reñida con la idea de universalismo que el grupo defendía a partir de la producción de traducciones y discursos críticos.

Queda claro que para Ortiz de Montellano el solo hecho de dar cuenta de temas revolucionarios no hace que una obra se presente como revolucionaria:

El tema de la revolución no creará nunca para nosotros la literatura revolucionaria, nueva en su concepto estético y en su propia expresión; autóctona dentro de la cultura heredada y abonada durante siglos con fisonomía particular; enraizada en la más profunda vertiente de la  sensibilidad peculiar de México y enemiga de viejos moldes. (ibid., p. 80)

Adolfo Castañón ve en estas observaciones el deslinde que Ortiz de Montellano hace entre literatura de la revolución y literatura de vanguardia. Mientras que la primera tiene a la revolución como tema, tal como ocurre con Los de abajo y El águila y la serpiente, la segunda produce un movimiento revolucionario en el sistema. Castañón afirma que en este artículo Ortiz de Montellano precisa las funciones de la crítica: distinguir entre una y otra literatura, determinar qué literatura es vanguardista y cuál no lo es.[6] Y esta función, a falta de críticos a la altura de las circunstancias, la cumplen los propios escritores mexicanos.

La misma idea y actitud reflota en «Notas de conversación» de Marcial Rojas, donde reafirma el origen revolucionario de la juventud mexicana, dado el ambiente de renovación nacional en el que han crecido los jóvenes en México. Según su criterio y a diferencia de lo que ha ocurrido con la Revolución rusa, la Revolución mexicana admite a diferentes sectores y convoca la diversidad de opiniones. Estos conceptos alcanzan también a la producción literaria:

La literatura revolucionaria de México no podría tener caracteres determinados, homogéneos, de propaganda de un solo conjunto de ideas como los que presenta la literatura rusa. Tampoco puede ser tipo de nuestra literatura revolucionaria la bella, fuerte, realista y realizada obra de Azuela, ni la de Guzmán, empapadas de la amarga verdad de los hechos domésticos porque son obras individualistas, reflejo de sensibilidad personal. (Contemporáneos, núm. 18, México, noviembre de 1929, p. 336)

Esta es otra cuestión que al grupo le interesa resaltar: la individualidad, frente a la producción en serie. Mientras que la literatura de vanguardia exige y asegura esa condición, la literatura de la revolución la pone en riesgo. Azuela se salva, a pesar de todo, al trascender sobre el resto de la producción. Marcial Rojas recuerda: «El buen arte es individual y no debe mezclársele con los movimientos sociales colectivos, por obligación y previsión» (p. 336). Individualidad creadora y autonomización de la obra artística: dos banderas de las vanguardias mexicanas que se levantan ante las exigencias que surgen durante el período posrevolucionario.

 

III

En agosto de 1932, la  revista Examen inaugura su lanzamiento con los tres primeros capítulos de la novela Cariátide de Rubén Salazar Mallén. En septiembre del mismo año, junto con su segundo número publica cinco capítulos más y promete continuar con esta empresa. El texto, que reproduce el habla de sectores marginales, provoca un escándalo: los comentarios moralistas se dan a conocer desde las páginas de los diarios mexicanos. Según la opinión de Octavio Paz, dado que muchos de los colaboradores de la revista eran funcionarios de la Secretaría de Educación Pública, el ataque alcanzaba a Bassols, Ministro de Educación, que gozaba de poca simpatía entre los grupos reaccionarios. La revista fue consignada, Jorge Cuesta y Rubén Salazar Mallén fueron procesados, luego absueltos, y el ministro prefirió no darse por enterado.[7]

En el último número, se recogen fragmentos de la crítica que ha sufrido la novela en los periódicos Excélsior, El Nacional, El Universal Gráfico, El Machete y La Prensa. Excélsior, en su número del miércoles 19 de octubre de 1932, considera que se ha incurrido en un «incalificable desacato a los más rudimentarios principios de decoro» y pide que se tome cartas en el asunto:

Dado que actualmente las autoridades se están esforzando por desterrar todo género de inmoralidades sin recato alguno, pedimos de la manera más formal que la policía recoja los ejemplares de esa inmunda revista y los consigne al Procurador de Justicia, juntamente con sus responsables. (Examen, núm. 3, México, noviembre de 1932, p. 22)

El diario, días después, insiste en el tema: califica a la novela de Salazar Mallén como «procaz» y rechaza el argumento de que el lenguaje utilizado corresponda al sector social que el novelista ha elegido como protagonista de la historia. Excélsior muestra, en su editorial del viernes 21 de octubre, un grado sumo de rechazo frente a la innovación que el texto abre:

Si fuésemos a pintar o describir las escenas de los prostíbulos, haríamos obra pornográfica, aunque muy real, y si llevamos la publicidad de tales cuadros al periodismo, ¿no se convertirá éste en cloaca inmunda, dañosa para los hogares y, sobre todo, para la juventud que lee y estudia? Otro tanto sucede con el vocabulario que «acostumbran usar los tipos de baja extracción social», que, por ser pedestre, y, para valernos de una pintoresca palabra mexicana, lépero, no debe tener cabida en publicaciones. (ibid., p. 23)

En un artículo denominado «La pudrición literaria», firmado por Antonio Islas Bravo y publicado en El Nacional del jueves 20 de octubre de 1932, se dice que la revista Examen es un «estiercolero literario» y se cuestionan directamente los alcances de las vanguardias en México, bajo una ideología sumamente clasista y machista: 

¡Tanto ha descendido el llamado vanguardismo en México! Porque allí en esa revista está todo el Cenáculo de la Universidad... El Cenáculo aquel queda descalificado desde el momento en que se ha hecho solidario de la publicación de tanta insolencia. No se trata de la palabra equívoca, de doble sentido, de humor exquisito que no sugiere nunca crudeza de ninguna especie. Se trata de la palabra bronca, de la palabrota que los más incultos reclutas no se atreven a decir, y toda la «novela» está plena de estas atrocidades. ¿Dónde está la belleza literaria de estos escritores? ¿Dónde el arte de que blasonan? ¿Para despertar su inspiración han tenido necesidad de acudir a esas letrinas de nuestras vecindades a que antes nos referíamos?

Puede un artista entregarse a los paraísos artificiales, por medio de los tóxicos malditos; pero recorrer las páginas de la cultura literaria para acabar, a título de vanguardismo, en una predicación inacabable de insolencias de pulquería; poner ese lenguaje no sólo en labios de hombre, sino como propio de muchas de nuestras mujeres, y escoger cuidadosamente, a nuestro juicio, de toda la insolencia mexicana, la más gruesa, la más ordinaria, la más repugnante, para formar los diálogos de la llamada novela, son cosas que no deben tolerarse y que niegan toda aptitud para las letras... Puede calcularse lo que será de la República con esas inundaciones que vienen de las letrinas literarias. Es el resultado del afeminamiento en las letras. Estas para ser robustas necesitan siempre de un ideal superior propio de hombres. (ibid., p. 23)

Por su parte, El Universal Gráfico también cuestiona al movimiento literario vanguardista en su conjunto a partir de una concepción del ser mexicano, basado en un ideal que privilegia los códigos masculinos que la sociedad ha estereotipado:

Pero el vanguardismo está siendo adulterado para beneficio de ciertos retrocesos, no sólo intelectuales. Ahora, frente al cargo de afeminamiento que se lanza a cierta literatura de importación, esgrimen como desagravio cierto «machismo» que no despista. Porque no es ese un machismo mexicano, de revolución, de sangre, de sudor masculino y lucha cruel que son aspectos de nuestra vida, sino que emplea vocablos de un reducido círculo entre el «peladismo», lo que nunca se había visto en letras de molde y menos como producción de gentes intelectuales y hasta representativos de una escuela literaria.

La revista en cuestión no es pornográfica. En el desnudo se encuentra un punto de arte, por procaz que sea. En la frase chabacana, sucia, de estiercolero, se halla una pobreza mental que desacredita. Y como las espadas que no deben sacarse sin motivo ni envainarse sin honor, esa literatura no debe llegar a emplear la majestad de la letra de imprenta para sus desahogos. (ibid., p. 23)

Un aparte merece la opinión de El Machete, órgano del Partido Comunista, que se siente directamente implicado en la discusión debido al sector social que la novela representa:

Estos últimos días hemos sufrido una serie de narradores a costillas de nuestro Partido, que por quedar bien con la burguesía no se detienen en las peores bajezas, cubriéndolas, ¡naturalmente!, con cierto ropaje lírico y sentimental.

Uno de los últimos es un tal Salazar Mallén, que en su prosa zafia y cojitranca como él narra y fantasea sobre algunos episodios de nuestras actividades. Advenedizo, cree tener la suficiente serenidad de juicio para dogmatizar sobre nosotros. (ibid., pp. 23-24)

Si los elogios sobre Los de abajo provenían de esquinas opuestas y esto significaba un mérito de su autor, en cambio, las críticas negativas, los juicios de valor se descargan implacables sobre Cariátide y sobre la revista Examen, ya sea en boca de los reaccionarios como de los comunistas. Jorge Cuesta se defiende argumentando que esta reacción de los medios gráficos y de la justicia alcanza a los escritores, periodistas y artistas nacionales, ya que se ataca de este modo la libertad de expresión en nombre de una moral reguladora. Por su parte, Mariano Azuela se suma a los defensores de Cariátide a partir de su concepción de lo que es una obra artística y de aquello que debe observarse a la hora de juzgarla. Aunque su poética de escritura no coincide con la del grupo en el que intervienen Cuesta y Salazar Mallén, a pesar de que sin nombrarlos los ha criticado como escritores, esta vez solo se detiene en la obra literaria.

Llama la atención que tanto el director de Examen como Azuela utilicen como uno de los argumentos de defensa el escaso número de lectores que consume la revista. Jorge Cuesta exalta en el editorial del número 3 de Examen su impopularidad:

Debo advertir, aunque sea ocioso para nuestros lectores, que Examen es una revista que sólo circula entre un reducido grupo de personas inteligentes; cuya misma forma impresa no es la más adecuada para atraerle otra clase de lectores; que la novela publicada no pertenece a una clase de literatura diferente a la que llena sus páginas, esto es, la más seria y la más impopular, y que, por consecuencia, nunca se pretendió que esta novela llamara la  atención del vulgo. (p. 3)

Finalmente, para convencer de la intrascendencia de los alcances de Cariátide y con el objetivo de neutralizar los efectos provocados, se le recuerda a la sociedad que la vanguardia constituye una elite y que esta condición asegura que su producción no llegará jamás a masificarse, a alcanzar a la sociedad en su conjunto. Parece, incluso, feroz e irónico el argumento que esgrime Mariano Azuela al reafirmar que no hay que preocuparse demasiado, ya que se trata de una empresa «fracasada»:

Al emitir mi parecer, hago constar, con el debido respeto, que disiento en absoluto de quienes crean que obras de esta naturaleza deban ser sometidas al juicio y decisión de las autoridades judiciales. Una obra de arte no es moral ni inmoral. Como toda creación, no está sujeta sino a sus propias leyes. Por otra parte, la obra de arte fracasada, precisamente por serlo, carece de toda trascendencia.

Limitándome al caso concreto, digo que la mayor parte de los escritores que colaboran en Examen son conocidos del público de México por los libros y periódicos que han publicado desde hace algunos años. Los que se interesan por la  producción literaria de estos escritores tienen que ser necesariamente en número muy restringido, porque la forma literaria y las tendencias de estas obras requieren gusto y criterio muy especiales. La novela Cariátide seguramente no puede producir otro efecto en tales lectores que el de complacencia o desagrado. (ibid., p. 20)

En este sentido, la coincidencia de Azuela con los escritores vanguardistas mexicanos se vuelve evidente al proclamar la autonomización de la obra de arte, también en su circuito de recepción y lectura. Bernardo Ortiz de Montellano, en sintonía con los otros colaboradores de Examen y con Azuela, pide que se lea la literatura desde su calidad literaria y no bajo parámetros morales: «El único juicio que cabe sobre una obra literaria es un juicio de su misma naturaleza, es decir, literario». (ibid., p. 21)

La polémica remata en leyenda cuando Rubén Salazar Mallén quema la novela Cariátide en una casa de huéspedes del centro de la ciudad de México con el fin de darse calor en medio de una borrachera. En 1959 la recupera parcialmente guiándose por su memoria y la reescribe bajo el título de Camaradas.[8]

 

IV

Examen publica dos artículos breves sobre la obra de Mariano Azuela. Como ha ocurrido ya con el grupo «contemporáneos» e incluso con Valéry Larbaud, la obra preferida no es Los de abajo, considerada ya como el prototipo de la novela mexicana y con mucho más éxito que las restantes, sino La Malhora o La Luciérnaga.

Celestino Gorostiza reseña La Luciérnaga, publicada en dos partes hacia 1928 en la revista Contemporáneos y en 1932 en forma de libro. Ve en este texto una filiación con la obra de Dostoievski y Proust, y rescata que Azuela no haya repetido la fórmula del éxito después de Los de abajo. Lo asocia también con el arte de retratar del fotógrafo que descubre lo oculto e ilumina con nueva luz personajes marginales, de los bajos fondos de la ciudad de México. Puesto a elegir, Gorostiza reconoce en Los de abajo la fuerza creadora de su autor pero rescata una novela que desoye el ruido de las balas y olvida los combates de generales, soldados y campesinos. La ciudad, la representación de una parte olvidada, silenciada, atrae más al escritor y crítico vanguardista.

La sangre los ha llevado a escoger Los de abajo como el prototipo de la novela mexicana, y por ser ellos quienes lo deciden, se ha cometido la mayor de las injusticias con Mariano Azuela, mexicano auténtico de mentalidad equilibrada como pocos, que no desdeña, sino más bien cultiva y agudiza su curiosidad de provinciano, la confronta y la alimenta con el pensamiento humano y la utiliza para dar a luz el fruto con que la tierra lo ha preñado, no el que se quisiera exigir a la tierra. (Examen, núm. 2, México, septiembre de 1932, p. 26)

En la misma revista, Mario Puccini retoma la imagen de Azuela como escritor exitoso, que ha trascendido las fronteras mexicanas para ser reconocido en París. A través de la experiencia de Azuela y de las palabras de Puccini, Examen argumenta sobre la posibilidad de entrar en contacto con la literatura europea, tenerla como referente, sin dejar de ser nacionalista. Para la revista Examen, como ya lo había entrevisto y señalado Contemporáneos, Mariano Azuela les brinda antecedentes genuinos, autorizados, para defenderse de los ataques de aquellos que los acusan de ser extranjerizantes porque no se ocupan únicamente de la realidad y del arte mexicano:

Azuela es un hombre culto; conoce la literatura europea y la rusa, ha pasado a través de las mismas experiencias literarias que hemos practicado nosotros, sus coetáneos europeos, y no es tan ingenuo para entretenerse como un niño en los aspectos exteriores de la realidad. Esta, harto le interesa, pero sólo en la medida en que es capaz de suscitar en él reacciones interiores, movimientos y agitaciones líricas. Por lo demás, cualquier rinconcillo del mundo es ya el universo cuando es visto sin miopías y mezquindades, y sin bajas pasiones propias de un interés vulgar. Cierto es que son mexicanos sus personajes, tan mexicanos que recurren a su jerga en cuanto el idioma deja de bastarles; pero el poeta que los dirige y los construye, no se adhiere tanto a la vida y a las acciones de sus criaturas, que no acertemos a aislar la humanidad de éstas de la de él, para reunirla a él, sin embargo, donde quiera que surja pura y poética. (Examen, núm. 3, México, 20 de noviembre de 1932, p. 11)

Como es clave en el grupo de Cuesta, se exalta la individualidad de Azuela y de cada una de sus obras. Cabe señalar que el título del artículo precisa la posición desde la cual Puccini lee a Azuela, ya que lo titula «Un escritor mexicano». Si bien la obra de Mariano Azuela tiene un lugar en el conjunto de reconocimientos de los vanguardistas mexicanos, siempre se hace la salvedad de que no se lo considera un maestro, ni el representante de la literatura mexicana moderna, sino solo un autor al que vale la pena leer.

Iniciado ese año, ya Jorge Cuesta había defendido la posición del grupo contra los ataques de algunos intelectuales que seguían acusándolos de no responder a las demandas y necesidades nacionales. Cuando ya habían transcurrido más de diez años de sus primeras publicaciones juveniles, muchas voces hostiles se encargaron de señalar que el grupo atravesaba por una crisis profunda. El principal provocador fue Ermilo Abreu Gómez. En esa oportunidad, José Gorostiza confesó, arrepentido, la necesidad de un cambio con respecto a lo que habían sido hasta ese momento las ideas generales de los «contemporáneos». Frente a esta claudicación, Jorge Cuesta revisa en su artículo «¿Existe una crisis en nuestra literatura de vanguardia?» los motivos que pusieron en relación a todos los integrantes del grupo:

Nacer en México; crecer en un raquítico medio intelectual; ser autodidactas; conocer la literatura y el arte principalmente en revistas y publicaciones europeas; no tener cerca de ellos, sino muy pocos ejemplos brillantes, aislados, confusos y discutibles; carecer de estas compañías mayores que decidan desde la más temprana juventud un destino; y, sobre todo, encontrarse inmediatamente cerca de una producción literaria y artística cuya cualidad esencial ha sido una absoluta falta de crítica. (El Universal Ilustrado, México, 14 de abril de 1932, p. 14)

Cuesta defiende aquello que el consenso social combate: la originalidad del grupo. Se los ha acusado de copiar los modelos extranjeros y de copiarse también entre ellos. Sin embargo, desde su producción literaria y desde el discurso crítico, el grupo siempre ha exaltado la individualidad creadora, tomada como un valor en sí misma, y es este valor el que los ha hecho incluir en las páginas de sus sucesivas revistas a autores como Azuela. En «La literatura y el nacionalismo», Jorge Cuesta esgrime que el nacionalismo es el colmo de la fatuidad, que no se interesa sino por lo más cercano y propio, y que no se rige por parámetros objetivos sino personales. Sus argumentos le permiten revisar, desde una aguda posición crítica, esta exigencia nacionalista y la ideología que subyace debajo de estas reiteradas acusaciones:

No les interesa el hombre, sino el mexicano; ni la naturaleza, sino México; ni la historia, sino su anécdota local. Imaginad a La Bruyére, a Pascal, dedicados a interpretar al francés; al hombre veían en el francés y no a la excepción del hombre. Pero mexicanos como el señor Ermilo Abreu Gómez sólo se confundirán al descubrir que, en cuanto al conocimiento del mexicano, es más rico un texto de Dostoievsky o de Conrad que el de cualquier novelista nacional característico; sólo se confundirán de encontrar un hombre en el mexicano, y no una lamentable excepción del hombre. (El Magazine para todos, suplemento de El Universal, 22 de mayo de 1932, p. 3)

La lectura crítica que ellos hacen, entre otras, de las novelas de Mariano Azuela les permite reflotar esta cuestión que para el grupo es central: colocar la producción mexicana dentro del circuito de la producción mundial, no responder a falsos nacionalismos, nutrirse de la literatura que les venga en gana. Por esta razón, es que Jaime Torres Bodet, Bernardo Ortiz de Montellano y Jorge Cuesta, en vez de ponderar abiertamente, sostienen la duda, abren un signo de interrogación sobre el futuro destino de los libros de Azuela y de Guzmán, tan bien recibidos en México y en Europa, a contramano de lo que ha ocurrido con la producción del grupo.

Queda abierto, de esta manera, un interrogante que atraviesa a las vanguardias: cómo innovar, cómo lograr la autonomía del arte, cómo cortar a su vez amarras con la realidad y con la tradición literaria sin correr el riesgo de caer en el olvido o ser llamados a silencio. Con el afán de trascender las fronteras nacionales, admirados del éxito pero recluidos en el margen, algunos escritores vanguardistas mexicanos se preguntan si Azuela ha logrado convertirse en un autor universal porque ha escrito sobre una realidad mexicana que preocupa y atrae al resto del mundo o por la universalidad de sus personajes y sus historias.  Bernardo Ortiz de Montellano dice en su artículo «Esquema de la literatura mexicana moderna»:

Alguna vez sabremos si el interés que el mundo ha puesto en Los de abajo y El águila y la  serpiente —demostrado por las diferentes traducciones que se han hecho— corresponde a la curiosidad morbosa y pasajera por los hechos que realzan, o por el acierto en descubrir lo que de universal pueda tener lo mexicano; los rasgos distintivos de un aspecto —un pueblo, un hombre. Es un fenómeno múltiple— de interés verdaderamente humano. (Contemporáneos, núm. 37, México, junio de 1931, p. 207)

Estas palabras muestran que para las vanguardias mexicanas lo que estaba en juego no era solo una estética o una poética de escritura sino, además, la recepción y circulación de la propia producción literaria. Y el «caso Azuela» les permitía argumentar y realizar predicciones sobre la fortuna y el destino de ciertos libros, de cierta literatura. Mariano Azuela había tenido éxito: era leído y traducido en Europa. La posibilidad de que este golpe de suerte se debiera a su universalidad más que a los toques localistas de sus libros arrojaba luz y avivaba los deseos de trascendencia internacional de Bernardo Ortiz de Montellano y de los «contemporáneos».

Es evidente que ya comenzaba también a inquietar a los escritores latinoamericanos la idea del éxito editorial asociado a la imagen de América y de las naciones latinoamericanas que Europa se dignaba a importar a principios del siglo XX. Las tensiones entre cosmopolitismo y regionalismo, universalismo y nacionalismo se reactualizarían hacia los sesenta, con la explosión de la narrativa latinoamericana, y aún más en los noventa, con propuestas tales como la antología McOndo de Alberto Fuguet y Sergio Gómez, lanzada sintomáticamente desde España y organizada con textos de autores de la América hispana y españoles. El título, que parodia el Macondo de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, y la introducción, que funciona como un manifiesto vanguardista, ya direccionan el sentido de este libro y reactualizan las polémicas de la década del veinte.

Que esta discusión nodal se repitiera a lo largo de ochenta años, en tres momentos de producción literaria tan ricos y significativos, confirma que las vanguardias mexicanas vislumbraron, al leer a Azuela, una de las problemáticas más importantes que atravesarían el siglo. Es obvio, entonces, que solo podían abrir un interrogante y, a gatas, ensayar algunas posibles respuestas.



NOTAS

[1] Cita extraída del artículo de Rubén Salazar Mallén, «Los prosistas de Contemporáneos», en Casa del Tiempo, Vol. IV, núm. 48, México, enero de 1985, p. 26.

[2] Entre los muchos artículos que se dedican en Amauta a la Revolución mexicana y su producción artística se destacan, entre otros, los siguientes: «La iglesia contra el Estado en México», de Ramiro Pérez Reinoso (Año I, núm. 1, 1926); «Panorama de la política mexicana», de Gómez-Serrano-De la Huerta (Año II, núm. 10, diciembre de 1927); «La Revolución mexicana frente a Yanquilandia», de Rafael Ramos Pedrueza y «La Revolución mexicana y el clero», de Ricardo Martínez de la Torre (Año II, núm. 12, febrero de 1928); «El indio y la escuela en México», de Carlos Manuel Cox (Año III, núm. 15, junio de 1928); «El aspecto agrario de la Revolución mexicana», de Luis Araquistain (Año III, núm. 20, 1929); «El problema agrario de México y la revolución», de Jesús Silva Herzog (Año III, núm. 20, 1928); «La Revolución mexicana, ¿revolución socialista?», de Esteban Pavletich (Año III, núm. 26, 1929); «Diego Rivera: el artista de una clase» (Año II, núm. 5, 1927); «Cuadro de la pintura mexicana moderna», de Martí Casanovas (Año III, núm. 19, nov. de 1928); «La plástica revolucionaria mexicana y las escuelas de pintura al aire libre», de Martí Casanovas (Año III, núm. 23, 1929). En todos los artículos que se publican sobre el tema mexicano, ya sea político o cultural, la lectura está impregnada por la ideología marxista que caracteriza a la revista.  

[3] «... Y últimadamente...», en Antena IV, México, octubre de 1924, pp. 66-67. «Un grifo», en Ulises, núm. 2, México, junio de 1927, pp. 10-13. La Luciérnaga (1ra. parte) en Contemporáneos, núm. 3, México, agosto de 1928, pp. 235-252; (2ra. parte) en Contemporáneos, núm. 23, México, abril de 1930, pp. 20-33. La Malhora (1ra. parte) en Contemporáneos, núm. 30-31, México, nov-dic 1930, pp. 193-216; (2da. parte) en Contemporáneos, núm. 32, México, enero de 1931, pp. 42-70.

[4] Mariano Azuela, «Los de abajo», en Obras completas de Mariano Azuela, Tomo III, México, Fondo de Cultura Económica, 1960, p. 1077.

[5] Guillermo Sheridan, Los Contemporáneos ayer, México, Fondo de Cultura Económica, 1985.

[6] Adolfo Castañón, «Los instrumentos de la legitimidad: la crítica en México», en Arbitrario de literatura mexicana, México, Vuelta, 1993, p. 83.

[7] En Villaurrutia en persona y en obra (México, Fondo de Cultura Económica, 1978, p. 24), Octavio Paz también advierte sobre el grupo: «A pesar de su soledad, todos ellos colaboraron con el Gobierno de México. Las necesidades económicas no explican enteramente esta actitud».

[8] Véase José Luis Ontiveros, «Rubén Salazar Mallén: proscripto de los Contemporáneos», en Casa del tiempo, Vol. IV, núm. 40, México, mayo de 1984, pp. 48-50.

 

Ensayo corregido para este blog; publicado en Revista de la Facultad de Filosofía, Ciencias de la Educación y Humanidades, Universidad de Morón, Año X, núm. 8, Buenos Aires, mayo-junio de 2001.

 

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