Por siempre madres. Antología

 
 
 
 
Las madres que encontramos en esta antologia son tan contradictorias y humanas, tan tiernas y vehementes como las de carne y hueso. Están las que aman sin límites pero que también dudan y exhiben sus miedos. Protectoras, nutricias, comprometidas con la función crucial que las convoca. Las hay más melancólicas o aferradas al pasado; otras, demasiado posesivas; unas pocas, silenciosas y sufrientes. Asoman victoriosas las que sacan la bandera blanca en medio de las pequeñas guerras cotidianas. Muchas harían cualquier cosa por no caminar sobre los pasos de sus madres pero repiten, sin embargo, sus obsesiones. Y abundan las que hacen malabarismos entre sus proyectos personales y las demandas de los hijos. Prevalecen aquellas que, como leonas, defienden a su clan frente a cualquier desafío que lo ponga a prueba. Escritos por trece magníficas narradoras hispanoamericanas, estos relatos no convocan a la madre modelo, que solo existe en nuestra imaginación, sino a madres reales, creíbles y auténticas. Como nosotras, como nuestras madres.
 
Participan en esta antología las escritoras Ángeles Mastretta, Inés Fernández Moreno, Susana Silvestre, Pilar Manas Lahoz, Angélica Gorodischer, Marvel Moreno, Andrea Blanqué, Hebe Uhart, María Fasce, Guadalupe Loaeza, Silvina Ocampo, Silvia Molina y Ana María Shua. 
 
 
 
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PRÓLOGO: POR SIEMPRE MADRES

Cuando Mark Twain inventa El diario de Adán y Eva (1893), jugando con la idea de que es el traductor de los testimonios de la primera pareja humana, crea a una mujer muy reflexiva, sumamente curiosa, conversadora incansable, comprensiva y protectora de todos los seres que habitan el planeta. «La nueva criatura», como la llama Adán, se sorprende ante las maravillas de ese mundo recién organizado por Dios y, autorizada por la gran confianza que despliega en todo lo que emprende, va renombrando las cosas.

Solo un suceso cambia por completo su naturaleza, la aparta de su tendencia a los experimentos, la revoluciona, interrumpe su interno filosofar y la monopoliza: la llegada de Caín, su primer hijo. Hasta cuando él suspira, mientras Adán no sale del asombro y se dedica a otras cuestiones que le resultan más productivas e interesantes, Eva asume la responsabilidad total: lo carga por la madrugada, se larga a llorar conmovida si no logra descifrar sus señales, lo arrulla, lo alimenta, juega con él, intenta comprenderlo a cada instante. Cuida a esa nueva vida mucho más que a los otros animales, deja de lado a Adán y hasta se olvida de ella misma.

Los días y las noches de Eva, la primera mujer del mundo, no se transforman por completo cuando, tentada por su amiga la serpiente, le pega un buen mordisco a la manzana del conocimiento ni cuando le muestran la tarjeta roja que la expulsa del Edén, sino cuando de repente y sin aviso previo, sin ningún manual de instrucciones a la vista, se convierte en la primera madre del género humano. Y ahí sí que el mundo se le da vuelta.

Es todo tan repentino y confuso… Ha encontrado en medio del bosque a ese ser indefenso como ningún otro, que la reclama y hace nacer en ella emociones, deseos inéditos, que no se pueden comparar con el amor que ha sentido por nada de cuanto la rodea. Eva no sabe en qué consiste ese cambio vertiginoso, tampoco puede expresarlo mediante el lenguaje: no alcanzan las palabras ni ninguna experiencia anterior. Y para colmo, no han egresado aún los primeros neonatólogos y pediatras. Como ha nacido, pobrecita, ya criada, tampoco tiene madre para llamarla por teléfono y consultarla, ni existen las amigas o hermanas que le digan: «A mí me pasó lo mismo».

No se han inventado aún los termómetros para medir la fiebre, no hay chupetes para consolar al pequeño ni supermercados donde comprar papillas, leches maternizadas o deliciosos dulces. Pero tiene su voz para cantarle y tranquilizarlo, brazos para darle calor, y toda su piel irradia tal magnetismo que le basta acercarse a su hijo para que este se serene.

Estas primeras escenas, llenas de pura intuición, muy idílicas, traen a la memoria el popular instinto materno: Eva no pierde tiempo en planteos innecesarios y actúa dando amor. Sin saber del todo de qué se trata eso que la ha convertido en la responsable de otra vida, inventa un idioma que le permite comunicarse con su hijo. Como un volcán, ha estallado en ella un sentimiento desconocido, potente, incomparable. Y ha nacido el vínculo más poderoso que existe entre dos seres humanos: el lazo profundo, entrañable entre madre e hijo. Todos sabemos que, a partir de ese momento, ya nada será igual para ella.

Y aunque los tiempos han cambiado y por supuesto las madres también, a pesar de que hoy muchos padres ayudan a sus hijos a vestirse, les narran un cuento antes de dormir o les preparan unas apetitosas milanesas, esa función contenedora, generosa, nutricia de las madres, idolatradas en varios tangos, parece seguir en pie, ser exclusiva e intransferible.

Hoy más veloces y estiradas que nuestras abuelas y nuestras madres, con menos tortas recién horneadas en nuestro haber, y hasta perdidas a veces tras el olor a sopa de verduras que sale del departamento de la vecina, no siempre estamos para esperarlos cuando regresan del colegio. Muchas veces los demás nos sorprenden corriendo como locas desatadas, cargando bolsas o mirando a cada rato el reloj, tratando de acortar las distancias entre el trabajo y nuestra casa, mientras monitoreamos con una rápida llamada dónde y cómo están nuestros hijos.

Y ellos se encargan de irrumpir en medio de una reunión laboral, de una consulta con el médico o una sesión con el psicoanalista, en plena clase de gimnasia o cuando por fin logramos ese punto exacto de una asana de yoga, con el sonido insistente, agudo del celular para decirnos que nos extrañan, que cambiaron de plan, que no los esperemos a la hora ni en el lugar pactado, para preguntarnos dónde pusimos lo que están buscando hace horas. En fin, para pedirnos que los encontremos en ese juego de las escondidas que solo ellos resuelven cuándo comienza y cuándo acaba. Para recordarnos que tenemos hijos.

Muy próximos a nuestras vidas, los trece cuentos de estas excelentes narradoras hispanoamericanas contemporáneas convocan a Evas más modernas que la que perdió el Paraíso y con él la promesa de eternidad. Madres singulares, irrepetibles, pero descubiertas a su vez en gestos que nos representan. Y a pesar de que madre no hay una sola, por encima de las diferencias generacionales y sociales, sin quererlo y a cada rato, a coro mostramos la hilacha a través de algunos guiños y actitudes de enciclopedia maternal. Nos creemos excepcionales, únicas, pero confirmamos una a una las reglas que enarbolan nuestro repertorio más allá de las modas y las costumbres, sobrevolando todos los puntos cardinales del planeta.

Hay en estas páginas algunas mamás melancólicas, demasiado prendidas de un pasado muy feliz que parece haberse agotado, temerosas de que el paso del tiempo las separe de sus hijos, las destrone de sus reinos. Madres que disfrutan más de cada momento si los tienen bien cerca, pero que con sabiduría aceptan que deben dejarlos marchar. Sin embargo, si se perdieran en la selva, no se les ocurriría cedérselos a Tarzán para ir en busca de la comida o del agua que les permitiera sobrevivir.

Prevalecen aquí las muy abnegadas, madres de tiempo completo, tan entregadas a sus hijos que pierden en la crianza, de a poco, partes de su cuerpo. Otras incluso abandonan a sus maridos, los dejan en el camino, los sustituyen por otros sospechosamente más jóvenes. En ese querer estar presentes a toda hora, algunas terminan modulando la vida de sus hijos, decidiendo su intimidad y singularidad como personas. Están también las que trabajan y, a la hora de elegir, ya se sabe qué eligen: las obligaciones escolares, el dar de más para no sentir el peso de la culpa. Son las fatigadas malabaristas que intentan que lo propio y lo de ellos alguna vez, milagrosamente, coincidan.

Pocas, por suerte, se ven sufrientes, al límite del sacrificio. Son esas que si no sienten dolor, piensan que no obedecen al mandato social de la maternidad más absoluta. En un costado, replegadas para no molestar, se esconden las silenciosas, casi invisibles, las que con sus actitudes estoicas enseñan a resistir, a sobrellevar las múltiples caídas; las que sonríen cuando desearían llorar a mares, las que se tragan las palabras y fingen sumisión para frenar las mezquindades y las guerras cotidianas. Y asoman con gran voluntarismo las que prometen no repetir la historia de sus madres, aquellas que se niegan con firmeza a tener hijos y, cuando los tienen, son dulces, sobreprotectoras, obsesivas, cariñosas, etcétera.

Y como no hay madres sin hijos, no podían faltar las niñas ni los muchachos en todos estos relatos. Unos darían lo que fuera por despertar una sonrisa en esa cara seria, triste, envejecida de su madre. Otros aprendieron uno de los secretos de la vida cuando descubrieron que detrás de ellas late, a veces de manera solapada, una mujer, alguien que tiene o ambiciona tener una vida propia. Un ser que, además de las responsabilidades múltiples de la crianza, sigue apostando a sus deseos, dando rienda suelta a sus sueños, a sus fantasías. Existen quienes hubieran preferido que fuera verdad la antigua versión de que los bebés nacen en los repollos o los trae una cigüeña desde París.

Y muy lejos, en el extremo, transgrediendo el límite de lo aceptable, están aquellos que parecen sumergidos en otro mundo, en un universo que desconoce las leyes del amor, porque buscan a su madre biológica en todas las mujeres y, cuando por fin la encuentran, la desconocen, la niegan, la dejan ir.

Como la vida, estos trece cuentos tienen de todo y convocan no a la madre modelo, que esa solo existe en nuestra imaginación, sino a muchas madres posibles, más reales que las publicitarias, más cercanas a nosotras, más creíbles, más auténticas. Menos utópicas e ideales, más de carne y hueso. Tan contradictorias y humanas como nosotras. Y claro, como no podía ser de otra manera, tan maravillosamente tiernas y feroces como nuestras propias madres.

 

Madres por madres. Antología (sel., pról. y ed. Graciela Gliemmo), Buenos Aires, Emecé, 2007. 
 
 
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NOTAS Y RESEÑAS
 
Jorge Pinero, «Mirá, má», en Página 12, Buenos Aires, 21 de octubre de 2007: https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-2770-2007-10-21.html

 

 
 

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