Ray Bradbury: Crónicas marcianas

 


Entre los años 1999 y 2006, sucesivas expediciones oficiales y varios grupos espontáneos de personas viajan en cohete desde la Tierra hacia el planeta Marte. Estas complicadas empresas, que nacen como resultado de la evolución de la tecnología y la curiosidad humana por el espacio, terminan siendo la única posible salvación ante el rumbo que toma la humanidad, protagonista de interminables guerras y, una vez más, de enfrentamientos y discriminación entre diversos grupos. Si bien unos pocos encontrarán en Marte un refugio, la mayoría irá a la muerte, a la desolación. Los viajeros de la Tierra arrasarán con todo e intentarán imponer, como ocurre en los procesos de colonización, su lenguaje y sus costumbres. Marte dejará entonces de ser Marte, para convertirse en un espejo deformado de la Tierra. Los veinticinco relatos de Crónicas marcianas, que como otros de Ray Bradbury guardan el trasfondo moral de las fábulas, asombrarán al lector, lo conmoverán y lo harán reflexionar sobre el modo de reaccionar, sentir y pensar de los seres humanos.
 

 

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PARA ENTRAR EN TEMA 

 

El autor

Hijo de un técnico en líneas eléctricas y de una inmigrante sueca, Ray Bradbury nació en Waukegan (Illinois) en 1920 y residió en Los Ángeles desde 1934 hasta su muerte, ocurrida el 5 de junio de 2012. En varias oportunidades contó que, como no pudo ir a la universidad por falta de dinero, se convirtió en «una rata de biblioteca pública» —entre otras, era asiduo a la Biblioteca Powell de la Universidad de California—. Fue, como él solía decir, un «niño de libros», curioso y miope, al que lo fascinaba la magia. Refiriéndose a la novela que lo hizo famoso, expresó: «Mi obra Fahrenheit 451 es una historia de amor con los libros, la historia de un hombre que se enamora no de una mujer sino de una biblioteca. Yo escribí ese libro sin saber lo que estaba haciendo, normalmente actúo así, soy muy impulsivo».

Cuando Sam Weller lo entrevistó en la primavera de 2010 para la revista Paris Review, Bradbury hizo referencia a sus hábitos como escritor:

Puedo trabajar en cualquier lado. Escribí en habitaciones y en livings cuando era adolescente, en la casa de mis padres, una casa pequeña en Los Ángeles. Trabajaba en mi máquina de escribir, con la radio a todo volumen y mi hermano y mis padres hablando todo el tiempo. Después, cuando quise escribir Fahrenheit 451, fui a la UCLA [Universidad de California] y encontré una habitación de tipeo en el sótano; se insertaban monedas de 10 centavos en la máquina de escribir y así se compraba media hora de tipeo por vez.

Como nadie quería representar sus obras teatrales, en 1964 fundó el teatro Pandemonium, donde se interpretaron algunas de sus piezas. Artista polifacético, ese mismo año creó el escenario del pabellón norteamericano en la Feria Mundial de Nueva York. En 1980 colaboró con la firma de arquitectos que proyectó el Westside Pavilion en Los Ángeles y la Horton Plaza en San Diego. En 1989 fue nombrado Gran Maestro de la SFWA (Asociación de Autores de Ciencia Ficción Norteamericanos) y en 1999 recibió el SF Hall of Fame por toda su carrera.

Además de su interés por la literatura y los libros, desarrolló una amplia actividad en el mundo del cine y de la televisión, destacándose como guionista de la película de John Huston, Moby Dick (1956). Fue el creador de algunos episodios de Alfred Hitchcock presenta…, Studio 57 y Playhouse 90. Algunas de sus obras han sido adaptadas para los programas de televisión The Twilight Zone y el Ray Bradbury Teathre incorporó en su programación cincuenta y ocho episodios que el propio Bradbury escribió y supervisó entre 1985 y 1992.

Con motivo de su fallecimiento, expresó el cineasta Steven Spielberg: «Bradbury fue mi inspiración en los mejores momentos de mis películas de ciencia-ficción… En el mundo de la ciencia-ficción, la imaginación y la fantasía, él es inmortal». Pero Ray Bradbury, dueño de una imaginación sin igual, que adelantó como Julio Verne tantas novedades contemporáneas que se volverían con el correr del tiempo pura costumbre —celulares, pantallas y otras innovaciones tecnológicas—, sin embargo, se negaba a manejar automóviles y temía a las alturas, a los aviones y a la velocidad; no quiso publicar sus libros en edición digital y fue bastante conservador en materia política.

«Me gusta servirme de la ciencia y de las fantasías de la anticipación para hacer creer en lo imposible», dijo en 1989, con motivo de una entrevista de Héctor D'Amico para el diario La Nación. Pero si bien sus relatos tienen en cuenta los posibles avances de la ciencia y la tecnología, Bradbury prefería los libros de papel que los e-books y era duro a la hora de reflexionar sobre ciertas características del presente. En este sentido, ha señalado: «Uno no puede irse a dormir con la computadora ni hace la siesta abrazado a la Internet. Los niños y los libros nunca se acaban, a pesar de los malos augurios». Pensaba que las nuevas tecnologías «bombardean a la sociedad con información, pero de cara a la formación de las personas nada es sustitutivo de la lectura».

En el año 2006 fue galardonado en España con el VI Premio Reino de Redonda, «por sus extraordinarias narraciones fantásticas, en las que confluyen una inventiva tan original como poética, un profundo talante humanista y un desacostumbrado romanticismo». En esa oportunidad, destacó el escritor español Javier Marías la capacidad de Ray Bradbury para «crear verdaderos mitos modernos y lanzar acertadas visiones de un futuro a menudo amenazado por el riesgo totalitario que trae consigo la idolatría de la técnica deshumanizada».

En la Feria del Libro de Buenos Aires de ese año, interactuó con el público a través de la primera videoconferencia —desde Los Ángeles y con traducción simultánea— que tuvo este evento, respondiendo las preguntas de Gabriel Guralnik, especialista en ciencia-ficción, y del editor Marcial Souto, traductor de las obras de Bradbury publicadas en Minotauro. Con suma ironía, señaló que la falta de educación y de difusión de la literatura hace que no sea necesario quemar libros, como en su novela Fahrenheit 451, porque de esa manera los libros se destruyen solos, al no tener quien los lea. Por eso, invitó a «alimentar a los niños con literatura, porque ese es el momento en el que hay hambre por leer». Recomendó especialmente la lectura de libros de ciencia ficción, «un género que trabaja con metáforas universales que pueden prender muy bien en los jóvenes»

Al hablar de su vida y de su profesión, dio el siguiente consejo, teniendo en cuenta, en especial, a sus lectores más jóvenes:

He escrito todos los días de mi vida desde hace ochenta años. ¿El secreto? Estar enamorado de todas las cosas. Nací como amante, así he vivido y moriré. Hay que enamorarse y permanecer enamorados. No escuchen nada que no sea su corazón y sigan ese camino. Si alguien no cree en ustedes y en su futuro, apártenlo. Sean intensos y apasionados. Hagan eso y tendrán una vida feliz.

 

La obra

Ray Bradbury escribió y publicó más de dos docenas de novelas, alrededor de seiscientos relatos, guiones de largometraje y varias obras de teatro; todos fueron traducidos a varios idiomas. Entre sus libros más famosos se cuentan Crónicas marcianas (1950), El hombre ilustrado (1951), Fahrenheit 451 (1953), Las doradas manzanas del sol (1953), El país de octubre (1955), El vino de estío (1957), Remedio para melancólicos (1960), La feria de las tinieblas (1962), Las maquinarias de la alegría (1964), El ruido de un trueno (1990), El verano de la despedida (2006) y Ahora y siempre (2009).

Si bien es considerado, junto con Asimov, como el gran maestro de la ciencia ficción, él afirmaba que todo lo que había escrito era literatura fantástica y que solo su novela Fahrenheit 451 pertenecía al género de la ciencia ficción. Sin embargo, solía hablar de sus libros y de su actividad como escritor haciendo referencia al género con el cual se lo asociaba: «Los autores de ciencia ficción somos la mayoría autores de fábulas morales; como Esopo, mostramos cómo hay que comportarse». Decía que escribía ciencia ficción porque no había ninguna otra cosa que se pudiera escribir. Constantemente buscaba provocar a sus lectores, movilizarlos, como puede observarse en la siguiente cita:

Observen el mundo, los artefactos se han ido acumulando y el resultado es algo como el hundimiento de la URSS. Eso es consecuencia de la ciencia ficción. Toda la historia de los hombres puede ser considerada ciencia ficción, parafraseando a Yeats, «es lo que ha pasado, lo que está pasando, lo que va a pasar». La técnica del fuego fue primero ciencia ficción. Cuando el hombre no sabía cómo matar a un mamut, cómo meterlo en la cueva o cómo cocinarlo, era ciencia ficción. El hombre sueña y se levanta con respuestas.

En la primavera de 2010, cuando Sam Weller lo entrevistó para la revista Paris Review, Bradbury explicó el poco espacio y valor que tenía la literatura de ciencia ficción en sus inicios como escritor:

Cuando era un escritor joven, si iba a una fiesta y decía que era un escritor de ciencia ficción, me insultaban. A mí y a cualquier otro, por supuesto: te llamaban Flash Gordon toda la noche o Buck Rogers. Sesenta años atrás no se publicaban libros de ciencia ficción. En 1946, recuerdo, se habían publicado solo dos antologías de ciencia ficción. Y no podíamos comprarlas, porque éramos demasiado pobres. Así de escaso y poco importante era el campo. Cuando se empezaron a publicar libros, a principios de los 50, no se reseñaban en revistas literarias. Todos éramos escritores de ciencia ficción en el closet.[1]

Aunque nunca recibió el Premio Nobel ni el Pulitzer —del que sí le otorgaron una mención especial en 2007, por su «distinguida, prolífica y profundamente influyente carrera como un incomparable autor de ciencia ficción y fantasía»—, su obra fue reconocida mundialmente por los lectores y la crítica, y premiada en reiteradas oportunidades. Además de admirado, fue querido por sucesivas generaciones, que siguieron leyendo sus libros llenos de fantasías sobre el futuro. En este sentido, dijo Rodrigo Fresán: «Mi generación empezó a leer con Bradbury y, puedo jurarlo, no fue la primera ni va a ser la última en iniciarse a la sombra de cohetes, extendiendo los manteles de un picnic de un millón de años, a la espera de lluvias suaves».

Con motivo de la muerte de Bradbury, el filósofo y escritor español Fernando Savater confesó que, de todos los escritores contemporáneos, por el cual había tenido más cariño era por él. Y aclaró:

No hablo de un afecto personal, puesto que no le conocí, ni de mera admiración literaria: hablo de ese amor tan especial («El amor que no espera ser amado», dijo Borges refiriéndose a Spinoza) que conciben los lectores por quien mejor alimenta el afán de su pasión. Sobre todo, los lectores que nos sabemos destinados a escribir: es el amor, a veces quisquilloso pero siempre rendido, que profesamos al culpable de haber descerrajado nuestra vocación. Escribo porque soy yo, pero supe que debía escribir por culpa de Bradbury…

¿Qué representa la escritura para Bradbury? Tal como le dijo a San Weller:

Es obvio que disfruto de escribir. Es la exquisita dicha y la locura de mi vida y no entiendo a los escritores que lo sienten como un trabajo. A mí me gusta jugar. Me interesa divertirme con las ideas, echarlas al aire como papel picado y correr bajo ellas. Si tuviera que trabajar, habría abandonado la escritura. No me gusta trabajar.

Dueño de un gran sentido del humor y con una gran capacidad para reírse de sí mismo, contó: «Igual que mi amigo Ray Harryhousen concentró toda su libido en los dinosaurios, yo la puse en los cohetes, en Marte, en los extraterrestres y en una o dos muchachas que cuando me decidí a leerles mis historias huyeron muertas de aburrimiento».

 

Crónicas marcianas

Defensor al mismo tiempo de los libros, las bibliotecas y los viajes al espacio, Bradbury sostenía que todos los países deben realizar intentos de llegar a Marte. Su amor por el espacio, la innumerable cantidad de historias que creó, hicieron que dispusieran un cráter en su honor. Dijo en una entrevista realizada por Fabiola Czubaj:

Podemos hacer mucho más con Marte que con la Luna. La Luna está casi muerta, pero Marte tiene todos los elementos que necesitamos: solo tenemos que penetrar el suelo; hay que llevar maquinaria que permita cavar el terreno para poder extraer oxígeno. Podemos crear la atmósfera, el combustible, combinando los distintos elementos que componen el suelo marciano y de la Tierra, claro. Todos los elementos necesarios están enterrados en Marte y debemos encontrar la mejor manera de liberarlos.

Y en una entrevista realizada en 2009 por Fernando García para la revista Ñ, expresó:

Nuestro futuro descansa en ir a Marte, en colonizarlo por cien o doscientos años. Después deberíamos largarnos al Universo y encontrar otros planetas y poblarlos para que la vida continúe para siempre, para que en un millón de años sigamos vivos en el Universo y seamos inmortales. Tenemos que ser inmortales. No podemos quedarnos en la Tierra, ni quedarnos en Marte, tenemos que llegar hasta Alpha Centauri, o cerca, y vivir para siempre. 

Si bien manifestaba su pasión por los viajes espaciales y, en especial, por el planeta Marte, en Crónicas marcianas mostró una mirada desencantada sobre lo que los norteamericanos podían ser capaces de hacer si se instalaban en el planeta rojo y se servían de la tecnología para lograrlo. Es muy probable que, a la hora de escribir estos relatos, entre otras imágenes, ideas y emociones, haya pesado el recuerdo fresco de la bomba atómica, creada por los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y arrojada en 1945 sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.

Con suma ironía, Bradbury dijo alguna vez que los viajes espaciales son el único sustituto para la guerra, porque «ofrecen al hombre la posibilidad de hacer algo grande, hermoso y destructor». En Crónicas marcianas, el hilo conductor entre relato y relato es el paso del tiempo y las sucesivas expediciones y grupos espontáneos de terrestres que llegan a Marte, un planeta donde hay lugar, a la vez, para la guerra y la utopía, la muerte y la vida, los ríos secos y las verdes praderas; todo depende de lo que cada personaje quiera hacer en Marte.

Bradbury abre con este libro, dentro de su producción narrativa, la posibilidad de un formato narrativo mixto, que luego empleará, con algunas variantes, por ejemplo, en El hombre ilustrado: ambos son libros de relatos, pero los cruces intratextuales entre los diferentes cuentos —personajes que están presentes en varios relatos, escenas y núcleos narrativos migrantes, desarrollo narrativo de un relato a otro, estructura basada en el eje temporal—, hacen que estructural y semánticamente tengan un aire novelesco. ¿De dónde proviene esta elección? De lo que Bradbury sintió cuando, al intentar que le publicaran su primer libro de relatos, recibió como respuesta: «No queremos historias cortas, porque nadie las lee, queremos una novela». Entonces encontró un lazo de unión entre los distintos cuentos, combinó tres géneros —el cuento, la crónica y la novela— y así nació Crónicas marcianas.

Si bien en este libro, publicado en 1950, los relatos tienen cierta independencia argumental, son autónomos —parte de esa autonomía se pone en evidencia en los finales cerrados y en los diferentes puntos de vista desde los que se construye cada una de estas historias—, hay un eje narrativo, un motivo, un espacio y un devenir temporal que atraviesan todo el libro y le dan coherencia. Bradbury toma del género de la crónica justamente la organización de los sucesivos relatos en el tiempo y presenta una estructura —una suerte de índice— que tiene como base la cronología: la historia comienza en enero de 1999 y finaliza en octubre del año 2026.

En la entrevista que le hiciera D'Amico en 1989, Bradbury hizo referencia al prólogo que Jorge Luis Borges escribió para Crónicas marcianas, para la edición de Minotauro de 1955:

Cuando Borges lo escribió, a comienzos de la década del 50, era prácticamente un desconocido en los Estados Unidos, un escritor sin ninguna reputación entre nosotros. Mi editor me manda el libro, yo leo allí el nombre de Borges y, por supuesto, no me dice nada. Guardo el libro en la biblioteca y me olvido del asunto. Quince años después todo el mundo empieza a hablar de Borges, todo el mundo se enamora de él. Entonces voy corriendo a la biblioteca y, gracias a Dios, el libro estaba allí. Volví a leer el prólogo y me gustó muchísimo, como la primera vez, pero en esta oportunidad me emocionó hasta las lágrimas.

Ray Bradbury se ha quejado de que le vendió los derechos de Crónicas marcianas a Mel Gibson para que la llevara al cine, pero ninguno de los guiones le resultó interesante. Sí se concretó la idea de realizar una serie para televisión en tres entregas, cuyo guion estuvo a cargo del propio Ray Bradbury y del director de cine Richard Matheson. Esta miniserie fue dirigida por Michael Anderson y protagonizada, entre otros, por Rock Hudson, quien interpretó al coronel John Wilder. Tal como señaló Bioy Casares, la obra de Bradbury tuvo más suerte en la televisión que en el cine.

Marte estaba presente de manera constante en los pensamientos de Ray Bradbury, a veces como deseo. Y su último deseo se convertirá en profecía si se cumple el comentario que le hizo a Fernando García durante la entrevista ya mencionada:  

Tenemos que volver a la Luna e ir a Marte. Y le digo otra cosa: yo voy a ser el primer hombre muerto en llegar allá. Ya les dije a las personas responsables de los viajes espaciales que cuando muera, vayan y pongan mis cenizas en una lata de sopa Campbell's y las lleven a Marte para enterrarlas en un lugar llamado Abismo Bradbury. Ya no podré ser la primera persona viva en llegar a Marte, pero al menos quiero ser el primer muerto en llegar tan lejos. 



NOTAS
 
[1]Parte de esta entrevista se reprodujo en la siguiente nota: «Ray Bradbury. La ciencia ficción en el closet», en Página/12, Buenos Aires, 10 de junio de 2012.

 

Ray Bradbury: Crónicas marcianas. Edición especial para el trabajo en el aula con guía de actividades de prelectura, análisis y lectura comprensiva, taller de escritura e introducción a cargo de Graciela Gliemmo. Buenos Aires, Planeta, 2013.

 

 

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