Siete grandes cuentos de amor (antología)
Por debajo de cada historia de amor que se presenta como única e irrepetible, suele deslizarse una teoría sobre el amor. Graciela Gliemmo señala que «cada narración, cada historia ofrece por boca de su narrador o de los personajes una paleta muy amplia, con matices, que nos obliga a pensar qué cosa es el amor para quien escribe y quienes leen». El resultado de esta selección, además de aleccionador, resulta sin duda apasionante.
Esta
antología contiene cuentos de Juana Manuela Gorriti, Guy des Maupassant, Horacio Quiroga, Mary Shelley, Ambrose Bierce, Antón Chéjov y Gustavo Adolfo Bécquer.
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PRÓLOGO: ¿Y QUÉ ES ESTO LLAMADO AMOR»?
Si hay un tema que transita por la literatura universal desde hace siglos, indudablemente, se trata del amor, que se ha hecho presente en la poesía, en la narrativa, en los argumentos teatrales, en las cartas, en los diarios íntimos y en todo tipo de escritura ficcional, testimonial o autobiográfica.
Las estaciones del amor y su otra cara, el desamor, recorren siglos de nuestras mejores y más poéticas páginas no solo contándonos historias más o menos interesantes sino, además, brindando un registro de los modos diversos en los que se ha vivido y verbalizado el amor. La literatura nos muestra que el amor, como la historia, las costumbres, las modas y toda comunicación humana, se ha manifestado de maneras diversas y ha ido marcando un recorrido que pone al descubierto que el amor, además de atravesar un entramado discursivo de textos, es un modo de aproximarnos, de unirnos al otro. Esos sucesivos «acercamientos», que en muchas oportunidades se dan a través de mínimos avances y coqueteos, han tomado diferentes modulaciones a lo largo de la historia.
Y eso ocurre porque el sentimiento amoroso, aunque asume una retórica que pareciera fija, al modo de las figuras de los deliciosos Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes, dibuja representaciones disímiles que remiten a épocas cultural y socialmente diferentes. En esto no hay secretos ni polémicas: se amó y se manifestó el amor de manera muy distinta en los siglos XIII, XVIII o XIX, en la década del 20, del 60 o en los 90 del ya pasado siglo XX. Hoy amamos y expresamos el amor con signos bastante alejados de los que exhibieron nuestros abuelos y nuestros padres. Tan distantes de los que están desplegando nuestros hijos.
Acompañando las prácticas sociales, la literatura, que es por supuesto también un discurso social, ha dejado filtrar retazos de esas marcas de época y ha construido, a su vez, un corpus de historias en las que el amor sigue asociándose, casi transhistóricamente, a la dificultad, a la pérdida, al dolor, a la lucha por lograr la correspondencia de la persona amada. Para decirlo de una vez: son muchas las historias de amor infelices en la literatura. Los enamorados reales e inventados dedican buena parte de su vida, de sus días, a arrebatarle al devenir un minuto, aunque solo sea un instante glorioso de abrazos y besos correspondidos, de felicidad.
El amor aparece en la literatura occidental, con mucha insistencia, asociado al dolor y al trabajo, al esfuerzo, tal vez porque en el mito mismo de Cupido el acto de arrojar la flecha implica desde el inicio una herida física y psíquica. Para amar, nos dicen nuestros antepasados griegos, tenemos que ser heridos, lastimados. Si nació el amor, habrá dolor, corte en la piel, desgarradura, perjuicio, más allá del destino que tenga nuestro sentimiento y el vínculo amoroso.
En estos siete magníficos relatos hay, por supuesto, pasión, ternura, intimidad y una gran cuota de padecimiento bajo la forma del desencuentro, la emoción a destiempo, la sanción de la ley humana o divina, la transgresión de acuerdos sociales, el descubrimiento que revoca estados de tranquilidad más absoluta, la distancia física y el aprendizaje de un sentimiento que potencia nuestra libido pero también nos hace atravesar los duelos más profundos.
Y por debajo de cada historia de amor que se presenta como única e irrepetible, a pesar de la infinita cantidad de coincidencias que existen entre estos enamorados y el discurso amoroso que pronuncian, palpita una teoría, muchas veces solo de época, como ocurre con la concepción del amor romántico en los relatos «Camila O’Gorman» de Juana Manuela Gorriti y «El rayo de luna» de Gustavo Adolfo Bécquer. Pero también es verdad que cada narración, cada historia ofrece por boca de su narrador o de los personajes una paleta muy amplia, con matices, que nos obliga a pensar qué cosa es el amor para quien escribe y quienes leen.
Las concepciones del amor se abren y dibujan sutiles marcas, diseñan estampas contrastantes sobre este sentimiento huracanado, tormentoso. El amor como un ser vivo que pasa por el despertar y llega al final de su desarrollo indefectiblemente al ocaso, pegado al devenir de la naturaleza, en «Una estación de amor» de Horacio Quiroga. El amor como pasión y arrebato, en contraste con la quietud e indiferencia del matrimonio, en «Confesiones de una mujer» de Guy de Maupassant y en «Sobre el amor» de Antón Chéjov. El amor como imposible espera y clara renuncia en «Una prueba de amor» de Mary Shelley. El amor callado, escondido, que reflota el afecto puro de la antigua amistad en «Una dama de Redhorse» de Ambrose Bierce. El amor como un eterno fugitivo, algo inapresable, fugaz e ilusorio en «El rayo de luna» de Gustavo Adolfo Bécquer.
Siete deliciosas
y cautivantes historias con personajes muy potentes, retazos de felicidad y
dolor que cobran vida en estos inolvidables relatos. Solo queda abandonarse a
la lectura y comenzar a disfrutar y, por qué no, a sufrir como testigos mudos,
indiscretos de estos amores imposibles.
Siete grandes cuentos de amor (sel. y pról. Graciela Gliemmo), Buenos Aires, Capital Intelectual, 2008.