Siete grandes cuentos de mujeres (antología)
Estos siete relatos tratan cuestiones de género, indagan en algunos estereotipos sociales y obligan a escuchar el lenguaje y el deseo de sus protagonistas. Graciela Gliemmo afirma que en «estas siete escritoras está asomando ya el deseo, hecho acto, de arrebatarles al lenguaje y a la sociedad en su conjunto un espacio exclusivo para sí mismas». Su selección es inmejorable, y alguna de estas piezas perdurará, sin duda, en la memoria de los lectores.
Esta
antología contiene cuentos de Emilia Pardo Bazán, Katherine Mansfield, Margarita de Navarra, Juana Manuela Gorriti, Josefa Acevedo de Gómez, Antonieta Rivas Mercado y Eduarda Mansilla.
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PRÓLOGO: LA PULSIÓN POR LA ESCRITURA
Hubo una época, tampoco fue hace tanto, en que las mujeres solo se animaban a escribir cartas, diarios personales o de viaje, memorias y autobiografías. Por esos años el deber era ser buenas, generosas, dadoras de espiritualidad y contención, refugio para las desdichas de la humanidad, paño de lágrimas para las almas en pena. Había que ocuparse de los otros, nunca de sí mismas: ser madres, hijas solteras al cuidado de sus padres o hermanos, damas de caridad y, entrado un poco el siglo XX, maestras, esa suerte de segundas madres con cierta inclinación hacia el conocimiento. La sociedad consentía que se saliera fuera de la casa y se interrumpieran las labores solo para ir al mercado, a derrochar obras de caridad y a brindar enseñanza a los hijos ajenos.
Mientras tanto, otras mujeres, no las que tenían ansias de saber ni ganas de expresarse en gordos cuadernos, como ya lo había experimentado con los consabidos castigos Sor Juana Inés de la Cruz en el siglo XVII, ganaban hacia fines del siglo XIX y principios del XX las fábricas y las calles, con sueldos bastante más magros que el de sus compañeros. Eran más de lo que se piensa, pero seguían siendo invisibles para el patriarcado y para las leyes sociales.
La sociedad regulaba las ambiciones y las ganas, distribuía los roles, asignaba las conductas naturalizándolas. Imposible elegir, prohibido decidir, nunca hacer uso de los derechos de ellos, menos aún administrar bienes familiares. Interdictos todos los deseos y necesidades. Eternas niñas, las mujeres eran educadas para ser elegidas y deseadas, para el pudor, para bajar los ojos si otros ojos observaban y cubrir los tobillos con la falda ante la más provocadora mirada.
La lucha por el peso diario; la defensa de las ambiciones personales; el ansia de igualarse al varón; el grito de libertad asfixiado en la garganta; el derecho a la biblioteca, a la lectura y al cuarto propio, todo emergía en los textos y actitudes de escritoras como Juana Manso, Jane Austen, Louisa May Alcott, Delmira Agustini, por citar unos pocos nombres. Cuántas de ellas no se precipitaron incluso hacia el vacío o hicieron equilibrio para no caer, al filo de la locura personal, lanzadas al límite gracias a una sociedad enloquecedora. Varias no resistieron y se quitaron la vida, algunas como Sylvia Plath o Virginia Woolf, metiendo la cabeza adentro del horno o sumergiéndose en el río.
Otras se disfrazaron incluso de hombres, como George Eliot, que escondió el nombre verdadero —Mary Ann Evans— para burlar el destino irrevocable e imponer, de alguna manera, el don de la escritura. Es el caso local de Alfonsina Storni, que se abrió paso como madre soltera y se codeó con los más importantes personajes de las décadas del 20 y del 30 y solo pudo ser «digerida» estigmatizándola como mujer «excepcional». Durante un tiempo, para decir lo que pensaba y resultar convincente, dejó deslizar sus notas periodísticas, disfrazada bajo el seudónimo de Tao Lao.
Entre ese grupo reducido de mujeres escritoras, que hoy son muchas más y algunas por fortuna muy exitosas, asoman estas siete voces que hoy acercamos al lector. Estas siete mujeres que fueron, por diversas razones, pioneras en sus respectivos países y que alcanzaron incluso la fama internacional. Sin embargo, vaya paradoja, varias de ellas siguen siendo completamente desconocidas.
Estos siete relatos muestran cuestiones de género, indagan en algunos estereotipos sociales, interrogan las taras y mandatos heredados, obligan a escuchar el lenguaje y el deseo de sus protagonistas. ¿Cómo no aprovechar en esos años iniciales el espacio privilegiado de lo público para hacer oír un par de verdades?
Así se escucha el contundente «no» de la protagonista de «El encaje roto», ese bello y sorprendente relato de Emilia Pardo Bazán, escrito y publicado a fines del siglo XIX. Las costumbres que pesan, una angustia existencial escondida debajo de reuniones frívolas que solo logran suspender por un tiempo la desdicha también se filtran en «Matrimonio a la moda» de Katherine Mansfield.
Imposible no increpar al amor, a los hombres, al derecho a elegir con quién compartir la vida. ¿Cómo no revelar las presiones y las hipocresías que deben padecer las mujeres en aquellos años en que los otros hablaban y escribían por ellas? El contraste de opiniones y actitudes, el poder de tomar decisiones afloran en «Sutilezas de un enamorado» de Margarita de Navarra y en «Feliza» de Juana Manuela Gorriti.
La mentira y el engaño como armas para defenderse ante el dominio masculino es el eje de «Equilibrio» de Antonieta Rivas Mercado, así como el corte generacional entre madre e hija. La crónica mezclada con el despliegue del pensamiento, cercana al ensayo, es la forma elegida para las observaciones e impresiones sobre escenas y costumbres colombianas en «Mis recuerdos de Tibacuy» de Josefa Acevedo de Gómez. Y por último, la ficción didáctica, en espera de la formación y de la concientización de los niños, está presente en «La jaulita dorada», el primer cuento infantil ilustrado de la literatura argentina.
Las reglas del mercado editorial hoy marcan cifras interesantes no solo en torno a los libros escritos por mujeres sino, además, a un sector importante que consume libros y está pendiente de las novedades: son las lectoras del presente que, ya psicoanalizadas y tras unas cuatro décadas de lucha y liberación femeninas, van por más. Son mujeres que no esperan sentadas ante la ventana que el mundo pase frente a sus ojos.
En los relatos de estas siete escritoras está asomando ya el deseo, hecho acto, de arrebatarles al lenguaje y a la sociedad en su conjunto un espacio exclusivo para sí mismas.
Siete grandes cuentos de mujeres (sel. y pról. Graciela Gliemmo), Buenos Aires, Capital Intelectual, 2008.