Siete grandes cuentos policiales (antología)
Dice Graciela Gliemmo, compiladora de estos textos, que la narrativa policial «nos coloca como lectores ante la única condición de exigirles a los cuentos o a las novelas que sean creíbles, que nos capturen hasta hacernos olvidar de dónde estamos y de quiénes somos». La presente selección lo logra. Se incluyen aquí siete piezas históricas, pioneras o arquetípicas, algunas notables por su estilo y otras por su trama. Todas por igual tienen el don de deleitarnos y cautivar nuestra atención.
Esta
antología contiene cuentos de Edgar Allan Poe, Wilkie Collins, Arthur Conan Doyle, Jack London, Gilbert K. Chesterton, Nathaniel Hawthorne y Ryunosuke Akutagawa.
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PRÓLOGO: CAZADORES CAZADOS
Algunos géneros literarios surgieron y evolucionaron teniendo en cuenta prioritariamente un tipo de lector fervoroso, apasionado, ávido, y respondiendo a la idea de que leer constituye un pasatiempo francamente cautivante, que nos aleja por un momento del devenir histórico y de las complicaciones que nos presenta a cada rato la vida. Así como la novela histórica o testimonial y los libros de investigación periodística, que llenan las mesas de «novedades» en las librerías, nos religan a nuestra realidad inmediata y nos mueven a reflexionar, la narrativa policial, en cambio, nos coloca como lectores ante la única condición de exigirles a los cuentos o a las novelas que sean creíbles, que nos capturen hasta hacernos olvidar de dónde estamos y de quiénes somos.
Sabemos que la narrativa, en general, procura construir sin fisuras la verosimilitud del relato, dar cuenta de una verdad que es «verdad de la escritura», no de la realidad. El gran caudal de los relatos policiales ha contribuido a delinear desde sus orígenes, a fines del siglo XIX, un verosímil y un canon muy definidos, ya reconocidos tanto por el discurso crítico como por el público común, que suele ver este tipo de textos como literatura para el ocio, para despejar la mente, porque la narrativa policial se ha producido y consumido históricamente como literatura de evasión.
De manera casi unánime, tanto los críticos como los escritores y los antologadores han observado que el surgimiento del policial se remonta a la publicación de tres relatos de Edgar Allan Poe: «Los crímenes de la calle Morgue» (1841), «El misterio de Marie Roget» (1842) y «La carta robada» (1844). No es casual que esta antología se abra, entonces, con «La carta robada», relato en el que Poe establece algunos de los elementos que estarán presentes en los clásicos del género: la presencia de un investigador, un relato que gira alrededor de un enigma, la confianza y el triunfo de la lógica y el método deductivo para desentrañar el conflicto, y la sucesión de hipótesis hasta llegar a la verdad, que se impone siempre hacia el final del cuento.
Sin embargo, a pesar de haber sido un escritor norteamericano el que inaugura el género policial, este se consolida gracias a la producción de autores ingleses como Gilbert Keith Chesterton, Wilkie Collins, Anthony Berkeley, Agatha Christie y el escosés Arthur Conan Doyle, creador del famoso detective Sherlock Holmes, paradigma indiscutible de la figura del investigador en el relato policial.
Los países que más libros policiales han producido son Inglaterra, Estados Unidos y Francia. En el caso de Inglaterra, la producción se ha inclinado por el policial de corte clásico: lo central gira en torno al enigma de un crimen y la resolución infalible de un detective que lo desentraña mediante su impecable mecanismo de razonamiento. En los relatos policiales ingleses el orden burgués termina imponiéndose y se demuestra que, tarde o temprano y mediante el imperio de la ley, el equilibrio retorna. El detective es generalmente un policía ya retirado o un aficionado que se involucra en el caso y que lo resuelve gracias a la información que le llega sin realizar demasiados esfuerzos físicos ni recibir por su trabajo remuneración alguna.
Entrado ya el siglo XX, en Estados Unidos el género policial deriva hacia lo que se conoce como versión dura o bien «novela negra», un tipo de relato más inclinado a desentrañar los móviles sociales que conducen al delito. Más crítica de las irregularidades y desniveles que posibilitan y hasta justifican delinquir, este tipo de ficción policial muestra un detective que trabaja a sueldo y que utiliza recursos bastante semejantes a los de los delincuentes. En esta línea se enrolan las narraciones de Dashiell Hammett (entre las más conocidas, Cosecha roja, de 1929, y El alcón maltés, de 1930) y Raymond Chandler, creador del famoso detective Philip Marlowe.
En esta antología, se suma al inaugural cuento de Poe, «Una cama terriblemente extraña» de Wilkie Collins, que muestra dos ingredientes imprescindibles del género: solo se narra a partir de que se conoce la historia completa, con su correspondiente desenlace, y después de varios años, tras una considerable distancia temporal entre los sucesos y el acto narrativo.
La revelación de un acontecimiento «incomprensible» es el eje del relato «El tren desaparecido» de Arthur Conan Doyle, una suerte de carnada ya canónica, que busca atrapar al lector cada vez que se le promete el acceso a algo así como un archivo excepcional y secreto.
En «Las muertes concéntricas» de Jack London y en «La muerte repetida» de Nathaniel Hawthorne, desde sus títulos, se establece un núcleo narrativo importante del género policial: el asesinato. Y junto con él los diversos interrogantes que se desatan: ¿quién es el asesino?, ¿cómo ocurre el crimen?, ¿cuáles son los motivos que llevan a alguien a matar?
«Las estrellas errantes» ofrece uno de los famosos casos del padre Brown y la presencia curiosa de Flambeau, el personaje de Chesterton que encarna al criminal reformado, que recuerda en cada relato, con cierta nostalgia, detalles de algunas de sus hazañas.
Cierra este recorrido «En el bosque», en el que Ryunosuke Akutagawa le exige al lector un trabajo adicional: interpretar las diferentes versiones de los testimoniantes, cumplir la función del detective y sacar conclusiones, decidir si hubo o no violación de la protagonista y cómo muere su marido.
Como ya lo señaló Ricardo Piglia, el género policial condensa en sí mismo la lógica que mueve a toda la narrativa: el detective es un lector que lee y descifra porciones de la realidad, que recoge las huellas arrojadas en la escena del crimen por el autor material de los hechos hasta arribar a una interpretación, a la revelación del enigma que encierra toda historia, real o ficticia.
Siete grandes cuentos policiales (sel. y pról. Graciela Gliemmo), Buenos Aires, Capital Intelectual, 2008.