Susana Salce: Los niños y el fuego

 


 


Desde hace unos años, la producción de libros se ha convertido en una carrera vertiginosa, que apuesta más a la cantidad que a la calidad de lo que se ofrece, y que privilegia la pulsión de publicación sobre la pulsión de escritura. No es el caso, afortunadamente, de Los niños y el fuego, de Susana Salce.

Este libro, en el que se cruza la experiencia de dieciséis años como psicoanalista en el Hospital de Quemados de Buenos Aires, en el que comenzó «haciendo observaciones en la sala de internación de los bebés más pequeños», con reflexiones sobre conceptos clave, planteos teóricos que hacen sobre todo al psicoanálisis y también referencias al entramado histórico y social de nuestro país, fue madurado durante un largo tiempo, a partir del registro de los primeros casos. Esas notas inaugurales fueron el sustrato sobre el cual este libro adquirió su forma actual.

Existe, en general, la idea de que escribir es sentarse ante un cuaderno, un teclado, una computadora y ver crecer la escritura, oración tras oración, sumando páginas. Esa es más o menos la imagen que tiene la gente cuando pregunta: «¿Estás escribiendo?». Sin embargo, el proceso de escritura también está en plena acción cuando se piensa, se fantasea, se barajan ideas y se descartan proyectos, mientras se observan y se escuchan los sonidos de la vida y de nuestro interior. Esos sonidos imperceptibles para los otros, tan difíciles de transmitir y compartir. La escritura nace del ronroneo interno, individual y subjetivo, que obedece siempre a un ritmo propio, irrepetible.

Hace casi dos décadas, Susana compartió conmigo algunos capítulos que hoy forman parte de este libro. Después, durante estos años de amistad, también fui testigo de una parte no tan visible del proceso de escritura cada vez que nos encontramos y, en medio de otros temas, me comentó sus dudas, las decisiones que iba tomando, las lecturas que le interesaban, las zonas que se le resistían, algún descubrimiento. En especial, recuerdo un paseo por el Jardín Japonés, el año pasado, y una charla que tuvimos sentadas en un banco, bajo la sombra de unos árboles. Ella creía que se había alejado del libro, que no estaba escribiendo lo suficiente, con la debida intensidad, posiblemente presionada por ese lugar común sobre la escritura del que hablé al principio y el apuro que gobierna nuestro presente. Sin embargo, doy fe de que este libro siempre asomó en casi todos nuestros encuentros. Se cocinó como las sopas de nuestras abuelas, a fuego lento, con paciencia y amor, cuidando que no se quemara.

Dodó, la niña africana, hizo varios dibujos durante el tratamiento. Uno de ellos era un reloj sin agujas, la representación del «tiempo detenido». En el proceso de escritura de este libro, las agujas del reloj no pararon de moverse.

Los niños y el fuego es un libro doloroso, hasta incómodo, es verdad, porque habla del dolor, de las pérdidas, del abandono y el desamparo, pero también está lleno de preguntas, de muchos aspectos sobre los que seguir pensando. Veo difícil la posibilidad de no resultar conmovido, dado vuelta durante su lectura. Y es también, tal como podemos leer en el epílogo, esperanzador, porque da cuenta de cómo el juego y el arte pueden ayudar a sanar, a aliviar el sufrimiento, a encontrar una salida, a cerrar heridas y duelos irresueltos. El dibujo, la ficción, el juego, recursos para dar cuenta del cuerpo y del alma en carne viva, y poder sanar. Susana escribe: «Si algo me enseñó y me sorprendió en la práctica clínica en este hospital fue el encuentro con los recursos que la subjetividad puso en funcionamiento en cada sujeto a partir de sus angustias, de sus traumas, de los horrores que les toca vivir».

Los niños y el fuego fue compuesto con diversos materiales y formatos: casos clínicos, instantáneas, viñetas, microrrelatos, datos duros de la realidad, citas bibliográficas, fragmentos literarios, dibujos, una encuesta, notas aclaratorias. A los apuntes y capítulos iniciales, se han ido superponiendo nuevas capas de escritura, sin borrar las marcas de enunciación del momento en el que fueron producidos, de lo que fue alguna vez «el presente» y hoy ya es «pasado». Entre otros detalles, las referencias al ir y venir en el hospital: el encuentro con colegas, las salas, los pasillos, las ventanas, la puerta del quirófano y también los ruidos, los olores. La escucha y la observación atentas, la percepción del entorno.

Hay varias señales que muestran cómo los años han traspasado tanto la práctica clínica en el hospital como la escritura misma. Susana dice: «Recuerdo una mañana de primavera en el hospital», «bastante tiempo después», «Algo que me resultó particularmente enigmático cuando releía las sesiones de este tratamiento». Y hasta aparece la marca lingüística de un pasado percibido como ya lejano, cuando escribe: «Había tomado la costumbre a la salida del hospital de ir caminando hasta mi casa atravesando el parque». Esa distancia, estos años transcurridos, han iluminado lo vivido y han enriquecido el libro.

Me parece un plus que, en el proceso de revisión y reescritura de los casos, no se hayan borrado esas sutiles marcas que dan cuenta de los diferentes momentos por los que atravesó la escritura. Del mismo modo, es interesante ver algo del movimiento asociativo de su pensamiento: cómo fue tejiendo conexiones, redes, puentes, entre experiencia y teoría, entre las diferentes lecturas y hallazgos.

Qué paradoja que el tiempo haya pasado de una manera enriquecedora para este libro y para Susana, como ser humano y también como analista, mientras nuestro país muestra signos alarmantes de empobrecimiento, banalidad y degradación política, económica, y también cultural. Como dice en el cierre de uno de los capítulos: «Estoy terminando de escribir este libro a mediados del año 2019, pasaron 36 años de democracia y otra vez en las calles de esta ciudad hay familias viviendo a la intemperie por todas partes».

 

De izquierda a derecha, María del Carmen De Lellis, Graciela Gliemmo, 
Susana Salce y Augusto Farb

 

Texto leído en la presentación del libro Los niños y el fuego. Práctica hospitalaria en tiempos de crisis social, de Susana Salce. Dain Usina Cultural, Buenos Aires, 28 de septiembre de 2019. Participaron la autora del libro, María del Carmen De Lellis, Augusto Farb y Graciela Gliemmo.

 

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