Pasión por la lectura

 



Rosa Montero cuenta en La loca de la casa que Nuria Amat, cada vez que se topa con otro escritor, lo somete a una sintética pero reveladora encuesta: ¿qué haría si tuviera que optar por el resto de su vida entre leer y escribir? Con esa espada de Damocles puesta sobre su cabeza —o su corazón—, ¿qué elegiría usted? ¿A cuál de las dos actividades no podría renunciar? A pesar de su constante y rica práctica como escritora, tanto en el periodismo como en la literatura, Montero no duda en responder que prefiere mil veces seguir leyendo. ¿Qué habría contestado Borges, por ejemplo, si alguien lo hubiera puesto en semejante dilema? ¿Quién duda de que habría sido idéntica la respuesta? ¿Cómo no imaginarlo, ya ciego, con una lectora o un lector a su lado, incansable y atemporal, leyéndole durante horas, mientras Borges, con las manos apoyadas sobre el bastón, mueve suavemente la cabeza, parece sonreír, o suelta en un tono de voz muy bajo uno de sus brillantes comentarios?

Durante la segunda edición del Hay Festival, eso mismo se ha puesto de manifiesto en la escena de los sucesivos y simultáneos encuentros que tuvieron lugar en el Teatro Heredia y en el Claustro de Santo Domingo, en Cartagena de Indias. Si bien una línea muy perceptible divide en dos franjas a los participantes —sobre el escenario los que escriben y, en la platea, los lectores— y los protagonistas de estas jornadas son en verdad quienes producen la literatura, ha quedado bien claro, aún más que en su primera realización, que las estrellas indiscutibles del Hay Festival, señoras y señores, son los libros. Esos maravillosos e insustituibles talismanes o imanes, como se dijo en algunas mesas, que nos permiten vivir otras vidas, visitar mundos lejanos, hablar otros idiomas, adentrarnos en culturas y lógicas diferentes, saltar de universo en universo. Para decirlo rápidamente: leer es deponer por unos instantes nuestras más íntimas convicciones para jugar a ser otros. 

Esta vocación compartida por la lectura, como ocurre también con el carnaval, borra los límites y las diferencias, y nos iguala durante cuatro días plenos de pasión. Por eso, si tuviera que dar una única razón por la que me fascina asistir al Hay Festival, este evento que lleva ya dos realizaciones en la bellísima Cartagena de Indias, también contestaría, sin dudarlo, que es porque me siento más acompañada en esos días cada vez que me topo con otros lectores. Encuentro muchos, muchísimos interlocutores.

A diferencia de lo que solemos ver quienes nos dedicamos además a la enseñanza de la literatura, nadie habla aquí de fotocopias, ni de la excesiva cantidad de páginas, ni de la bibliografía inexcusable a la hora de preparar un tema, ni de plazos para terminar de leer un libro. Si hay una palabra que está excluida en el Hay Festival, qué bendición, es la palabra obligatorio. Se lee porque se elige leer, porque uno quiere hacerlo. Y los invitados, casi sin excepción, aunque han hablado de sus propios textos, sobre todo han trazado sus respectivos mapas como lectores, sus recorridos particulares de lectura.

Hay un voto de confianza hacia la literatura, no como transformadora del mundo, sino como creadora de mundos paralelos. Escribir y leer, dos caras de una misma moneda, implica depositar nuestra fe en la palabra. No se transforma el mundo con cada nuevo libro eso que habría querido, entre muchos otros, Jean Paul Sartre—, pero sí salimos transformados nosotros, quienes leemos y escribimos.

La alegría con la que me acerco al Hay Festival se parece mucho a ese entusiasmo adolescente que sentía al leer a Ray Bradbury, a Isaac Asimov, a Hermann Hesse. Comienzo llena de expectativas y termino con esa melancolía de la que habló Soledad Puértolas en la última mesa, con la tristeza de que la fiesta se pasó volando. ¿Cómo, ya terminó? Y quedan las anotaciones rápidas, escritas luchando contra la falta de luz del Teatro Heredia o tras cada charla, en los entreactos, donde escribí con letra ilegible una larga lista de los muchos libros que no he leído y que, por suerte, me quedan por leer. ¡Qué cosa! Si me lo paso leyendo… Ahí están garabateados los muchos títulos que anoté casi con desesperación, para no olvidar ninguno, en los blancos del programa o de alguna publicación recibida.

Impulsadas por el fluir de libros y lecturas, en este sentido, hubo mesas mucho más visibles, donde el narcisismo propio de los creadores dio lugar al hechizo de dejarse atrapar por la imaginación de otro autor. Eso pasó durante el diálogo entre Jorge Volpi y Santiago Gamboa, quienes le rindieron homenaje a ese gran escritor chileno que fue que esRoberto Bolaño. Un diálogo fluido donde Volpi y Gamboa hablaron sobre la poesía y la narrativa de Bolaño, que también leía, por supuesto. Entonces pudimos enterarnos del fervor de Bolaño por la literatura argentina y, en especial, por Cortázar. Fue convocado el fantasma del Bolaño lector, no solo en referencia a los libros, sino también al ámbito literario, incluidos los editores, los periodistas y los críticos. 

Y porque leer es central para escribir y eso lo sabe o lo intuye el lector común, se escucharon carcajadas llenas de incredulidad cuando DBC Pierre dijo con desparpajo que no lee y que, cuando lo hace, se queda atrapado en una sola página. Este escritor irlandés, que cautivó al público con sus comentarios espontáneos y desinhibidos, con su historia de vida al límite del abismo, se dio el lujo de decir que no lee, que le interesa más escribir que leer. Y tal vez sin quererlo, puso en el tapete una vez más el viejo y superado enfrentamiento entre vida y literatura, algo así como lo que sigue:«Tú eliges: o te casas con la vida y te abres al mundo, o te dedicas a los libros y te encierras en una biblioteca». Creo que esta falsa disyuntiva, implícita en el planteamiento de Pierre, pasó de largo, entre otras cosas, porque nadie le creyó. Quienes escuchaban entendieron que se trataba de un chiste gracioso ¡Qué cosas dice este tipo!, de una broma, de una increíble paradoja. Y así lo expresó Juan Gossaín al día siguiente en otro encuentro bien interesante, convocado con un título al que muchos adscribirían «El elogio de la lectura», cuando  dijo que no conoce a ningún escritor que no lea. 

Con la frescura y el genio chispeante que lo caracteriza, Gossaín les lanzó a tres escritores una primera pregunta: «¿Qué están leyendo en este momento?». Coincidencias: la pasión por la lectura muchas veces lleva a leer simultáneamente varios libros a la vez. Y no solo se lee por placer, también se lee profesionalmente, mientras se escribe, en busca de esas fugaces iluminaciones que permitan seguir adelante. Guillermo Martínez hizo referencia a la dificultad que presentan algunos textos, esos que colocan al lector ante un desafío. Andrés Hoyos aseguró que la escritura suscita la necesidad de leer y fue terminante al afirmar que un lector, y por ende un escritor, que pasa seis meses sin leer está acabado. Hizo además alusión a la escena de la lectura confesando que le resulta imposible leer libros cuando viaja, mientras se desplaza o en los lugares de paso, de ahí que prefiera en esos casos leer revistas. Y por su parte, Antonio López-Ortega mostró que apuesta a la lectura como modo de desbloquearse cuando no puede escribir.

Dos apartes por demás significativos. López-Ortega fue uno de los pocos escritores que durante estos diálogos aludió a libros que no son novelas ni cuentos: incluyó ensayos entre sus lecturas. Mauricio Vargas, a la hora de elegir, señaló las cartas del Mariscal Sucre, y con qué pasión lo hizo, y Santiago Gamboa habló de su inclinación hacia la poesía de San Juan de la Cruz. Aunque somos libres de decidir qué libro nos llevamos a la cama, el mercado editorial impone tendencias y la novela sigue siendo, de lejos, el género más vendido y leído. O por lo menos más citado por todos. En una de sus intervenciones, Guillermo Martínez dio en el centro de la condición sobresaliente de todo lector: leer es leer muchos libros. Leer significa leer mucho. 

Y agrego un detalle: el lector es, por naturaleza, apasionado. No puedo imaginar un lector apático. Esto debería tenerse en cuenta a la hora de discutir cualquier campaña o proyecto de lectura. Otra gragea: escribir crítica, periodismo cultural, reseñas; enseñar literatura, coordinar talleres de lectura, antologar libros y editar es generar o potenciar en los otros la pasión por los libros. Reitero lo que señalé al principio: esa es la pasión que se respira en el Hay Festival, donde no me siento una solitaria lectora y me encuentro con otros tan apasionados como yo por la lectura.

Por solo nombrar otras perlitas entre las muchas que se podrían mencionar, quiero detenerme en el recital de Patxi Andión, que además de conmover tuvo la virtud de mostrar otro circuito de lectura: el que va de la página a la partitura. Poemas de Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, Antonio Machado, Federico García Lorca, entre otros, vueltos populares en la voz de Joan Manuel Serrat, de Alberto Cortés, o del propio Patxi Andión, resonaron seguramente en muchos que no solo los conocieron y estudiaron ya escolarizados en los manuales de literatura española, sino en recitales y conciertos.

Junot Díaz, durante la mesa de cierre en el Teatro Heredia, compartió un sueño recurrente en el que da con un libro buscado hace tiempo, muy deseado, y cuando lo encuentra, cuando está a punto de tenerlo entre sus manos, se despierta. Eso lo ha llevado a pensar que afortunadamente existen dos grandes grupos de libros: los ya escritos y los que seguramente están por escribirse. Y mientras lo decía, con absoluta pasión, volvía a hacer un elogio de la lectura. No eran solo palabras, mucho menos una pose: fue fascinante ver cómo tomaba nota de los libros que iban recomendando sus compañeros de mesa. Con el mismo frenesí, durante la Gala de Poesía, Juan Manuel Roca leyó un bellísimo poema escrito a partir de la lectura de la obra de Franz Kafka. La historia de los vasos comunicantes: un poema forjado a partir de un universo puramente ficcional…

Imposible no asociar estas ideas con uno de los últimos libros que he leído, gracias a mi amigo Heriberto Fiorillo. En su novela Aquiles pies ligeros, con mucho humor e innumerables guiños paródicos, Stefano Benni construye un mundo que gira en torno a un lector de manuscritos que se debate entre la realidad y el sueño, la locura y la normalidad, y que debe leer a múltiples escritores no profesionales, en un gesto de reversión de la lógica que mueve ese circuito que va de la escritura a la lectura y donde, por el contrario, unos pocos escriben para que muchos lean. En una de sus páginas se lee: «Escribir nace de leer y leer es grato. Escribir es una de las pocas cosas que restan únicas y nuestras, desde la firma hasta la novela, desde el primer argumento hasta el testamento». Y otra frase muy certera, afín a una opinión de Guillermo Martínez: «Los libros se leen y se releen y cada vez el sabor es diferente». Una más que me encanta: «No nos damos cuenta inmediatamente sino luego, de cuán importante es la elección ni desprevenida ni casual de escribir, de hacer durar nuestras visiones primero para nosotros y luego para alguien cercano y finalmente para muchos lejanos e invisibles»

Esos seres «lejanos e invisibles» son los lectores, a quienes encuentros como el Hay Festival vuelven cercanos y corpóreos. Y la lectura es ese puente que conduce de una cabeza a otra cabeza, de un pensamiento a otro pensamiento, de un siglo a otro siglo, borrando fronteras. Una pulsión desatada, una catarata de deseo colocada en los libros, en esos objetos de amor, amables y amorosos que, como en el relato «Felicidad clandestina» de Clarice Lispector, se convierten en nuestros más fieles y a la vez esquivos amantes. Leer es acceder a una felicidad clandestina, silenciosa, a contramano de la velocidad del mundo.

La literatura enseña a leer. Quiero decir que, cuando leemos aquello que cae en nuestras manos novelas, cuentos, poesía, ensayos, revistas, diarios, biografías, testimonios, crónicas, cartas, memorias, etcétera, no solo nos volvemos más diestros a la hora de seguir leyendo literatura, sino que nos volvemos mejores lectores del mundo. Estoy pensando la lectura como una actividad mucho más amplia que la de depositar la mirada en la página o en la pantalla. Nos volvemos mejores lectores de la realidad. Leer ayuda a entender, nos da herramientas para pensar el mundo en el que vivimos, aunque lo que leamos no tenga nada que ver con nuestro presente. Y nos echa aire. Leer funciona como un ejercicio de respiración artificial en el que purificamos nuestras neuronas e ilusiones para seguir viviendo en este mundo tan contaminado, lleno no solo de smog, sino de decisiones ilógicas e inhumanas; por momentos, mezquino, asfixiante, injusto, incomprensible, delirante en el mal sentido.

¡Qué bueno, qué maravilla, qué grandioso que existan los libros! Y por si no he sido lo suficientemente clara en mi defensa apasionada de la lectura, si la propia Nuria Amat o quien fuera me pusiera a elegir entre dos prácticas que son para mí vitales —leer y escribir—, ya saben, de aquí hasta el infinito elegiría, sin dudarlo ni un minuto, leer, leer, leer y leer.


Nota corregida para este blog; publicada en el suplemento El Heraldo Dominical del diario El Heraldo, Barranquilla, domingo 4 de febrero de 2007.

 

 

 

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