Alejo Carpentier: El amor a la ciudad

 


 

Al final de la novela Los pasos perdidos (1953), el protagonista aprende que es inútil aplicar parámetros intelectuales para descifrar y dominar el tiempo y el espacio del Caribe. «Los mundos nuevos tienen que ser vividos, antes que explicados», sintetiza en una de sus reflexiones. El amor a la ciudad —compilación de diversos escritos publicados, en su mayoría, en la capital cubana entre 1925 y 1973— plantea ya esta concepción, que será una constante en la obra de Alejo Carpentier. Aunque en sus novelas, de manera reiterada, despliega el conflicto entre vida e intelecto, naturaleza y cultura, realidad histórica y construcción mental, América y Europa, aquí la balanza se inclina hacia la experiencia: estamos ante La Habana que el escritor ha gozado a pleno.

Lejos de la densidad de las extensas frases y párrafos de su narrativa, el tono general es conversacional y entusiasta. El regreso a Cuba matiza los recuerdos, y el andar por las calles ya conocidas se convierte en el movimiento de un curioso que se lanza a descubrir, explorar, conquistar La Habana, en un gesto que parece repetir la admiración y el asombro de los primeros viajeros europeos. Carpentier se desplaza y redescubre el puesto con sus muelles, las calles, el mercado, los carteles de los comercios, los cafés, los balcones, los patios, los tipos humanos, los sonidos, los tonos y el ritmo heterogéneo de un espacio que, por acumulación y contrastes, se modula con rasgos de un barroquismo perenne, ahistórico.

Las marcas temporales asoman, de todos modos, porque las anécdotas aclaran no solo las permanencias sino también las discrepancias entre una y otra época. Surge así un conjunto de mosaicos descriptivos, especie de postales del veinte, con toda la carga artística de ruptura del Grupo Minorista, del que Carpentier junto con Marinello, entre otros, fue integrante. El contraste con los años cuarenta, cincuenta y sesenta es relevante: el lugar de la mujer en la sociedad, los códigos de honor y el modo solitario de la ciudad dan paso a la actividad bulliciosa e igualitaria en las calles, hecho que estalla con la algarabía de los años de la Revolución.

Alejo Carpentier planteó en el prólogo a El reino de este mundo (1949) un corte con el surrealismo, visto como puro artificio para producir imágenes y fundir elementos dispares. Para él la poética surrealista pierde efectividad ante la realidad latinoamericana, en especial en lo que se refiere a Centroamérica y el Caribe, que supera ampliamente construcción intelectual de lo «real maravilloso» producido en Europa. Esta idea de superioridad cruza también estos escritos y, en ellos, se revalorizan las costumbres, los rasgos típicos de la capital cubana en relación con otras ciudades europeas. Al comparar, gana La Hahana: la ciudad del mundo en la gue mejor se bebe, la más colorida y musical, la de mayores antítesis. Una ciudad que deja de ser un simple escenario para convertirse en el objeto y en el deseo de una escritura.


Crónicas, ensayos.
Alejo Carpentier: El amor a la ciudad.
Madrid, Alfaguara, 1996, 187 páginas.


Reseña publicada con el título «Por amor a La Habana», en El Cronista, Buenos Aires, viernes 22 de noviembre de 1996.


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