Carlos Fuentes: «Con la catástrofe de la conquista nacimos nosotros»

 

 

 

Entre el domingo 8 y el sábado 14 de diciembre de 1992, con motivo de la conmemoración de los quinientos años de la conquista de América, Carlos Fuentes visitó Buenos Aires. Si bien su permanencia se centraba en una conferencia, entre sus participaciones públicas, tuvo lugar una rueda de prensa ofrecida en el hotel Plaza, donde se alojó, ante representantes periodísticos de los diarios Clarín, El Cronista y Página/12 de Argentina, Notimex, y Cuadernos de Marcha, de Uruguay.

En general, podríamos decir que fueron tres los ejes centrales de sus participaciones: la política, la economía y, fundamentalmente, la cultura. Tanto en su conferencia titulada «500 años después», como en una de sus respuestas, Carlos Fuentes hizo hincapié en la falta de sincronía entre nuestra continuidad cultural, con persistencia y trabajo a lo largo de tantos siglos, y el desfasaje político-económico en que han sumido los respectivos jefes de Estado a nuestro continente. Por ello, Fuentes propone más que una celebración una instancia para la reflexión, dejando a un lado la hipercrítica o su contrapartida, la hipercelebración, para responder a una demanda que en nuestros pueblos hoy se vislumbra como vital: una correspondencia entre lo que ha sido una línea de desarrollo cultural y los modelos políticos, los sistemas de gobierno que nos representan.

Dice Fuentes: «La fortaleza de nuestra cultura, el saldo más importante de estos quinientos años, nos permitirá, si lo sabemos aprovechar, actuar responsablemente adentro y afuera. Adentro de cada uno de nuestros países para acercarnos a la coincidencia de instituciones y sociedades, hoy perezosamente divergentes, con el propósito de reanudar el desarrollo, pero esta vez, con justicia económica y con democracia política. Quinientos años después de Colón, nuestros países no reclaman menos: desarrollo con justicia y democracia». 

 

La apuesta clave: la cultura

En el marco de su exposición, Carlos Fuentes maneja simultáneamente dos fechas precisas: 1992 y el año 2000. Asomarse al quinto centenario parece llevarlo a las postrimerías del nuevo siglo. Frente a la demanda histórica de la conmemoración de una fecha de ruptura en la historia de nuestro continente, la propuesta es no mirar demasiado hacia atrás para sortear el riesgo de convertirnos en estatuas de sal. Cuando la retrospectiva se impone, es positivo el análisis. ¿Qué rescata Carlos Fuentes de la conquista española?

En primer lugar, separa a España del resto de las potencias conquistadoras —Inglaterra, Portugal, Holanda, Francia— porque, precisa, fue la única que cuestionó sus actos, se preguntó por el destino de sus conquistados, por la pertenencia legal de sus tierras, hasta el punto de dar origen al nacimiento del «concepto moderno del derecho internacional, fundado en la universalidad de los derechos humanos». Y entonces, Fuentes se apoya en una idea de María Zambrano para especificar la diversidad de violencias ejercidas durante los períodos de conquista por los que ha atravesado la humanidad: «Testigos eternos de nuestra propia creación, los descendientes de españoles e indígenas en América sabemos que la conquista fue un hecho sangriento, cruel, criminal. Fue un hecho catastrófico, pero no fue un hecho estéril. María Zambrano solía decir que una catástrofe solo es verdaderamente catastrófica si de ella no se desprende algo que la rescata, algo que la sobrepasa». Y agrega: «No permanecimos en el desastre simplemente porque nacimos de él. De la catástrofe de la conquista nacimos todos nosotros, los indoamericanos. Fuimos inmediatamente mestizos, hablamos mayoritariamente el español y, creyentes o no, nos creamos en la cultura del catolicismo. Pero un catolicismo incomprensible sin las máscaras indias primero, y negras después».

En la misma posición, haciendo una apuesta total al espacio de la cultura como edificadora y pionera de las instituciones que construyen nuestro continente, Fuentes expresa en la rueda de prensa que no le teme a los contagios, a los contactos, a los intercambios sino que, por el contrario, desconfia de los «puritanismos» y las «virginidades aisladas». Por lo mismo, lee nuestro barroco como respuesta a los vacíos e interrogantes de nuestra civilización con posterioridad a la conquista, y así lo define como «arte de la paradoja, arte de la abundancia basada en la necesidad, en la carencia, arte de la proliferaciôn basada en la inseguridad».

Y alrededor de este tema, Fuentes realiza un despliegue de significaciones que, como se señaló, van del concepto de «contacto» al de «pluralidad», centrándose todos en la imagen del mestizaje. Si algo nos queda de la conquista, nos dice explícitamente a la vez que entre líneas, es esa zona del tercero que nace, más que la pureza que desaparece. Por eso, al responder a una pregunta sobre la posible pérdida de identidad cultural de México en el horizonte del Tratado de Libre Comercio, Fuentes enfatiza: «Yo no le tengo miedo a los contagios culturales. La cultura nace del contacto, de la contaminación, del encuentro, a veces de la violencia. No hay una cultura pura. Si las hay, yo creo que las culturas puras se marchitan y mueren. Y mientras más impura sea la cultura mexicana y más impura sea la cultura de los Estados Unidos, yo creo que viviremos en un mundo mejor».

 

Del otro lado de la línea

En las novelas de Carlos Fuentes, es determinante el cruce de fronteras. La culpa del personaje de Artemio Cruz, que ha chingado junto con otros a la revolución, frente al idealismo y pureza de su hijo Lorenzo, que ha abandonado las comodidades de su casa y su territorio para jugarse por las ideas republicanas en la Guerra Civil Española y su posterior muerte en el momento que está por cruzar la frontera con Francia; y el protagonista de Gringo viejo, que se deja llevar por las leyendas y lo que imagina de la tierra mexicana en tiempos de los enfrentamientos de principios de siglo muestran, solo para dar los dos ejemplos más evidentes, una constante preocupación y rescate simbólico del tema de las fronteras.

Le preguntamos a Carlos Fuentes qué alcances tenía esta cuestión en su narrativa y cómo percibía este tema, ya que tantos límites, muros y divisiones se han venido abajo o, en ciertos casos, están en camino de hacerlo. Esta fue su reflexión: «El tema fronterizo me interesa sobre todo por la relación entre México y los Estados Unidos. Como usted sabe, nosotros tenemos una enorme cantidad de trabajadores que pasan nuestra frontera buscando trabajo en los Estados Unidos. No es raro que sus derechos humanos sean burlados, que los asesinen, que se los trate como criminales. Pero lo interesante, culturalmente, es que muchos de ellos cruzan la frontera diciendo cuál frontera, si estamos regresando a nuestro país, esto siempre ha sido nuestro, esto fue nuestro antes de ser de los gringos. Debo recordar que los norteamericanos llegaron a estas tierras que ya estaban pobladas por mexicanos, por españoles y por supuesto por indios. De manera que son tierras hispánicas en gran medida. Y así se crea un conflicto cultural muy interesante entre los que llegaron primero y los que llegaron después, que en cierto modo nos lleva al enorme tema del siglo venidero, que va a ser el de la inmigración, el conflicto de culturas, el encuentro con el otro. Nos guste o no nos guste. Y está prefigurado precisamente por el tema de la frontera que he venido imaginando y pensando a lo largo de toda mi obra. Vamos a asistir a enornes masas de inmigración del sur hacia el norte y del este hacia el occidente de Europa. Y esto va a crear conflictos políticos, sociales, económicos y culturales totalmente imprevistos. Está ocurriendo ya. La presencia de turcos en Alemania, la presencia de norafricanos en Francia, de africanos negros en Italia, de los «sudacas» en España, de los pakistaníes en Inglaterra. Todo esto está creando conflictos, tensiones sociales a medida que una frontera se traslada o invade la otra. Durante quinientos años los europeos pasearon sus valores por el mundo sin pedirle permiso a nadie, ahora está volviéndose el chirrión por el palito, como decimos en México». 

 

La misma crueldad hacia el indio

Este tema, también desarrollado en su conferencia, se enlaza en el pensamiento de Fuentes con el problema del acercamiento. En este sentido, el escritor mexicano retoma ese aspecto que marcó nuestra historia hace quinientos años para recordar nuestro grado de responsabilidad y una etapa que aún parece no haber llegado a su fin: «Sin embargo, en 1991, 1992, la conquista no ha terminado. Nosotros, los iberoamericanos modernos, nos hemos comportado con tanta crueldad hacia el indio como Hernán Cortés o Pizarro. Y con menos compasión que las Casas o Vittoria. No me refiero solo a las campañas de exterminio que durante el siglo XIX y principios del siglo XX perpetraron los gobiernos de Argentina, Chile y México contra la asociación indigena. No me refiero solo al desprecio cultural que llevó a escritores como Carlos Bunge a bendecir el alcoholismo, la viruela y la tuberculosis porque gracias a ellos se diezmaba la población indígena y africana de las Américas. Me refiero más bien a nuestra indiferencia diaria, a nuestra opresión por el olvido, a nuestra marginación constante del destino de los pueblos indígenas de las Américas. En este punto, como en casi todos, la reflexión del 92 debe dirigirse, creo yo, hacia el futuro más que hacia el pasado. Dentro de quinientos años, cabe preguntarnos, ¿quedará un solo indio vivo en el hemisferio occidental? A nosotros nos corresponde decidir si sabremos respetar los valores de la cultura indígena, el sentido de la comunidad, de lo sagrado, la memoria, la muerte, la sabiduría atávica, la intensidad ritual, la presencia del misterio, la capacidad de autogobierno haciendo nuestros, en nuestros propios términos, el valor del otro que vive entre nosotros. A nosotros nos corresponde decidir si podemos respetar esos valores sin condenarlos al abandono, pero salvándolos de la injusticia. No seremos hombres ni mujeres justos si no compartimos la justicia con ellos, y creo que no seremos hombres ni mujeres satisfechos si no compartimos el pan con ellos». 

 

¿Hay algo acaso que festejar?

La reflexión sobre los pasados quinientos años, en la propuesta de Carlos Fuentes, arroja el desafío de un cambio de la histona cotidiana, de lucha diaria, se mire para donde se mire. La crítica hacia la violencia perpetrada por los españoles en el continente no exime de la autocrítica ni de previsiones de años venideros. En este sentido, tanto de la conferencia como de las respuestas que se deslizaron a través de la rueda de prensa, se desprenden otros dos temas: el futuro de América Latina y el lugar del lector en la actualidad y en los próximos años.

Al preguntársele por la situación cubana, Fuentes hace un balance de los logros y errores de la revolución: «Cuba es un país que ha logrado en treinta años de revolución una serie de cosas extraordinarias en el campo de la salud, en el campo del trabajo, en el campo de la educación, en el campo de la igualdad social. Creo que es el país más adelantado en América Latina en cuanto a igualdad en niveles sociales. Ha logrado enormes adelantos tecnológicos, por ejemplo en la biomedicina, pero no ha logrado traducir todos estos adelantos en instituciones políticas viables. Se concentran en un solo hombre. Se concentran en el caudillo. Internamente, los logros de la revolución cubana no se han reflejado políticamente».

Desde la mirada de Fuentes, es la política la que no ha avanzado al mismo ritmo de las instituciones sociales o culturales. Esto se advierte en cada una de sus opiniones, se trate de Europa, Cuba en particular, o América. Cuando le preguntamos si cree que en la actualidad existe una mayor integración latinoamericana, Fuentes, más que analizar, expresa un deseo: «Debe de ser. Con la multiplicación de reuniones, el acercamiento de los jefes de Estado, la Conferencia de Guadalajara, el Grupo de Río, el Grupo de los Tres. Todo es muy importante para una integración, pero la integración se va a dar sobre todo como un hecho cultural. Ese va a ser el motor, la máquina, la locomotora. Yo creo que no hay otra región del mundo tan vasta, con tanta gente que se pueda identificar tan fácilmente entre sí, y este es un hecho maravilloso que hay que rescatar».

Cuando le pedimos que haga un balance y compare la década del 60, momento del llamado boom latinoamericano, de explosión de la narrativa, y que piense en los actuales lectores, en la distribución de bienes culturales en nuestros países, Fuentes no parece tan entusiasta ni positivo: «Creo que estamos en este sentido más aislados que nunca en el pasado. Se logró crear una comunicación en los años 60, se tenía antes una comunicación que era a través de París o Madrid. Hoy estos centros metropolitanos del exterior se han perdido. Y nosotros no nos podemos comunicar, dada la pobreza y la crisis de la deuda. Esto dificulta que los libros pasen de un lugar a otro, las películas vayan de un lugar a otro, la prensa. No se trata de un error: es una realidad el empobrecimiento de nuestros países. Es que se pierde un importante sector de la sociedad para la lectura, porque es en la juventud que un lector se constituye como tal. ¿Por qué están siempre los libros de García Márquez, de Cortázar, de Neruda o Borges en las estanterías? Porque hay una promoción de palabras. Deben hablarles a los jóvenes que los compran. Sienten que acceden a la cultura latinoamericana, a la literatura, a la información a través de esos libros. Si eso se pierde, sería un retroceso terrible».

La realidad, tal como la muestra Fuentes, aparece también con rostro mestizo, repleta de dudas, además de algunas seguridades; con hallazgos que nos tranquilizan y nos mueven hacia la esperanza, pero también con blancos que nos abren incertidumbres y nos inquietan. Por esto cabría volver a preguntar: ¿hay algo que festejar? Fuentes responde esta pregunta en su conferencia, que en esta oportunidad disparó la polémica: «Tenemos mucho que darle al porvenir a condición de que no nos paralicemos ni en la pura celebración ni en la pura autoflagelación. Entre la beatitud festiva y el masoquismo de ministerio público, la América indígena, africana e ibérica tiene la oportunidad moderna, porque nuestra experiencia ha sido lo que ha sido, de restaurar un mínimo sentimiento trágico de la vida. Ni utopia, ni apocalipsis, sino la vida de la tensión entre los valores alternativos y visiones competitivas. Estamos en el mundo. En el mundo somos libres porque actuamos, pero claro, no somos libres porque morimos. Solo la cultura, que es amor y amistad, recreación y crítica, asegura la continuidad de la vida a pesar de la inevitabilidad de la muerte. Darle, a partir de esta convicción, un contenido real, crítico, humano a las exigencias tecnológicas y económicas de nuestro tiempo es algo que los indoafroiberoamericanos podemos hacer a partir de nuestra historia de encuentros o incorporaciones a menudo conflictivas, trágicas, en beneficio nuestro y del Nuevo Mundo, del nuevo orden multipolar que sucede a la esterilidad de cincuenta años de Guerra Fría. Por ello, el tema cultural será el gran tema del siglo XXI. El encuentro con la multiplicidad de las civilizaciones y las políticas y economías que de este encuentro nazcan». 

 

Nota corregida para este blog; publicada en Cuadernos de Marcha, Tercera época, Núm. 67, Montevideo, enero de 1992.

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