Mario Delgado Aparaín: Por mandato de madre

 
 


En el arte de narrar se definen y se juegan una gran variedad de destrezas. Hay escritores que se distinguen por el modo de apertura de sus historias, por el tono, por la pluralidad de registros o por la presencia de enigmas. Mario Delgado Aparaín, de manera indudable, es un maestro en la configuración de personajes, situaciones y climas narrativos. El protagonista de La balada de Johnny Sosa, que sueña con cantar como Lou Brakley; los habituales visitantes del Chantecler, definidos a través de sus rituales y pulsiones; la fuerza gestual de Julia Smirnoff; la fijación al dolor de Orestes Frates, y la disímil manera en que Chito y Ademar dirimen posiciones con sus padres en el cuento «El espectáculo del destino» son solo unos pocos ejemplos de su estilo inconfundible.

Antes de la publicación de La balada de Johnny Sosa (1987), Mario Delgado Aparaín (Florida, Uruguay, 1949) dio a conocer dos libros de cuentos: Las llaves de Francia (1981) y Causa de buena muerte (1982), y dos novelas: Estado de gracia (1983) y El día del cometa (1985). La balada de Johnny Sosa obtuvo el Premio Municipal de Literatura (1988) y fue traducida en Brasil, Holanda, Francia, Italia y Alemania. Entre 1990 y 1995 Aparaín fue director municipal de Cultura de Montevideo. 

Con la novela Por mandato de madre, regresa al mundo de San José de las Cañas, una especie de saga dentro de su producción, tal vez con la promesa de adquirir la fuerza y el alcance que tuvo para su compatriota Juan Carlos Onetti el ciclo de Santa María. En cada uno de los párrafos de este último libro, Aparaín exhibe las habilidades que le permiten ubicar rápidamente al lector en el espacio, el tiempo y las situaciones claves de la novela. Nada aquí es gratuito porque cada descripción, cada comentario hacen al conjunto de las historias, que tienen como figuras centrales personajes atravesados por ilusiones, lanzados hacia empresas difíciles para ellos y el tiempo que viven, y siempre circunstanciados por las leyes del pueblo én el que nacieron o simplemente residen. La lucha continua por hacer valer los propios deseos y un persistente estado de espera son dos elementos definitorios en el imaginario que abre este escritor, que ha elegido personajes comunes e historias marcadas por el ritmo lento, casi invariable, de lo cotidiano.

Estos hombres solos, unidos «por mandato de madre», aparecen despojados, focalizados con posterioridad a una pérdida, peleando por ser otros y hacer de su lugar un espacio mejor, tendientes a realizar algún tipo de cambio en sus vidas. Sin embargo, resultan impotentes ante las fuerzas que les ofrecen resistencia y hay situaciones de hecho que permanecen. Tal vez por este motivo, irse hacia otra parte, fugarse, cruzar la frontera, expulsar a otro en la defensa incondicional de una casa, un burdel o una estación de trenes son móviles que reaparecen en uno y otro relato.

En esta historia, en la cual el inglés Estirlin, su hijo Rawson, el matrero Filisbino Nieto, la sumisa Pajita, el argentino Espino asisten a los primeros signos de la modernidad —el telégrafo, el ruido ensordecedor del aeroplano, la extensión de vías férreas—, la hostilidad excede la energía de los funestos acontecimientos que amenaza con desatar el cometa Halley, y se concentra en riñas humanas muy antiguas, que tal vez nunca sean resueltas. La duda de que esto ocurra compromete vitalmente a los personajes en toda la novela y obliga al lector a no abandonarla. 


Novela.
Mario Delgado Aparaín: Por mandato de madre.
Montevideo, Alfaguara, 1996, 207 páginas.

 

Reseña publicada con el título «El mundo mítico de Delgado Aparaín, una saga del despojo y la espera», en El Cronista, Buenos Aires, viernes 20 de diciembre de 1996.








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