El
20 de noviembre de 1910 el pueblo mexicano se levanta en armas, tal
como lo pidiera Francisco Madero en su Plan San Luis Potosí, para poner
fin a la larga dictadura de Porfirio Díaz. Lo que en un primer momento
se vivió como un estallido de ilusiones comienza a cambiar de signo y se
desmorona, sin remedio, una vez derrotada la contrarrevolución de
Huerta en 1914. El enfretamiento entre los diferentes sectores
revolucionarios y la Constitución de 1917 marcan el proceso final de la
Revolución mexicana.
Mariano
Azuela (1873-1952), médico y escritor, describió con solvencia las
costumbres y contradicciones de la burguesía, pero también dio cuenta de
los sucesos de 1910 en varios de sus libros. Entre todos, el más
conocido es Los de abajo (1915), producto de su convivencia con los sectores
revolucionarios. En referencia a esta novela afirma:
Los
de abajo, como el subtítulo primitivo lo indicaba, es una serie de
cuadros y escenas de la revolución constitucionalista, débilmente atados
por un hilo novelesco. Podría decir que este libro se hizo solo y que
mi labor consistió en coleccionar tipos, gestos, paisajes y presentarlos
con los relieves y el colorido mayor que me fue dable.
Y agrega más adelante:
La
mayor parte de los sucesos narrados los compuse con material que recogí
en conversaciones con revolucionarios de distintas clases y matices,
sobre todo de las pláticas entre ellos mismos, de interés insuperable
por su autenticidad y significado. Los instintivos se dejan adivinar con
gran facilidad, hasta en los pensamiento más íntimos que quisieran
ocultar. Mi cosecha la levanté en los cuarteles, hospitales,
restaurantes, fandangos, caminos carreteros, veredas, ferrocarriles y en
todas partes.
John Reed, el viajero rebelde e incansable
John
Reed perteneció a un grupo de jóvenes vanguardistas: la bohemia
neoyorquina del Greenwich Village, propulsora de un cambio social. Fue
colaborador de American Magazine, Saturday Evening Post y Collier’s. En
1913 se unió a la revista The Masses y compartió con otros escritores un
proyecto intelectual y político. Su primer trabajo, que se refiere a
los huelguistas de Paterson, Nueva Jersey, denuncia el poder de los
dueños de las fábricas y el atropello de la policía. Es famosa su
crónica «Ludlow», en la que describe, con mirada absolutamente crítica y
llena de detalles, las represalias que sufrió en 1914 la huelga de
mineros en Ludlow, Colorado.
Reed
acompaña los primeros cambios de la Revolución mexicana, viaja a
Londres, París y Alemania durante la Primera Guerra Mundial y se
conmueve con la Revolución rusa. Contrae tifus y muere en 1920,
acompañado de su amada Louise.
Hasta
hace unos años, se conocía parte de su labor como reportero a través de
sus libros México insurgente (1914), La guerra en la Europa Oriental
(1916) y Diez días que conmovieron al mundo (1919), bases todos para la
película Reds, dirigida y protagonizada por Warren Beatty. En 1981, la
editorial mexicana Era publica sus crónicas inéditas, con el título
Guerra en Paterson (y otros escritos). En 1989, Fondo de Cultura
Económica reedita la versión española de 1972 de Hija de la revolución y
otras narraciones. En el prólogo a estos relatos escritos entre 1912 y
1916, y publicados por primera vez en 1927, Floyd Dell sintetiza:
La
vida de John Reed fue corta y dramática. Nacido en Portland, Oregon, en
el seno de una familia de la clase media acomodada, poseedor de gran
talento y por naturaleza ambicioso, todo hacía creer que estaba
destinado a ser gran poeta y cuentista mundial. Su pujante e
irrefrenable temperamento, sin embargo, lo llevó a experimentar
directamente la vida.
Mariano Azuela John Reed y Louise Bryant
Experiencia y escritura
A fines de 1913, John Reed viaja a México como corresponsal de guerra y representante de la revista Metropolitan. En 1914, a su regreso, publica en Estados Unidos el testimonio México insurgente, en el que puede observarse la profunda admiración que despertaron en él las fuerzas revolucionarias y, en especial, Pancho Villa.
Villa, «el amigo de los pobres», ha derrotado varias veces al ejército nacional, y su popularidad ha crecido tanto que se ha convertido en el puntal de la revolución en el norte. Reed lo presenta como un valiente, un soñador al que no le interesa el poder. Toda su fuerza está puesta en repartir las tierras y construir escuelas. Él, que aprendió a leer y a escribir solo, ansía únicamente una casa y unas pocas cosas que le permitan vivir tranquilo.
Reed puede entender a estos mexicanos, hombres y mujeres con costumbres tan distintas porque, a la hora de compartir los acontecimientos, deja de ser «el extranjero» para volverse uno de ellos. En sus crónicas se reitera un «nosotros» que lo señala como un relator comprometido con uno de los bandos, el de los revolucionarios constitucionalistas bajo las órdenes de Carranza, a quien Villa, por otra parte, reconoce en ese momento como su jefe.
Por ser corresponsal de guerra no puede plegarse a la lucha y debe solo informar. Sin embargo, sabe que la publicación de sus crónicas puede beneficiar la imagen de los revolucionarios ante la mirada extranjera. En distintas partes de México insurgente, Reed cuenta que varios protagonistas le piden que escriba la verdad sobre lo que está pasando. Debido a su «rara profesión», como él la llama, entrevista, sigue de cerca la contienda, toma fotos, traduce. Su libro se convierte en uno de los mejores testimonios sobre la Revolución mexicana y en una contundente desmentida de las versiones del Estado de su país:
Los norteamericanos insisten en que los mexicanos son deshonestos por naturaleza: según ellos yo debería esperar que me robaran mis pertenencias desde el primer día. Llevaba dos semanas viviendo con una banda de exconvictos como en todo ejército. No tenían ni disciplina ni educación. Muchos de ellos odiaban a los gringos. No se les había pagado en seis semanas, y algunos estaban tan desesperadamente pobres que no podían ni alardear de sus huaraches o de sus sarapes. Yo era un extraño, desarmado, con buenas pertenencias. Poseía ciento cincuenta pesos que escondía en la cabecera de mi cama al dormir, y nunca perdí nada. Más que eso, nunca se me permitió pagar mi comida. En una compañía donde el dinero era escaso y el tabaco casi desconocido, yo dormía aprovisionado con todo lo que pudiera fumar gracias a los compañeros. Cada intento que yo hacía por pagar algo era un insulto para ellos. La única cosa que me permitían pagar era el alquiler de la música para los bailes.
En su prosa, Reed registra los sucesos con fervorosa pasión, con curiosidad juvenil y alegría. Aprende a comer tortillas, comparte el trozo de un cigarro y el resto de una bebida. Come carne cruda porque no hay tiempo para cocinar, participa en los bailes típicos y aprende de memoria muchas canciones. Su actitud es la de un hombre inteligente, humilde, que descifra las claves de una cultura diferente y aprende de ella:
Me sorprendió el concepto de libertad de estos descalzos mestizos. Considero que esta es la única definición correcta de la libertad: ihacer lo que uno quiere! Los norteamericanos me la citan triunfalmente como un ejemplo de la irresponsabilidad de los mexicanos. Pero pienso que es mejor definición que la nuestra: «Libertad es el derecho de hacer lo que las cortes dicen».
Reed se esfuerza por entender las confrontaciones que ya comenzaban a asomar en los diferentes sectores, o la actitud silenciosa de Carranza y el poder de aquellos que directamente lo acompañaban. Al intentar separarse de la posición altiva e incomprensiva de su país, disminuye los cuestionamientos de los verdaderos revolucionarios, como si el poner en entredicho algún aspecto de la revolución pudiera recordar su condición de espectador norteamericano. Su entusiasmo no muere a pesar de la opinión desmoralizadora de aquellos que pelean desde hace tiempo y no ven los resultados de tanto enfrentamiento.
Pancho Villa, jefe de la División del Norte, y Emiliano Zapata, jefe del Ejército del Sur, el 6 de diciembre de 1914.
Una mirada desde adentro
Los vaivenes y altibajos de la lucha, y las disputas entre caudillos, son los ejes de las novelas revolucionarias de Mariano Azuela, escritas bajo un profundo sentimiento de desencanto y frustración. Ya en Andrés Pérez maderista (1911), muestra el arribismo, las acciones por puro interés personal de aquellos que han traicionado los ideales y se han beneficiado sin exponerse. Con Los de abajo, Los caciques (1917), Las moscas (1918), Domitilo quiere ser diputado (1918) y Las tribulaciones de una familia decente (1918) completa un ciclo narrativo en el que asume una actitud cuestionadora y descarnada. Angel Rama explica en Literatura y clase social las causas de esta posición:
Mariano Azuela pertenece a una familia de la pequeña clase media provinciana. Dentro de ese ambiente, haciendo suyos sus ideales, se formó y vivió hasta la tormenta revolucionaria. Su realismo franco, su sabroso sentido nacional, su emocionalismo pequeño burgués, su esquema moral rígido, su respeto del orden, del trabajo, de la precisión, tienen su origen en ese ambiente del que salió. También su espíritu crítico mediante el cual establece distancias y puede medir errores.
En uno de sus ensayos, Azuela observa el desvío de las ilusiones de los primeros momentos:
El espíritu de amor y sacrificio que alentara con tanto fervor como esperanza en el triunfo a los primeros revolucionarios había desaparecido. Las manifestaciones exteriores que me dieron los actuales dueños de la situación, lo que ante mis ojos se presentó fue un mundillo de amistades fingidas, envidias, adulación, espionaje, intrigas, chismes y perfidia. Nadie pensaba ya sino en la mejor tajada del pastel a la vista. Naturalmente no había bicho que no se sintiera con méritos y derechos suficientes para aspirar a lo máximo. Quién alegaba su tiempo de servicios, quién sus gloriosos hechos de armas; uno se lamentaba de haber abandonado a su familia en la miseria, otro un trabajo que lo estaba enriqueciendo y los menos hacían valer su amistad o parentesco con los más altos jefes. La fraternidad que unió a los primems luchadores había entrado en los dominios de la historia y de la leyenda.
Mariano Azuela se incorpora como médico a las fuerzas de Julián Medina, villista. Ingresa movido por el deseo de mezclarse con los revolucionarios «no de discursos, sino de rifles». Escribe sus apuntes durante las acciones y los edita ya corregidos en El Paso del Norte, Texas, después de cruzar la frontera una vez derrotado Villa en Celaya. Muestra en la evolución de sus personajes, en las variantes argumentales, en las imágenes y definiciones de la revolución, su propio desengaño como revolucionario.
Solís, uno de los personajes representativos de la novela Los de abajo, ve el huracán como un símbolo y al revolucionario como una hoja arrastrada por el vendaval. Valderrama, desdeñoso como lo observa el narrador, compara la revolución con el volcán, por el movimiento de irrupción incontenible que los iguala. Demetrio Macías, el protagonista, hace rodar una piedra que cae con fuerza, sin detenerse, por una colina, para explicarle a su mujer por qué motivo siguen peleando. La inercia de la revolución que se ha desatado, difícil de frenar, es pensada como un fenómeno más de la naturaleza. La falta de un plan trazado reflexivamente es el móvil de la lucha en Los de abajo. Como años después lo teorizaría Jesús Silva Herzog en artículos y ensayos históricos sobre el tema, Azuela representa narrativamente el concepto de una revolución sin ideas.
Demetrio Macías y los idealistas fracasados como Solís mueren y se convierten en héroes o mártires de un ignorado panteón nacional. Los cobardes consiguen sus fines, como Luis Cervantes, periodista y estudiante de medicina que cruza la frontera, se salva y gana dinero en Estados Unidos. Los primeros gestos solidarios, como lo especificara Azuela en uno de sus artículos, son aplastados por los intereses individuales.
Con el paso del tiempo, Los de abajo se vuelve una obra exitosa; sin duda, es la novela sobre la revolución más leída y comentada. En 1927 Manuel Maples Arce la reedita. En 1930 es traducida al francés y prologada por Valéry Larbaud, reseñada y propuesta como modelo de escritura por el principal grupo mexicano de vanguardia en su revista Contemporáneos. En 1941 es llevada al cine por el director Chano Urueta.
Ese tono pesimista y corrosivo inaugura, y recorre hasta el presente, la narrativa sobre la Revolución mexicana. También Martín Luis Guzmán, Nellie Campobello, Gregorio López y Fuentes, Juan Rulfo, Jorge Ibargüengoitia, Carlos Fuentes, Elena Poniatowska y Ángeles Mastretta,
con modulaciones disímiles, escriben como Azuela desde una visión absolutamente polémica, reprobatoria de la canonización que el sector triunfante ha construido sobre los resultado de la revolución.
Zapata y zapatistas. Grabado de José Guadalupe Posadas.
Dos puntos de vista sobre la historia
Reed apuesta a la revolución como exclusivo motor de cambio social. Años más tarde, fascinado por el modelo bolchevique, intenta fundar en Estados Unidos un partido con ideales semejantes. En cambio, Azuela no deja de criticar la realidad de su pueblo cada vez que describe las fallas de la revolución. La inmediatez entre escritura y acontecimiento histórico, entre experiencia y producción textual, marca y define el optimismo de Reed y la desesperanza de Azuela. Pero aun con signo contrario, México insurgente y Los de abajo desbordan la construcción discursiva de los sucesos y ceden espacio a la argumentación histórica, no solo desde la crítica objetiva sino desde el sentimiento.
Combinando episodios vividos con situaciones y personajes ficticios, también como Reed, Azuela da cuenta de una verdad no oficial, pero desde diferente lugar y con una funcionalidad totalmente contraria. Han pasado entre texto y texto solo dos años y el salto histórico, para Azuela, parece haber llevado a los mexicanos hacia el abismo.
Ambos asocian la escritura con la experiencia de vida, ambos escriben sobre lo que han presenciado: son testigos de su tiempo. Azuela ve un proceso irreversible y no lo convencen los capítulos finales de la historia, la de todos sus compatriotas. Es el primero en advertir sobre el surgimiento de una nueva clase, en íntima filiación con el poder, ese trono en el que Villa y Zapata decidieron no sentarse. Es consciente de que funda un discurso intelectual opositor, por eso se defiende cuando lo acusan de reaccionario:
Mi culpa, si culpa puede llamarse, consiste en haber sabido ver entre los primeros lo que ahora todo el mundo está mirando y de haberlo dicho con mi franqueza habitual, como consta en mis novelas de entonces.
Los bandos se confunden en Los de abajo, y Azuela diseña para muchos de sus personajes un aprendizaje en la lucha que los lleva a robar y a matar para sobrevivir. Mientras que Reed comprende estos actos y no deja de soñar con el cambio que vendrá después del triunfo de la revolución, Azuela los condena y los adjudica a una condición de su pueblo, a un rasgo de identidad cultural. Sin embargo, hay algo que parece mantenerse en pie: los campesinos que combaten. En la figura de Demetrio Macías se cuela toda la humanidad del revolucionario. No puede teorizar por qué pelea y se asombra de las razones que esgrime Cervantes. Pero posee un fusil, una mujer y un hijo; todo eso es condición suficiente para justificar el enfrentamiento. Azuela no niega la revolución, pero muestra el desvío de una causa legítima. Comenta en un breve ensayo:
iCuántos de mi generación debemos la tranquilidad de nuestros últimos días a las enseñanzas aprendidas en aquellas duras luchas! Yo creo que el error más craso de algunos viejos revolucionarios ha consistido en asesinar lo mejor que había en ellos, en olvidar su humilde origen, sus hábitos morigerados por la pobreza y muchas veces por la miseria y dejarse seducir por el miraje del poder y del dinero.
México insurgente busca informar sobre la lucha de un pueblo a otros pueblos. Este testimonio fue escrito para aclarar situaciones y acercar distancias. Los de abajo, en cambio, está dirigida a los revolucionarios y son ellos quienes leerán esta novela apenas aparezca publicada en forma de folletín. Esos millares de campesinos, anónimos y solo reducibles a un número para el discurso de la historia, no homenajeados ni enriquecidos, que quedaron, según Azuela, «ya viejos y mutilados de espíritu» y por los cuales, según el pensamiento de Reed, la revolución recupera su sentido original.
La Revolución mexicana se ha visto reflejada en una parte considerable de la producción cinematográfica nacional. Entre docenas de títulos, los historiadores han destacado El compadre Mendoza (1933), basada en un cuento de Mauricio Magdaleno y dirigida por Fernando de Fuentes; Vámonos con Pancho Villa (1935), del mismo director; Los de abajo (1939), adaptación de la novela homónima de Azuela, con la dirección de Chano Urueta; Flor silvestre (1943), dirigida por Emilio Fernández, y protagonizada por Dolores del Río y Pedro Armendáriz; La cucaracha (1958), escrita, dirigida y producida por Ismael Rodríguez, y Reed, México insurgente (1971), basada en el testimonio de John Reed, dirigida por Paul Leduc.
Por su parte, en el cine americano, cabe destacar las películas Viva Villa! (1934), dirigida por Jack Conway, con Wallace Beery en el papel de Pancho Villa; Viva Zapata! (1952), de Elia Kazan, con Marlon Brando como Emiliano Zapata, y Villa Rides (1968), dirigida por Buzz Kulik, con Yul Brynner como Pancho Villa y las actuaciones de Robert Mitchum y Charles Bronson.
Si bien Reds (1981) —escrita, dirigida, producida y protagonizada por Warren Beatty, con Diane Keaton en el papel de Louise Bryant y Jack Nicholson como Eugene O'Neill— tiene como protagonista a John Reed, el argumento elude su experiencia en relación con los episodios de la Revolución mexicana y se concentra en el posterior período de la Revolución rusa.
Ensayo corregido para este blog; publicado en El País Cultural, Núm. 397, Montevideo, 13 de junio de 1997.
Imagen de apertura de esta entrada: Epopeya del pueblo mexicano (detalle de la parte central), de Diego Rivera. Mural pintado entre 1919 y 1934 en el Palacio Nacional de México, bajo el encargo de José Vasconcelos.