México y Argentina: un vínculo muy especial. Entrevista a Mempo Giardinelli

 


 
Durante muchos años, durante varias décadas, los editores latinoamericanos tuvieron una clara conciencia de que el mercado era América Latina. Los Porrúa o los Losada sabían que el mercado era toda América Latina. Publicar un libro en México era llegar a la Argentina y publicar en la Argentina era llegar a México. Y los libros llegaban. Llegaban lentamente, había problemas, pero llegaban. El problema de ahora es que la desnacionalización de la industria editorial, sobre todo la deslatinoamericanización de la industria editorial hace que en la última década, cada vez más ostensiblemente, soportemos que en Barcelona o en Madrid decidan qué vamos a leer los argentinos y qué van a leer los mexicanos.

Fragmento de la entrevista a Mempo Giardinelli, Buenos Aires, 1997.

 

¿Cómo ves el proceso de integración entre México y Argentina en estos últimos años?

—Creo que la integración de nuestros dos países generalmente se da a nivel superestructural, porque existen excelentes acuerdos a nivel de cancillería, pero no siempre llegan a concretarse en vínculos reales entre los productores culturales de uno y otro país. Este es un viejo problema de las relaciones internacionales: cómo hacer para que los planes y los acuerdos que existen bajen de manera libre y democrática y no en forma digitada. 

¿No ves la necesidad de implementar nuevas políticas culturales? 

—Mi respuesta no es muy diplomática, porque son las embajadas argentinas las que no se ocupan de que estas políticas lleguen abajo. Hay acuerdos extraordinarios para intercambios. Vos podés llevar la Orquesta Sinfónica de la Ciudad de México a Córdoba, o escritores argentinos y pintores a Guadalajara, pero generalmente no se ocupan, no hay quien lo promueva. Los agregados culturales a veces son muy inútiles. La prueba es que cuando México ha tenido un buen agregado cultural las cosas funcionan de otra manera. Se trata de aprovechar las buenas ocasiones que hay, que están dadas, pero si no se las promueve... El desafío sigue siendo cómo hacer para que los acuerdos bilaterales que existen, y muchos de ellos son muy buenos, tengan implementación real y tengan posibilidad de llegar de manera democrática, libre, a las sociedades. 

¿No se complica esto por las diferencias que establecen los artistas y los intelectuales argentinos y mexicanos con sus respectitos gobiernos? Aquí se habla de una cultura oficial, como puede verse a través de la discusión que ha surgido en relación con la Feria de Guadalajara. Esto no es un problema para los artistas o intelectuales mexicanos. 

—El problema está acá. La diferencia es que en México históricamente, me refiero a décadas, el Estado ha sido bastante monolítico y ha tenido una política cultural muy consistente. En México cambian los presidentes, cambian los gobiernos, cambian los funcionarios, y la política cultural del Estado es pareja y se mantiene siempre. Esto señala que el Estado mexicano le da una enorme importancia a la cultura, necesita siempre que la cultura sea representativa de la tradición de ese país, porque es un país que por sobre todas las cosas es una cultura. México es fundamentalmente una cultura milenaria. Entonces ellos tienen una muy clara conciencia, y sea cual sea el régimen de gobierno, siempre la cultura es lo más destacado y tiene un valor político y social enorme. Esto hace que las políticas culturales de México hayan sido siempre consistentes. Gobierne quien gobierne, tienen, de alguna manera, una misma impronta. Se aumentan los presupuestos, hay ideas, los museos en México tienen un valor extraordinario, son cuidados. La música mexicana, la comida mexicana, la cultura en el sentido más amplio, antropológicamente, es parte de la mexicanidad. Esto hace que hacia adentro, y también hacia afuera, sea parte de una política consistente.

Los agregados culturales mexicanos son gente que realmente proviene de la cultura. Muchos representantes mexicanos, los embajadores suelen ser hombres que vienen de la cultura, más que de la política, y rara vez de la amistad con un presidente. El caso argentino es totalmente opuesto. La política cultural argentina es tan errática que casi es inexistente. De gobierno a gobierno esto ha cambiado siempre. Cambia según el capricho o lo que «le parece» a tal o cual presidente o ministro, si es que le parece. Ni se diga del mamarracho que han sido la cantidad de gobiernos militares que hemos tenido y ni se diga de las concepciones, para decirlo de alguna manera, «caprichosas» que han tenido muchos gobiernos civiles. La concepción de la cultura argentina, incluso hoy, deja mucho que desear. A partir de ahí, se comprende perfectamente la diferente actitud de un intelectual mexicano y de un intelectual argentino. Para ningún intelectual mexicano es desdoroso tener un vínculo con la cultura oficial de su país, porque es su propia cultura. Es su tradición más allá de que ahora la maneje el PRI, o mañana la maneje el PRD o el PAN. En cambio, en la Argentina los intelectuales conscientes y decentes lo que menos queremos es tener que ver con la cultura oficial, porque es oportunista y lo que promueve es una concepción frívola, superficial e inconsistente. Entonces uno quiere estar lejos de todo eso. Por eso, además los intelectuales que siempre saben acomodarse con los gobiernos para ganarse un viajecito, para ganarse una pequeña prebenda, o que le paguen unos dólares por una conferencia en algún lado son deleznables.

¿Qué pasa con la relación recíproca y directa que se establece entre los intelectuales de ambos países, sin estos juegos de mediaciones?

—Bueno, el cruce intelectual es muy poco. En realidad, la intelectualidad mexicana, como la argentina, mantiene vínculos independientemente de las estructuras oficiales que permiten las afinidades estéticas, las afinidades afectivas, las relaciones de amistad, las relaciones interuniversitarias. Yo tengo muy buenas relaciones con muchos escritores mexicanos porque los conozco y me conocen. Ellos saben que la literatura argentina va más allá de Borges, Sábato y Cortázar. Y cuando yo me encuentro con muchos amigos que conocen de literatura mexicana, sabemos que la literatura mexicana va más allá de Rulfo, Paz y Fuentes. Esos son vínculos que existen, pero son muy pequeños, son muy pocos. Cuando en la Universidad Nacional del Nordeste, este año, invitamos a un par de intelectuales mexicanos y vinieron al Chaco, ese fue un vínculo por el cual nos ocupamos, específicamente, de que no hubiera intervención oficial de ninguna naturaleza para poder tener un encuentro legítimo.

Cuando yo voy a México, voy invitado por la UNAM o por el consejo cultural de algún estado, y no tengo ningún problema porque sé que esto responde a una consistencia de la política cultural. Y en el caso de los vínculos personales o gremiales también es una cuestión de consistencia. Es el caso de unos pocos intelectuales argenmex que seguimos en permanente contacto, pero es por nuestro esfuerzo y el de nuestros amigos. Yo tengo muchos contactos por esfuerzo mío y de mis amigos. Es muy difícil. Supongo que debe haber algún pintor mexicano que tenga contacto con otro pintor argentino. Es muy poco lo que hay. Lo que más se da está a nivel más popular. ¿Qué es la cultura mexicana? ¿Luis Miguel? Y bueno, Luis Miguel llena el estadio de Vélez. ¿Qué es la cultura mexicana? ¿La última película de Ripstein? Bueno, si esos son los vínculos, yo no los considero lo suficientemente representativos más allá de que puedan tener una enorme popularidad.

 
Necesidades culturales

¿Qué actitud te parece que debería adoptar cada país para revertir esto? ¿Cómo se puede salir del intercambio basado en el esfuerzo individual?

—Yo creo que seguirá siendo así, una decisión individual y personal, por lo menos para los intelectuales conscientes y decentes. El problema es que no hay posibilidad de un cambio en la política cultural argentina mientras siga el gobierno actual y mientras siga esta cuestión errática donde la sociedad argentina todavía no sabe cuál es su propia cultura. El problema es nuestro, no es mexicano. Los mexicanos lo tienen clarísimo. No puede haber cambios, no los va a haber mientras en la Argentina no haya, alguna vez, un gran encuentro para que los intelectuales argentinos pensemos y decidamos cuál es nuestra cultura y en qué consiste nuestra cultura. Lo errático sigue estas normas. Lo errático no como lo plural. Nuestra cultura en cierto modo fue la revista Billiken. Nuestra cultura fue la revista Sur. Nuestra cultura fue la revista Crisis, por nombrarte tres aspectos, tres áreas del pensamiento en Argentina que tuvieron presencia latinoamericana en otros tiempos. Bueno, estas tres perspectivas no pueden ser vistas como la multiplicidad, la variedad o la complejidad de una cultura, sino que son tres expresiones absolutamente divorciadas una de la otra, y termina siendo una cosa muy esquizofrénica. Mientras en la Argentina no haya la posibilidad de hacer una síntesis donde haya cincuenta pintores argentinos que se pongan a pensar cuál es la pintura argentina... En México hay eso. Tenés la pintura de Oaxaca, la pintura de Chiapas y existe el arte de Michoacán, inclusive. Y por ejemplo, en el caso de la literatura, alguna vez habría que discutir seriamente cuál va a ser el canon que nos exprese de manera más plural y abarcadora, para no seguir dependiendo del pequeño y mezquino canon que le interesa imponer a los críticos de turno. Esto es grave. Mientras la Argentina no resuelva esto, es muy difícil profundizar intercambios. Y no solo con México, con cualquier otra bilateralidad.

¿Se trata de una falta de continuidad en los planteos y proyectos?

—Continuidad por un lado, pero por otro, definición.

¿Rescatarías algún momento de este siglo en que el intercambio y las similitudes de proyectos hayan sido más intensos? Se me ocurre pensar en las vanguardias latinoamericanas del veinte.

—Yo no podría responder cuál década fue mejor. Pero sí lo que puedo decir es que durante muchos años, durante varias décadas, los editores latinoamericanos tuvieron una clara conciencia de que el mercado era América Latina. Los Porrúa o los Losada sabían que el mercado era toda América Latina. Publicar un libro en México era llegar a la Argentina y publicar en la Argentina era llegar a México. Y los libros llegaban. Llegaban lentamente, había problemas, pero llegaban. El problema de ahora es que la desnacionalización de la industria editorial, sobre todo la deslatinoamericanización de la industria editorial hace que en la última década, cada vez más ostensiblemente, soportemos que en Barcelona o en Madrid decidan qué vamos a leer los argentinos y qué van a leer los mexicanos. El autor que es publicado por Alfaguara en México no llega a la Argentina, y el autor que publica por Planeta en Argentina no llega a México. Para llegar a la Argentina y a México tienen que ser publicados por Alfaguara o por Planeta de España.

¿España como centro de difusión y distribución editorial?

—Y en este momento lo es, desdichadamente. Estamos sometidos a un imperialismo editorial español, sin ninguna duda. De hecho en Argentina la casi única editorial argentina que queda es Ediciones de la Flor. Y en México no sé si pasa lo mismo... Lo que te quiero decir es que esto es dramático, porque no solo la decisión se hace no en función de los intereses de los pueblos, sino que se hace en relación con un difuso mercado regulado por Barcelona o Madrid.

México tiene fuertes e importantes editoriales universitarias, como el caso de la UNAM, la Veracruzana, entre otras.

—México tiene importantes editoriales universitarias y tiene también el Fondo de Cultura, que es una maravilla. En Argentina se destruyó sistemáticamente EUDEBA y no se la recupera. EUDEBA debió ser, y en algún momento pudo ser, el equivalente del Fondo de Cultura o nuestro Monte Avila en Venezuela. Es la no política. El drama argentino es la no política. No existe ni existió jamás una política cultural. No se sabe cuál es la cultura que se va a difundir. La cultura puede ser cualquier buena voluntad de cualquiera. Si Pacho O'Donnel es un tipo que se mueve bien, Pacho es la cultura, como ayer lo fue Marcos Aguinis, y hoy puede ser Sergio Renán. Y los militares te ponían coroneles para decidir la cultura. Es la improvisación constante.

¿Qué aporta, en este sentido, este intento de establecer grupos o tratados dentro de América Latina?

—Son importantísimos, porque todo lo que significa vínculos horizontales y por abajo, en la base, entre la gente que hace la cultura, es importante. Cada vez que ocurre un encuentro de escritores y nos cruzamos con los mexicanos, los venezolanos, los caribeños esos encuentros son riquísimos justamente porque se establecen contactos. Eso hace que después un mexicano visite la Universidad del Nordeste, y después vaya a Tucumán. Cuando voy a México, también voy a Monterrey. Todos hacemos un tejido que es formidable. Generalmente en México esto se hace de manera consistente y es parte de la política cultural universitaria. En la Argentina esto no forma parte de la comunidad universitaria, porque los universitarios están limitados presupuestariamente y porque los encuentros de intelectuales, de argentinos que se hacen en las universidades, y sobre todo en la Universidad de Buenos Aires, son solo encuentros para treinta o cuarenta especialistas en algo.

¿Ves como un caso especial la relación entre México y Argentina?

—Es importante en lo sentimental, y para mí es la relación más importante. Yo me doy cuenta de que para México las relaciones con otras culturas o con otros países latinoamericanos se establecen de manera muy pareja, son muy ecuánimes. Desde el punto de vista argentino, es otra asignatura pendiente definir qué países y qué culturas deben ser nuestros interlocutores más afines. Desde luego, por mi amor a México, si de mí dependiera, sería el país con el que tendríamos un vínculo principalísimo.

¿Cómo ubicás en este sentido la experiencia de los argenmex?

—Esa fue una experiencia riquísima y ha sido la mayor comunicación de vínculos que ha habido en todo el siglo. No tengo dudas. Recibimos y dimos muchísimo. Nacieron hijos, nietos, se establecieron relaciones. Fue lo más extraordinario que nos pudo pasar. Fue la otra cara de la tragedia. Esa experiencia fue y es capitalizable, desde luego. Te pongo un ejemplo: el ministro de Cultura de Venezuela, Ramón Osorio, es un intelectual que estuvo muchos años en México y ahora está haciendo un ministerio en Venezuela muy mexicano. En Chile todos los chilemex han aportado a su país una importante influencia mexicana. Y de hecho, el actual embajador chileno en México es un conocido intelectual que estuvo exiliado más de diez años en ese país. Se llama Luis Maira y su esposa es la conocida escritora Marcela Serrano. El psicoanálisis en México está teñido de las escuelas argentinas. Esto se da a partir de que los pueblos se han ido conociendo cada vez más.

Vos inauguraste aquí, a tu regreso, la experiencia puntual de la revista Puro Cuento.

—Aproveché y tomé como modelo la revista mexicana El Cuento de Edmundo Valadés. Me ocupé de que en todos los números, durante los seis años en que salió, entre 1986 y 1992, siempre hubiera por lo menos un cuento de un autor mexicano en mi revista. Los países con más autores publicados son primero Argentina y después México. Publicamos 58 cuentos mexicanos en 36 números. Este me parece un ejemplo de intercambio muy concreto.

¿Qué propondrías para incrementar hoy las relaciones entre los dos países?

—Yo diría que la integración de México con Argentina, por suerte, trasciende la voluntad de los gobiernos, es una decisión muy fuerte que está instalada en los intelectuales y que existen también muchas posibilidades. En México hoy nos quieren y tienen una relación más franca que la que se tenía hace veinte años. Hoy en la Argentina todos los mexicanos son bienvenidos, queridos y admirados de una manera mucho más cercana, más profunda y creo que se debe, sin duda, al mundo mass-mediático en que vivimos. 

 


Entrevista realizada especialmente para el libro México-Mercosur. Un enfoque desde la relación México-Argentina (coord. Eduardo Robledo Rincón, ed. Rafael Centeno), Buenos Aires, coedición de Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales, Cámara de Comercio Argentina-Mexicana y Embajada de México, 1997. Ilustración de tapa: fragmento de Nana Watzin (1923) de Xul Solar.

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